Déjame ser solo un niño

Misiones Salesianas combate el trabajo infantil en países como Benín

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Déjame ser solo un niño (extracto)

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | En unos días, miles de niños pondrán fin a sus vacaciones de verano y se incorporarán a las clases, entregándose a su única actividad pretendidamente obligatoria: esforzarse en los estudios y tratar de abrirse paso de cara al futuro. Sin embargo, esta situación, como denuncia la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no es la que viven 215 millones de menores en todo el mundo que se ven obligados a trabajar como si fueran adultos. Y la mayoría, hasta 115 millones, en labores que suponen un riesgo para su salud, ya sea en minas, basureros o fábricas.

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Cartel de la campaña de Misiones Salesianas

Esta situación es denunciada por multitud de instituciones, como Misiones Salesianas, que profundiza en la emergencia del drama con otros datos demoledores: más de 100 de esos 215 millones de niños trabajadores viven en la calle, unos nueve están en condiciones de esclavitud, alrededor de dos padecen explotación sexual y 1,2 son víctimas del tráfico infantil. Además, diez millones de niñas se casan obligadas cada año y 300.000 niños son reclutados como soldados.

Dar a conocer esta realidad con cifras pormenorizadas es solo la primera fase de la acción de Misiones Salesianas en esta lucha. Aparte, cada año impulsan todo tipo de proyectos allí donde más urge su ayuda. En la campaña de este año, que se llama No estoy en venta, continuarán con su labor en escuelas, orfanatos y casas de acogida. La última intención sería que todos los niños que atraviesan tal situación tuvieran la posibilidad de salir de ese túnel; para ello, cuentan con observatorios en mercados y fronteras, con unidades de atención nocturna y hasta con teléfonos del menor. Finalmente, fieles al carisma de la casa, todas sus actividades tienen como fin el impulso de la formación de los niños así como su reinserción en la familia y en la comunidad.

África es uno de los continentes en los que la situación es más difícil. Patricia Rodríguez, responsable de Proyectos de Misiones Salesianas, recalca que en la zona oeste “es un fenómeno que tiende a aumentar, puesto que va de la mano de la pobreza, los conflictos y la desestructuración familiar”. En el caso de los enfrentamientos políticos, tribales y étnicos, sus consecuencias son devastadoras para quienes están más desprotegidos: “La última crisis en Costa de Marfil o la guerra de Malí han dejado muchísimos niños solos, quedando como refugiados o desplazados y con una gran vulnerabilidad para convertirse en víctimas del tráfico y la explotación”.

El reto de la prevención

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Niños de la calle en un mercado de Benín

Así, el gran reto es el de la prevención. Una tarea que, a juicio de Patricia, compromete principalmente a los gobiernos, pero también a las comunidades locales: “Se debe instruir a funcionarios, jueces y policía. Entre los grandes problemas para luchar contra esta lacra están la porosidad de las fronteras y la impunidad tanto de traficantes como de las familias que venden de forma consciente a sus hijos. No solo son necesarias las reformas legislativas, que en la mayoría de países existen, sino que deben aplicarse. Por eso es imprescindible sensibilizar a la población sobre el destino que le espera a un niño víctima de tráfico, pues muchas veces no son conscientes y otras son engañados por los traficantes”.

Pese a todo, la responsable de Proyectos de Misiones Salesianas cree que va consolidándose una evolución positiva: “Esto hoy es una realidad para muchos de los niños que viven en nuestros hogares, donde se les garantiza el acceso al derecho a la protección”. Algo que ella ha experimentado de un modo directo en el hogar para niñas que los salesianos tienen en Kara (Togo): “Durante años viví ahí, en una de mis experiencias más bonitas. Cada una de las chicas es especial y tiene una historia dramática detrás; lo admirable es que son historias que se han trasformado en cariño y superación personal. Un ejemplo es el caso de dos hermanas que rescatamos a los 12 años, cuando su padre las iba a vender a un anciano para casarse con ellas. Actualmente, cursan Secundaria y son las dos primeras de su clase”.

