Sobrevivir al paro

mujer señora de la limpieza

pintada de protesta en una oficina de empleo

Sobrevivir al paro [extracto]

JOSÉ LUIS PALACIOS | ¿Quién o qué puede devolver la esperanza a esa legión de familias angustiadas por el paro, la falta de ingresos y las muchas amenazas que pesan sobre sus vidas? Ellos no pueden volver estos días a la “rutina” del trabajo. Afortunadamente, su capacidad de resistencia para no tirar la toalla aumenta cuando encuentran oídos atentos al sufrimiento y corazones prestos a compartir la carga, como los que hay en tantas instituciones de la Iglesia.

Hace tiempo que las personas en desempleo dejaron de mirar hacia el fondo de este largo túnel llamado crisis en busca de alguna luz que les devuelva la confianza. Las previsiones macroeconómicas, incluso las más optimistas, dibujan todavía un panorama aterrador para las relaciones laborales. La OCDE apunta que la tasa de paro rozará el 28% el próximo año, solo unas décimas menos que en Grecia. Habrá que esperar al 2015 para que el desempleo descienda hasta un 20%, y todavía será un índice desalentador.

Pasado el repunte en la contratación de cada verano, el otoño no se presenta muy halagüeño. Son seis millones de personas paradas y más de 600.000 familias sin ingresos quienes afrontan un curso especialmente complicado, dada la extenuación del colchón familiar y los servicios sociales.

A la preocupación ante la amenaza de perder el bienestar alcanzado y no poder hacer frente a los infortunios, hay que sumar la pérdida de autoestima y de prestigio social asociada al puesto de trabajo, lo que puede derivar, en algunos casos, en falta de sentido vital. No resulta fácil contrarrestar este estado de ánimo, sobre todo cuando el mercado lo más que ofrece son contratos precarios, bajos sueldos y, cada vez más, disponibilidad casi absoluta a quienes aspiren a mantener su ocupación.personas paradas buscan trabajo en una oficina de empleo

Fernando Prieto lleva en paro más de un año, tras haber sido despedido de la empresa de vigilancia y seguridad en la que estuvo trabajando 29 años. Un ERE (expediente de regulación de empleo), firmado por los tres sindicatos mayoritarios de este país, acabó con la trayectoria laboral de este padre de familia de 49 años de edad.

Al principio, padeció “una gran ansiedad”. “Todavía, algunos días me despierto a la hora de ir a trabajar. Durante mis sueños, trabajo junto a mis compañeros, discuto con mis jefes, me río con mis amigos ante la máquina del café… Esto es quizás lo más duro: echo de menos a mis compañeros y amigos, su contacto diario, sus bromas y las mías, la lucha diaria…”, explica Prieto, trabajador desde los 14 años, cuando consiguió su primera ocupación remunerada.

Tiene familia, amigos, sigue colaborando con su sindicato y participa en el Foro Parados en Acción, de la Delegación Episcopal de Pastoral del Trabajo de Madrid. Aun así, confiesa: “Muchos días no puedo evitar sentirme negativo… No me parece justo el pago recibido, pero luego reacciono y me digo que es el precio que debemos pagar para dar este testimonio a los compañeros”.

“Solo otra persona en tu misma situación
puede comprender con exactitud lo que está pasando uno”,
dice Fernando Prieto, parado desde hace más de un año.

Ahora se pasa las mañanas repasando las ofertas de trabajo que llegan por Internet, aunque se queja de que “todavía está por ver que alguien se digne a contestar”.

A fuerza de chocar una y otra vez en el mismo muro, sospecha que “los desempleados de mi edad somos discriminados, ya no nos quieren en ninguna empresa, somos mayores para aprender y jóvenes para jubilarnos. No estamos dispuestos a trabajar 14 horas diarias ni a regalar nuestro esfuerzo, como otros con más juventud y menos cargas podrían hacer”.

Combatir la culpa

Él es una de las doce personas que pasaron el curso anterior por la Delegación de Pastoral del Trabajo. Se trata de un espacio para sentirse escuchado, porque “solo otra persona en tu misma situación puede comprender con exactitud lo que está pasando uno”, en palabras de Fernando Prieto, que además es miembro de la HOAC.

