Editorial

En Río late el corazón joven de la Iglesia

Compartir

fiesta de acogida de los jóvenes playa de Copacabana JMJ Río 2013

EDITORIAL VIDA NUEVA | Aún están calientes las cenizas que dejó el paso de los indignados y están a punto de encenderse las luminarias del próximo campeonato mundial de fútbol en Brasil, cuando comienza a palpitar, como un corazón, la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), la que hace la edición número 28. De este modo, como punto de equilibrio entre la protesta y el carnaval, la JMJ invita al examen crítico, a la reflexión profunda y también a la celebración y al festejo.

Así ha sido desde 1983, cuando el papa Juan Pablo II, desde Milán, invitó a la celebración del jubileo del Año Santo extraordinario. La respuesta a ese llamado fue en ese año, y en los que siguieron, una sorpresa.

En los protagonistas principales de estas jornadas, la Iglesia ha encontrado un corazón joven, según la expresión de Juan Pablo II. Lo dijo en Roma, en donde, recordando un dicho común en su país, observó con evidente alegría: “Si vivimos con jóvenes, tendremos que convertirnos en jóvenes, así yo me rejuvenezco”.

La Iglesia rejuvenece en cada nueva JMJ. “La esperanza mana eternamente en el corazón de los jóvenes”, diría el Papa en Toronto, nuevamente impactado por un evento en el que el factor común ha sido la presencia bulliciosa de jóvenes que se enorgullecen de su condición de creyentes y que, al sumergirse en el espíritu de las jornadas, buscan vivir “una experiencia vital e inolvidable”.

El estudio citado en el Pliego por el asesor de Juventud de la Conferencia de Religiosos de Brasil, Frei Rubens Nunes, señala que el 14% de los jóvenes participantes en las JMJ tienen una vivencia un tanto alejada de la Iglesia; un 37,1% tiene un compromiso concreto; un 15,3% vive intensamente su fe; y un 32,8% va a la JMJ por costumbre.

Cuando se pregunta directamente a los jóvenes, estos ofrecen su visión sobre la Iglesia que sueñan y que quieren encontrar en estas jornadas. La sueñan abierta a la sociedad, a la diversidad, creciendo no en número, sino en valores; una Iglesia cercana, sencilla, alegre, humilde, peregrina, sensible a los signos de los tiempos; que replantee la fe y la manera de vivirla a todos los de religión rutinaria y estancada; una Iglesia menos dedicada al servicio de sí misma y más al de los demás; una Iglesia que demande y escuche también su opinión. Tales fueron las respuestas ofrecidas por jóvenes durante la última JMJ, celebrada en Madrid en 2011.

En los protagonistas principales de estas jornadas,
la Iglesia ha encontrado un corazón joven,
según la expresión de Juan Pablo II:
“Si vivimos con jóvenes, tendremos que
convertirnos en jóvenes, así yo me rejuvenezco”.

Puede imaginarse lo que sentirían estos jóvenes al escuchar al papa Benedicto XVI cuando, dirigiéndose a ellos, y como si les diera respuesta a sus inquietudes, dijo: “No tengáis miedo de afrontar esas preguntas. Expresan las grandes aspiraciones que están presentes en vuestro corazón y esperan respuestas, no superficiales, sino capaces de satisfacer vuestras constantes esperanzas de vida y de felicidad”. “Vosotros representáis la esperanza y el futuro de la Iglesia”.

Aquel Papa que así los estimuló, compuso, con su renuncia, un magno gesto y abrió un sendero de cambio heredado por Francisco, el primer papa latinoamericano de la historia, y que, providencialmente, retorna al fin del mundo del cual provino, el continente joven, para este nuevo encuentro con la juventud con una prédica que recoge el eco de aquellos sueños.

Es probable que entre los participantes en la Jornada en Río de Janeiro se repita el pronóstico de otras jornadas: “Este encuentro servirá para darnos cuenta de que no estamos solos”. Es un sentimiento extendido en el mundo de hoy: la soledad de los creyentes. Es el mundo en que les ha tocado vivir a los jóvenes.

Así lo describió Benedicto XVI: “La cultura actual tiende a excluir a Dios o a considerar la fe como un hecho privado, sin relevancia en la vida social; se constata una especie de eclipse de Dios, de verdadero rechazo del cristianismo”.

Agregaba el Papa en la Jornada de Madrid: “Uno de los males del ser humano no es más que creerse dioses y pensar no necesitar de más cimientos que uno mismo”. Ante esto, planteaba el reto: “Sean una alternativa válida para un mundo sin Dios, pesimista y egoísta. No es este un suelo firme para edificar la civilización del amor y de la vida, capaz de humanizar a todo hombre”.

Cuando se pregunta directamente a los jóvenes,
estos ofrecen su visión sobre la Iglesia
que sueñan y que quieren encontrar en estas jornadas:
abierta a la sociedad, a la diversidad,
creciendo no en número, sino en valores;
cercana, sencilla, alegre, humilde, peregrina.

Puestos a identificar sus expectativas para Río, la lista de los jóvenes es extensa. Según ellos, la JMJ debería globalizar los valores cristianos de la misma manera que los medios de comunicación globalizan los criterios de consumo; deberá ser, agregan, una jornada que difunda el sentido del compartir y de aprender del otro.

Allí se deberá sentir que todos hacemos parte de esa familia que es la Iglesia; y se ha de reforzar el sentido de la unidad en Cristo; de allí debe surgir un mensaje juvenil diverso y plural para el mundo; puesto que América Latina aporta su singularidad de continente en fuga, el propósito para Río es que la migración forzada, con sus redes de solidaridad, llegue a ser una coyuntura evangelizadora; pero, sobre todo, que Río sea una sacudida para los que aún no han vivido su encuentro con Cristo.

Aquel clima, a la vez de oración, de meditación y de gozosa fraternidad y fiesta, toca el corazón y motiva para seguir la consigna de Río: Vayan y hagan discípulos en todos los pueblos.

En el nº 2.858 de Vida Nueva

 

ESPECIAL JMJ RÍO 2013