El Papa preside la misa de clausura de la JMJ Río 2013
ANTONIO PELAYO. RÍO DE JANEIRO | La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de Río de Janeiro ha sido –creo que nadie se atreverá a negarlo– un éxito rotundo, un desafío ganado por goleada, una reafirmación incontestable de la profética intuición que llevó al beato Juan Pablo II, a mitad de los años 80, a invitar a los jóvenes de los cinco continentes a “celebrar, proclamar, testimoniar juntos que Cristo es nuestra paz”.
Esta XXVIII edición ha corroborado que la iniciativa no estaba condenada, como algunos insinuaron entonces, a fracasar, sino a crecer hasta convertirse en uno de los ejes de la “nueva evangelización” que tanto necesita el mundo contemporáneo y en un estímulo que cada tres años moviliza a toda la Iglesia desde Roma a Papúa-Nueva Guinea, desde Buenos Aires a Beirut, desde Abidjan a Nueva Delhi.
Paralelamente –aunque esto para él sea del todo secundario–, ha confirmado el poder de convocatoria del papa Francisco, que, en su primer viaje internacional y en su primera JMJ, ha reunido en torno suyo una multitud enorme, donde estaban representados 190 países, es decir, la práctica totalidad de las naciones existentes.
Para resolver lo antes posible la siempre inevitable batalla de cifras, digamos que el alcalde de Río, Eduardo da Costa Paes, informó de que, en la jornada de clausura, estuvieron presentes 3.200.000 personas.
Como toda cifra, también esta es discutible, pero hay un punto de comparación interesante: en el año 2006, los Rolling Stones lograron reunir en la playa de Copacabana a un 1.200.000 fans. Si se comparan las fotos de aquel acontecimiento con las de la JMJ, se observa la notable diferencia entre ambas a favor de la concentración de los jóvenes católicos. Aun rebajado el número de presencias, convierte a la cita de Río en la segunda mayor multitud reunida en torno a un papa, después de la Jornada de Manila en enero de 1995.
Hay que tener en cuenta, además, que si en Filipinas la inmensa mayoría de los presentes eran nacionales, con una escasa presencia internacional, en Río de Janeiro predominaban, como es natural, los brasileños, pero había grupos muy importantes provenientes de Argentina, los Estados Unidos, Italia, Polonia, Canadá, México y otros países latinoamericanos y europeos; menos presentes, los asiáticos y los africanos. El costo del viaje explica ampliamente estas ausencias.
Las autoridades brasileñas habían decidido que la vigilia y la misa de clausura tuviesen como marco el bautizado como ‘Campus fidei’, en la localidad de Guaratiba, situada a unos 40 kilómetros del centro de la ciudad. Se trata de un área muy vasta –más de un millón de metros cuadrados, más del doble del aeródromo de Cuatro Vientos de Madrid–, en la que se habían realizado ingentes trabajos de saneamiento y se había construido un inmenso palco de 4.000 metros cuadrados.
Las copiosas lluvias caídas en la zona en los días inmediatamente anteriores a la JMJ convirtieron en irrealizable el proyecto y, ya el jueves 25 de julio, se anunció que los dos actos masivos presididos por el Papa, el sábado y el domingo, se celebrarían en la playa de Copacabana (cuatro kilómetros de larga). Esto obligó a improvisar un nuevo plan logístico, que, gracias a la Divina Providencia, funcionó sin problemas importantes.
Lógicamente, las inversiones que se habían hecho en Guaratiba no sirvieron para nada. Han sido valoradas en 23 millones de reales (menos de diez millones de euros), pero los responsables insistieron en que “el precio de una vida humana que se pierde es superior a cualquier otra consideración económica”.
En consecuencia, durante la noche entre el sábado y el domingo, la elegante zona de Copacabana, llena de hoteles y apartamentos de alto standing, así como la playa, se transformaron en un campamento donde durmieron una buena parte de los jóvenes que habían asistido a la Vigilia de oración presidida por el Papa. La policía informó de que no se había producido incidente alguno. Hay que decir que la vigilancia policial se hacía notar.
A primeras horas del alba, afluyeron desde todos los rincones de esta inmensa ciudad –seis millones de habitantes, ocho si se tiene en cuenta la zona periférica– grupos compactos de peregrinos con sus respectivas banderas nacionales, frecuentemente entonando himnos y, en algunos casos, rezando en voz alta. Fueron ocupando las zonas aún libres y lo más cercanas posibles a las megapantallas de televisión que transmitían lo que sucedía en el palco instalado en un extremo de la playa.