Esta misma esperanza es la que Misiones Salesianas nutre en Benín, donde el 50% de la población tiene menos de 18 años. Ante el enorme riesgo de que muchos niños sean obligados a trabajar, surgen iniciativas como las llamadas Escuelas Aceleradas, que pusieron en marcha en 2006. En la de Porto Novo, la capital, trabaja el misionero español Juanjo Gómez, quien apunta un doble fin: “Impulsar la formación de los chicos y, a la vez, sensibilizar a los patronos y a las familias sobre la importancia de esa alfabetización”.

Como apunta, el proyecto se desarrolla en tres fases: “La primera se da en los mercados, contando con personal en los de tres ciudades. Allí se realiza una primera atención a los niños que vagan por el mercado y se detectan casos de abusos, tráfico y maltrato. Tras esa primera labor de seguimiento y orientación, muchos de los niños son dirigidos al Hogar Don Bosco, en Porto Novo. En tres aulas les ofrecemos la oportunidad de alfabetizarse en nuestros cursos, fomentando la autonomía personal desde un seguimiento individualizado. La última fase se da en el Centro Magone, donde tenemos otra aula y además direccionamos a los chicos a colegios del barrio. Allí se inician como aprendices en un oficio: peluquería, carpintería, mecánica… Como objetivo final, se busca que el menor pueda incorporarse a su familia. Cuando no es posible, se busca una de acogida, porque entendemos que el entorno familiar es el más idóneo para su desarrollo”.

El curso pasado recibieron a 84 niños y niñas, que fueron atendidos por los 43 trabajadores (incluida una psicóloga) y siete voluntarios que forman parte del programa. También cuentan con una granja en Saketé, en la que se crían animales y donde realizan cultivos básicos. Allí acuden otros aprendices que, al tiempo, reciben formación académica. Todos los niños, tanto los de los centros como los que están en la granja, viven en sus nuevos hogares.

Respecto al trabajo de sensibilización con patronos y familias, Juanjo es optimista: “El proceso es lento y costoso, pero cada paso dado es un niño que recibe un trato adecuado. Ya hay menores que son enviados a nuestros centros y no a la cárcel, como sucedía antes. Igualmente, nuestra tarea también está muy ligada a otras instituciones, como la  policía o la judicatura”.

Cada historia, un regalo

El salesiano se reconoce feliz: “Ser misionero ha sido una lotería, no un sacrificio”. Así, concreta esa ilusión en casos de niños a los que les cambió la vida: “Pienso en S [solo ofrece su inicial], un niño al que hubo que amputarle una pierna debido a una infección mal curada y que a los cuatro meses estaba bailando en la fiesta final de la escuela. Hoy es un orgulloso aprendiz de peluquero. Otro caso es el de B, con dos intentos de suicidio y que hoy estudia Bachillerato. Muchos son víctimas del tráfico infantil. Tenían pavor a los adultos, porque de ellos solo habían recibido violencia y humillación. Poco a poco, comienzan a desenvolverse, a sonreír, a interactuar”.

Sobran los motivos: la infancia es el tiempo para jugar y para aprender. Nada más.

Una vida secuestrada

En Benín, donde la mitad de la población es menor de edad, uno de cada tres niños y adolescentes se ve obligado a trabajar, en su mayor parte, en labores agrícolas. De estos, hasta un 31% está empleado en trabajos peligrosos para la salud. Desgraciadamente, aún es peor la situación de las víctimas del tráfico infantil. Es el caso de Kawi, de 15 años, cuyo testimonio se recoge en la campaña No estoy en venta, de Misiones Salesianas: “Procedo del norte de Benín y mis padres son alcohólicos. Mi abuela se hizo cargo de mí y me llevó a Nigeria. Allí me vendió a una familia para que trabajara en su casa. Las visitas de mi abuela solo eran para cobrar el dinero que ganaba. La dueña de la casa abusaba de mí. Me pegaba, me quemaba y me hacía cortes con cuchillos. Logré escapar y acabé en la calle, pero mi vida allí tampoco mejoró: palizas, violencia, hambre, dormir en cualquier sitio y persecuciones policiales. Ahora estoy en un colegio de los salesianos. Por la mañana me enseñan a leer y a escribir, y por la tarde aprendo un oficio. Ahora sí estoy disfrutando e ilusionado con mi futuro”.

En el número 2.860 de Vida Nueva.

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