El grupo, que ha mantenido reuniones periódicas, empezó apenas con cuatro personas. Entre todas las que asisten –acogidos por el delegado de Pastoral del Trabajo, Juan Fernández de la Cueva, cuyo papel se limita a prestar apoyo y orientación vital cuando así se lo solicitan– intentan combatir el arraigado sentido de culpa, dejarse animar por los otros cuando flaquean las fuerzas propias, compartir la información sobre las ofertas de trabajo y buscar una salida colectiva. Por ahora fantasean con poder crear una empresa donde utilizar las habilidades, conocimientos y potencialidades de cada miembro del grupo.

Más suerte ha tenido su compañera en el Foro Parados en Acción, Carolina Pastore, de 49 años de edad, nacida en El Salvador y nacionalizada española. Perdió su empleo de auxiliar administrativo en las oficinas municipales de Información y Orientación para Inmigrantes del Ayuntamiento de Madrid, que gestionaba hasta el 2011 la ONG Cooperación Internacional.

Tras la concesión del servicio a otra entidad, que subrogó a parte de la plantilla, conservó su puesto solo un año más. Pero ha vuelto a trabajar para la ONG primera. “Es algo temporal, pero hay perspectivas de que pueda continuar”, explica Pastore, quien destaca lo importante que ha sido, por un lado, “no perder el contacto con los compañeros y la empresa”, y, por otro, “mantenerme activa y en permanente búsqueda todo este tiempo”.hombre sin techo en la calle con carteles de Busco trabajo

Las reuniones de parados le han servido para sentirse “animada, apoyada, escuchada y no perder las ganas de salir adelante”, admite, aunque a continuación matiza que “cada cual tiene que encontrar las herramientas que le puedan sacar de la situación y saber que el despido no es un fracaso personal; en todo caso, fracasa la empresa, el proyecto…”.

Esta militante de las Hermandades del Trabajo, fundadas por Abundio García Román –sacerdote en proceso de beatificación–, confiesa que tiene motivos para estar agradecida a Dios por haberle puesto en esta situación: “Para quienes hemos optado por los trabajadores y los más desfavorecidos, vivir esta experiencia es una suerte, porque no es lo mismo escuchar a alguien sin trabajo desde detrás de una mesa, que experimentarlo en carne propia”.

Su vivencia cristiana le lleva a decir que “todo hay que mirarlo siempre con los ojos de la fe, más aún para quienes hemos elegido un determinado estilo de vida y hemos hecho una opción clara. La vida no es de color de rosa, pero como cristianos tenemos que ayudar a los demás a encontrar la luz en sus vidas”.

Grupos de autoayuda

El responsable de Empleo de Cáritas España, Félix Miguel Sánchez, apuesta por la creación de grupos de autoayuda entre desempleados. En algunos puntos de esta extensa red de la organización humanitaria de la Iglesia ya existen, especialmente para descubrir cómo preparar las entrevistas de trabajo y mantener la tensión en la búsqueda de empleo.

La ventaja de esta forma de encarar la situación es obvia: “Hace mucho frío fuera y la compañía da mucho calor. Sabemos que la búsqueda de empleo es una tarea individual, pero cuando todos los días recibes una negativa, si te encuentras solo, resulta más difícil mantenerte activo”, explica Sánchez, quien detalla que, sobre todo en los cursos de formación, se intenta generar una dinámica colectiva y un sentido de grupo, porque “ayuda a mantener a las personas a flote” y porque “aporta la socialización que normalmente acarrea tener un puesto de trabajo”.

Las señales exteriores, sean “brotes verdes”, “luces al final del túnel” o “flores de invernadero”, no parecen merecer mucha confianza, por lo que, como único recurso para las personas en desempleo, queda confiar en la fuerza interior y en la compañía desinteresada de personas de bien.

Las reuniones de parados le han servido
a Carolina Pastore para sentirse “animada,
apoyada, escuchada y no perder las ganas de salir adelante”.

Dice José Cobo, párroco de San Alfonso María de Ligorio –donde existe un Servicio de Orientación e Información para el Empleo (SOIE) y un Centro de Escucha San Camilo-Cáritas– que “la realidad social es la que funciona mal”, y que “la dureza de la situación exige una capacidad de aguante máxima, que muchas personas no son capaces de desarrollar por sí solas”.

Precisamente en su parroquia del madrileño barrio de Aluche se dieron cuenta de la necesidad de ofrecer algo más que la ayuda material tradicional. “Había gente que venía a confesarse todas las semanas”, explica este sacerdote, quien recuerda que “a alguno le pregunté si, en realidad, lo que iba buscando no era otra cosa que ser escuchado porque se había quedado en paro”.