En torno a las nueve de la mañana, el helicóptero en el que viajaba el papa Francisco –que, previamente, había sobrevolado el monumento del Corcovado con la gigantesca estatua de Cristo– se posaba en el Fuerte de Copacabana, estrechamente custodiado por unidades del ejército. Sin pérdida de tiempo, Bergoglio se instaló en el papamóvil y se dispuso a recorrer por tercera vez el itinerario que le conduciría al altar donde iba a presidir la Santa Misa, concelebrada por más de 1.500 cardenales, obispos y sacerdotes.
La caravana esta vez avanzó lentamente, empleando casi tres cuartos de hora para recorrer cuatro kilómetros; naturalmente, el vehículo se paró en numerosas ocasiones para que el Santo Padre pudiese besar a los bebés que le acercaban sus guardias de corps. La masa de entusiastas era muy densa; y la distancia entre las vallas protectoras y el papamóvil, muy corta, por lo cual la lluvia de objetos dirigidos hacia el coche era muy abundante: camisetas, ramos de flores, etc. Bergoglio lograba atrapar algunos de ellos y los pasaba a su secretario, monseñor Xuereb. Dejo al lector la consideración de los peligros que esto comporta para la seguridad del Pontífice, pero a él esto parece no importarle.
El corazón de Cristo
Llegado al podio, se dirigió a la sacristía para revestirse con los ornamentos litúrgicos, de una gran sobriedad, y, en torno a las diez de la mañana, comenzó la Santa Misa para la evangelización de los Pueblos, precedida por el canto del himno oficial de la JMJ.
En sus palabras de saludo, el arzobispo Tempesta –que no se ha separado de Bergoglio ni un solo momento durante toda la semana– destacó que “el símbolo de esta Jornada es un corazón dentro del cual se encuentra la imagen de Cristo redentor. El corazón del discípulo que bate al compás del del Maestro. En el centro de cada corazón, reina el Redentor, que está con los brazos abiertos para acogernos. Gracias, papa Francisco, por ser los brazos abiertos y el corazón de Cristo en estos días”.
En su homilía –pronunciada alternando párrafos en castellano y portugués–, el Papa sintetizó el mensaje de la Palabra de Dios en esta frase: “Vayan, sin miedo, para servir”. Tres palabras que desarrolló así:
- “La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza. Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a misionar cuando tenía tan solo 19 años. ¿Saben cuál es el mejor medio para evangelizar a los jóvenes? Otro joven. Ese es el camino que hay que recorrer”.
- “Queridos jóvenes, sientan la compañía de toda la Iglesia, y también la comunión de los santos en esta misión. Cuando hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes, descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los apóstoles a vivir aislados, los ha llamado a formar un grupo, una comunidad… A vosotros, sacerdotes, que habéis acompañado a los jóvenes, seguro que os habéis rejuvenecido todos. El joven contagia juventud”.
- “Llevar el Evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes”.
La Eucaristía fue seguida por la multitud con atención, y era fácil captar la emoción y el recogimiento de muchos de los asistentes. Fue especialmente emotivo el momento en que el Papa, en los instantes previos al ofertorio, abrazó a una pareja que llevaba en brazos a su hija nacida con graves carencias cerebrales y cuyo padre llevaba una camiseta con la inscripción “Parad el aborto”.
En su último encuentro con los informadores, aquí en Río de Janeiro, el portavoz vaticano, Federico Lombardi, no perdió la ocasión de afirmar que tanto el Santo Padre como todos sus colaboradores volvían a Roma “bastante cansados pero muy satisfechos”. Si se me permite añadir un detalle: a pesar de evidentes muestras de cansancio en ciertos momentos, el Papa argentino ha demostrado una notable resistencia física y un envidiable tono vital. Dominus conservet eum.
Próxima cita: Cracovia 2016
Una vez finalizado el rito eucarístico, y después de escuchar unas palabras de agradecimiento del cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, el Papa hizo el anuncio por todos esperado: la próxima Jornada Mundial de la Juventud tendrá lugar en Cracovia el año 2016.
Estaba en el aire que sería la antigua capital real de Polonia y sede arzobispal del beato Karol Wojtyla la ciudad escogida; quien fue su secretario personal tantos años, el hoy cardenal Dziwisz, lo había dado a entender en más de una ocasión. Polonia será, después de España, el segundo país que acoja por dos veces la JMJ: la primera tuvo lugar en Czestochowa el año 1991.
Los numerosos jóvenes polacos presentes en Río hicieron patente su alegría con toda la expresividad vocal y de movimientos de que fueron capaces, es decir, mucha.
En el nº 2.859 de Vida Nueva
Número especial JMJ de Vida Nueva