Una JMJ igual pero diferente

MANUEL SÁNCHEZ MONGE, Obispo de Mondoñedo-Ferrol

La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que hemos vivido en Río de Janeiro ha sido igual a las anteriores, pero diferente. El papa Francisco ha mantenido los rasgos introducidos por sus antecesores, el beato Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero ha marcado también sus acentos:

1. Excelente conexión con los jóvenes

Se preveía una buena conexión entre el nuevo Papa y los jóvenes, pero la realidad ha desbordado las previsiones. Siguiendo la tradición de sus antecesores, Francisco no se ha andado por las ramas y les ha dicho: “Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno: descubrirlo, responder a la propia vocación, es caminar hacia la realización feliz de uno mismo.

Dios nos llama a todos a la santidad, a vivir su vida, pero tiene un camino para cada uno”. Y les ha pedido que se rebelen contra “esa cultura de lo provisional y de lo relativo que pregona que el matrimonio está pasado de moda y que lo que importa es disfrutar el momento presente y dejar a un lado opciones definitivas”.

“Francisco no se ha andado por las ramas y les ha dicho:
‘Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno:
descubrirlo, responder a la propia vocación,
es caminar hacia la realización feliz de uno mismo…”

2. Los jóvenes, en su tejido social

El Papa ha querido encontrarse con los jóvenes, sin aislarlos, en su tejido social, junto con los ancianos, los marginados… Lo dijo en el encuentro con los periodistas en el avión. Y añadía: “Porque cuando aislamos a los jóvenes, cometemos una injusticia; les quitamos su pertenencia. Ellos pertenecen a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe… Ellos son el futuro de un pueblo, junto con los ancianos: unos aportan la fuerza y otros la sabiduría de la vida”.

La crisis mundial ha perjudicado a los jóvenes y es muy alto el porcentaje de ellos sin trabajo. Padecen también los efectos de la cultura del desecho; hay que implantar la cultura de la inclusión y del encuentro. Así lo ha reconocido el Papa. Pero ha señalado bien su objetivo: “No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo”. Y les ha exhortado a ‘poner a Cristo’ en su vida, recomendándoles como actitudes vitales mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.

3. Discípulos y misioneros. El Documento de Aparecida

El lema de esta JMJ estaba sacado del Documento de Aparecida, e insistía en que los jóvenes han de ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Lo explicó muy bien el Papa en tres expresiones: vayan, sin miedo, para servir. El auténtico discípulo de Jesús sabe que tiene que cargar con su cruz cada día. Por eso el Papa no ocultaba lo que debe significar la cruz en la vida del joven: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros… y una invitación a dejarnos contagiar por este amor, a salir de nosotros y a mirar siempre al otro con misericordia y amor…

Intuyo que, en el encuentro con el CELAM, Francisco ha señalado el Documento de Aparecida como referente para toda la Iglesia. Ha distinguido entre la dimensión programática y paradigmática de la misión. La primera consiste en la realización de actos de índole misionera. La paradigmática, en cambio, implica poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares. Esta conlleva toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. Y lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es la misionariedad. Aparecida ha propuesto como necesaria la Conversión Pastoral.

“La última JMJ ha tenido un fuerte contenido social.
El papa Francisco parece muy preocupado por la desigualdad entre los pueblos,
por la falta de solidaridad…”

4. Un mayor contenido social

La última JMJ ha tenido un fuerte contenido social. El papa Francisco parece muy preocupado por la desigualdad entre los pueblos, por la falta de solidaridad: “El pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra –esta palabra solidaridad– a menudo olvidada u omitida, porque es incómoda. Casi da la impresión de una palabra rara… solidaridad… Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo… No es, no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es esta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos”.

“También quisiera decir que la Iglesia (…) desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que solo Dios puede saciar. Hambre de dignidad. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, la familia, la educación integral, la salud, la seguridad”.

En el nº 2.859 de Vida Nueva

 

Número especial JMJ de Vida Nueva

 

 

ESPECIAL WEB: JMJ RÍO 2013

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