En las instalaciones de esta iglesia comenzó a funcionar el curso pasado un operativo de escucha que sigue la metodología que los religiosos camilos impulsan en sus centros de Humanización de la Salud para atender los casos de duelo y otras situaciones extremas.

Las personas desesperadas por la falta de empleo han ido conformando un colectivo que demanda cada vez más atención. “No tenemos la varita mágica para dar empleo a todo el que lo necesita, pero queríamos ver qué otra cosa podíamos hacer, además de las acciones ya conocidas de Cáritas en este terreno. Yo había oído hablar de los cursos para afrontar el duelo y, con otra gente de la parroquia, empezamos a pensar cómo podíamos ayudar a las personas en paro a recomponerse un poco por dentro y recomponer sus relaciones sociales, además de mostrar que la comunidad cristiana está abierta y dispuesta a acompañar a la gente que lo pasa mal”, resume Cobo.

“Empezamos a pensar cómo podíamos ayudar
a las personas en paro a recomponerse un poco por dentro
y recomponer sus relaciones sociales,
además de mostrar que la comunidad cristiana está
abierta y dispuesta a acompañar a la gente que lo pasa mal”,
explica José Cobo, párroco madrileño.

No ofrecen ayuda psicológica, sino un servicio de escucha activa denominado counselling. En palabras de este inquieto presbítero, “tratamos de mostrar que el trabajo no lo es todo y ayudar a descubrir que también hay otras cosas en las que apoyarnos para salir a flote: la familia, la red de gente más cercana, los voluntarios… Hay que ir al fondo de cada uno, al centro de la persona, para que puedan tomar su vida en sus propias manos”.

“Nunca pensé verme en la situación de tener que pedir ayuda”, afirma Carlos Bernal, de origen colombiano y beneficiario del Servicio de Escucha de la parroquia de Aluche. Después de años de trabajos esporádicos –y “en negro”– como vigilante, portero de fincas y pintor, logró un contrato en una empresa relacionada con la construcción y la rehabilitación. Pero aquello duró poco y acabó en el paro. Tuvo que pedir ayuda para atender adecuadamente las necesidades de su hijo recién nacido, a pesar de que su mujer mantuvo el trabajo como auxiliar de enfermería en un centro geriátrico.

Belén Cámara, voluntaria de Cáritas en un servicio de escucha a los parados

Belén Cámara es voluntaria en el servicio de bolsa de empleo de una parroquia madrileña

A través de los anuncios y las orientaciones del propio despacho de Cáritas, se enteró de la existencia del Centro de Escucha. “Mi mujer me decía que teníamos que salir, por nuestro hijo, y que era importante buscar ayuda moral y espiritual”, recuerda Bernal.

Los voluntarios escuchantes que prestan el servicio declarando abiertamente su confesionalidad católica resultaron ser para este inmigrante “unos ángeles caídos del cielo” que le ayudaron a afrontar problemas personales, a encontrar dónde ubicarse mejor y tener orientaciones claras.

A esos ángeles, apunta, “se les nota que tienen experiencia, que hablan de lo espiritual con mucho sentido, que saben cómo actuar en las dificultades y que ponen el dedo en la llaga: uno no se puede quedar rascándose los piojos, sino que tiene que buscar soluciones sabiendo que nuestro Dios no nos pide que demos pan, sino que enseñemos a sembrar, y que si llega el momento, multiplicará los panes y los peces”.

Este colombiano, que en su país llegó a ser director de eventos, ahora recomienda a sus amigos acudir al Centro de Escucha, “donde prestan una gran acogida y profesionalidad”, porque “le dan a uno mucho apoyo moral para no peder la fe”. Ahora, además, acaba de terminar un curso de gericultura y tiene en perspectiva ponerse a trabajar cuidando ancianos. “La cosa ya ha mejorado y tengo fe en que va a mejorar más”, concluye.

 

Cuando uno se pregunta para qué levantarse hoy

Para Marisa Magaña, responsable del Servicio de Escucha de los Centros de Humanización de la Salud, de los religiosos camilos, la caída en el desempleo es comparable, en alguna medida, con otro tipo de pérdidas, más que nada, por las circunstancias que lo acompañan: empiezan los aprietos, puedes quedarte sin casa, reduces tus relaciones sociales, te quedas sin el prestigio social que da el empleo y puedes llegar a no ver sentido a la vida.

