Álvaro Ulcué Chocué, sacerdote indígena

En 1984 derramó su sangre por sus hermanos paeces

 

Álvaro-Ulcué

A mediados de 1980, Álvaro Ulcué Chocué convocó a  800  indígenas de  los resguardos de Toribio, Tacueyo y San Francisco, ubicados en el Norte del Cauca, que en seminarios – talleres de varios días formularon de manera participativa lo que se denominó El proyecto básico de la comunidad Nasa, hoy vigente y en plana vitalidad. Álvaro, sacerdote indígena de la etnia Páez, dedicó su vida a la causa de sus hermanos indígenas, defendiendo su dignidad, cultura y territorio.

Como líder y testigo de la fe, fue un profeta que con voz clara denunció públicamente los atropellos y las injusticias que sufrían sus hermanos indígenas por parte de terratenientes que habían usurpado sus tierras ancestrales. Por eso, la recuperación de las tierras por las vías legales era el aspecto central del proyecto que tenía en Álvaro a su principal vocero. Por su parte, los terratenientes, con el apoyo de la fuerza pública, hostigaron, denunciaron y amenazaron al sacerdote, al punto que su situación se fue tornando cada vez más grave y peligrosa. En enero de 1982 la violencia acabó con la vida de una de sus hermanas y de tres familiares más, además de atentar contra la integridad de sus padres, quienes resultaron heridos.

El sábado 10 de noviembre de 1984, Álvaro fue asesinado por dos sicarios, mientras esperaba que le abrieran las puertas del albergue Santa Inés en Santander de Quilichao. Minutos antes, al  subirse al campero, dentro del cual fue asesinado, había dicho a unos amigos “me siento como cansado, falta mucho por hacer… viajar, caminar, trabajar, eso es la vida, pero el Señor no nos abandona; sigamos trabajando mientras nos dejen trabajar”. Alguien le preguntó: ¿Padre, cuándo va a volver? Él  contestó: “¿Quien puede saberlo? Este viaje es larguito, pero ustedes sigan trabajando. Eucha”, que en español, quiere decir “adiós”.

La comunidad Nasa sigue teniendo como referente a este abnegado hijo de su pueblo. Las marchas multitudinarias para exigir sus derechos han sido una constate que ejemplifica el reclamo civilizado y no violento. Sin embargo, como Álvaro otros indígenas han caído bajo las balas asesinas de las fuerzas armadas del Estado, de los grupos paramilitares y de la guerrilla. Pero la lucha por su territorio, autonomía, cultura y dignidad no tiene reversa.

Las vidas del cura Lame

En su novela “Las vidas del cura Lame”, María Teresa Herrán narra la muerte del P. Álvaro Ulcué Chocué, personificado en el cura Agustín Lame:

Sor Juliana le había contado a Pepe que ocho días antes de morir el cura Lame, al hacer una visita pastoral por las veredas, pararon en una gasolinera cerca de Calío. Mientras esperaban que les llenaran el tanque del jeep de la parroquia, se acercó un muchacho de veinte años, un colono blanco que le tenía afecto al cura y susurró de prisa, mirando inquieto de un lado para otro, como temeroso de que lo escucharan: ‘Ojo, padre, que andan detrás de usted. ¿Sabe que han ofrecido doscientos mil pesos al que lo mate?’. Agustín se limitó a comentar, como si la advertencia no hubiera sido para él sino para otro: ‘Hay que estar preparados, ¿verdad sor Juliana? Sabemos que eso nos sucederá tarde o temprano. Tengamos entonces la confianza de admitirlo. Construyamos esa valentía que nos hace falta. Acostumbrémonos poco a poco a la idea de la muerte para no sufrirla cuando llegue’ (…). 

En cualquier recoveco de Palenque de Sorá, en los territorios que habían recogido desde siempre a un pueblo altivo sin que los conquistadores españoles lograran doblegarlo, Agustín Lame empezó a asumir su destino de gran recolector de los instintos de supervivencia de sus hermanos los paeces. Los padres lo ponían de ejemplo a sus hijos, los viejos lo recreaban con la magia suficiente para encantar a sus nietos, los vecinos no se cansaban de relatar sus hazañas durante las mingas, los Tje Eu lo citaban para darle más peso a sus curaciones del alma y de la carne, y los líderes de la Organización para la Defensa de los Indígenas se apoyaban en él para convencer a la comunidad de que la única salvación de los paeces estaba en la decisión irrevocable de salir adelante. Agustín Lame creció más allá de la vida, de la muerte y de las canonizaciones (…). Ese día que trastornó su vida, [Estanislao Zalaque] se estaba desayunando en el café Paraíso cuando vio llegar al padre Lame, quien se dirigía al convento de las monjitas misioneras. De pronto, dos hombres en una moto se acercan al cura y sin posibilidad de errar, el parrillero hace un gesto. Antes de que se vuelva realidad, Estanislao intuye que ese gesto es el de apuntar hacia el objetivo y apretar el gatillo. ‘Fueron dos tiros y le entraron al cura por la cabeza y por el pecho, hasta el corazón. Pobre cura, un buen padrecito y lo digo aunque yo ya no voy a misa, pero eso sí para qué, al cura Lame todo el mundo lo quería, sobre todo los indígenas’.

Texto: DR. JAIME H. DÍAZ A. Foto: PODION

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