“Cuando una persona empieza a perder cosas, por el camino puede quedarse también su dignidad, y eso es muy difícil de recuperar”, apunta esta psicóloga especialista en el afrontamiento del duelo.

“El gran problema –añade– es el grado de desesperanza, porque no se ve futuro, no se conciben soluciones a lo que estamos viviendo. Así, una persona en paro puede llegar a preguntarse para qué levantarse hoy, si todos los días son iguales. Pueden acabar en un círculo vicioso: no te mueves porque no tienes ganas de moverte y, si no te mueves, no vas a encontrar ánimo suficiente”.

Matiza Magaña que no se puede achacar sin más la culpa de los suicidios a la crisis, al paro o a los desahucios: “Tiene más que ver con la estructura de la personalidad del individuo y sus mecanismos de afrontamiento de las dificultades”.

Lo que sí confirma es que han aumentado notablemente las demandas relacionadas con la pérdida del empleo, tanto individuales como de colectivos eclesiales, que quieren poner en marcha un servicio de este tipo en sus parroquias y comunidades.

Además, añade, “hoy, la resiliencia, la tolerancia a la frustración de las personas, ha cambiado mucho. Antes, con tantas carencias, las situaciones vitales difíciles llegaban solas, sin necesidad de episodios especiales; también han cambiado la educación y los valores con los que orientarse por la vida, y hasta las formas de ocio, que hoy son más individualistas, más consumistas, de modo que mucha gente vive en absoluta soledad y ha de enfrentarse sola a procesos dolorosos”.personas paradas en la sala de espera de una oficina de empleo

 

“Prometemos que llegaremos juntos”

Belén Cámara es una de las 2.500 personas con que cuenta Cáritas para atender a los desempleados más desfavorecidos. La voluntaria al frente de la bolsa de empleo de la Parroquia de San Antonio María Claret, de Madrid, reconoce que se ha vuelto muy difícil dar salida a la demandas de colocación en el servicio doméstico.

“Ahora, las que estaban internas han bajado en un 20%; las externas que tenían jornada completa trabajan a media jornada; y las que trabajaban unas horas se han quedado sin nada”, se lamenta.

Está acostumbrada a escuchar peticiones de “lo que sea y como sea”, aunque, desde hace un tiempo, la red de Cáritas impone unas condiciones mínimas de trabajo para participar en la intermediación laboral.

Comparativamente son ya pocas las bolsas de este tipo que siguen existiendo. El protagonismo en este campo está reservado ahora a los Servicios de Orientación e Información para el Empleo de Cáritas (SOIE).

Aun así, Cámara explica que está desbordada: “Hay tardes en que lo primero que digo es que no puedo ofrecer nada y que se queden únicamente quienes vienen por primera vez. Tengo calculado que no puedo atender a más de 15 personas, pero hay días que llegan unas 70”.

En la actualidad, su esfuerzo principal se centra en recoger los datos de las solicitantes de empleo, derivarlas a otros servicios que puedan atenderlas y orientarlas en la búsqueda de trabajo. “Me dedico sobre todo a ofrecer acogida y que me vean como una amiga con la que pueden contar, a estudiar la problemática de cada una, a ayudarles a mantener la esperanza, sin crear faltas expectativas…”, comenta.

Por las diversas acciones desarrolladas por Cáritas pasaron en 2012 más de 80.000 personas, de las cuales 13.300 lograron acceder al mercado de trabajo. La tasa de inserción fue del 16%, muy por encima de la que consiguen los servicios públicos de empleo.

Para lograrlo, Cáritas invirtió 32 millones de euros, de los cuales una cuarta parte sirvió para impulsar 29 iniciativas de economía social.

Las claves están en la personalización de la atención, con un diagnóstico claro de las posibilidades y necesidades de cada persona –porque no vale el “café para todos”– y la intervención integral que va más allá de la situación puntual de desempleo para abarcar también el resto de dimensiones, como la vida familiar o la trayectoria personal.

Con esos puntos de partida, los agentes de Cáritas proponen un camino a recorrer al beneficiario. “Supone mucho trabajo de acompañamiento y un gran esfuerzo para mantener el ánimo. No sabemos dónde vamos a llegar, pero podemos prometer que llegaremos juntos”, expone el responsable de Empleo de Cáritas Española, Félix Miguel Sánchez.

En el nº 2.861 de Vida Nueva.

 

 

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