El ciclón Francisco colapsa las calles de Río

recorrido en jeep por las calles de Río de Janeiro

ANTONIO PELAYO, enviado especial a Río de Janeiro | Durante sus 76 años de vida, Jorge Mario Bergoglio ha saltado el charco del Atlántico en muchas ocasiones. Pero ninguna como la mañana del lunes 22 de julio, la primera que lo hacía como papa. Eso lleva consigo obligaciones y esclavitudes que quizás no casan mucho con su modo de ser y actuar, pero que ha aceptado “por obediencia”. En el futuro ya veremos si no se inventa otra forma de viajar con menos fastos y compromisos sociales y políticos.

A las nueve menos cuarto de la mañana, el Airbus 320 de Alitalia despegaba del aeropuerto de Fiumicino. A bordo, iban el Papa, su séquito –los cardenales Tarcisio Bertone, en su probablemente último viaje internacional como secretario de Estado; Stanislaw Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos; y el brasileño Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, además de otros prelados y oficiales de la Curia– y unos 70 periodistas de todo el mundo.

Con cada uno de nuestros colegas, Francisco quiso tener un breve encuentro. A algunos de ellos los conocía ya, a otros no; con todos estuvo cercano y cordial. Y, aunque el portavoz, Federico Lombardi, había insistido en que no se trataba de una conferencia de prensa, saltaron a la luz algunas de las frases que Bergoglio dijo a sus interlocutores.

No había, por otra parte, grandes novedades, ya que se trataba de ideas ya expuestas por el Pontífice cuando ha hablado de esa “generación de jóvenes que podemos perder para siempre”, con la consiguiente frustración y empobrecimiento para sus países de origen y para el mundo. También aludió a la conveniencia de no olvidar a las personas ancianas, ya que de ambos, jóvenes y viejos, tiene necesidad la sociedad.

Mientras el Santo Padre sobrevolaba el Atlántico hacia Río de Janeiro, la ciudad se preparaba para una jornada inolvidable. En declaraciones a la prensa, el gobernador del Estado de Río, Sergio Cabral, afirmaba que se ha puesto en marcha la más gigantesca operación de seguridad realizada en la historia del Brasil, con más de 30.000 hombres –policías, soldados, voluntarios– movilizados para garantizar la seguridad al ilustre huésped y a los dos millones de jóvenes que se esperan.

papa Francisco con Dilma Rousseff a su llegada al aeropuerto internacional de Río de Janeiro

Francisco con la presidenta Dilma Rousseff a su llegada al aeropuerto internacional de Río

Sin himnos ni desfiles

El Papa llegó con media hora de antelación sobre el horario previsto, las cuatro de la tarde (hora local); en el aeropuerto se desarrolló una sobria ceremonia de acogida sin himnos ni desfiles militares. El Papa ya había madurado su decisión: antes de dirigirse al Palacio de Guanabara, sede del Gobierno del Estado de Río de Janeiro, quiso dar un rodeo pasando delante de la catedral metropolitana –un sorprendente edificio en forma de pirámide maya construido en los años 70 y 80­–.

Esta decisión impromptu planteó un serísimo reto a los responsables de la seguridad que durante una parte del trayecto fueron incapaces de detener la avalancha de las gentes sobre el monovolumen donde viajaba el Santo Padre, escoltado por motoristas de la policía.

La caravana equivocó el trayecto, enfilando calles donde no existía protección alguna, por lo que se vio obligada a frenar en más de una ocasión, mientras centenares de manos querían estrechar las del Papa, sin dejar de disparar sus máquinas de fotos. En otro momento, el cortejo quedó empotrado entre autocares aparcados en doble fila, sin que la escolta pudiese hacer nada para desbloquear el tráfico.

El responsable de la Gendarmería Vaticana, Domenico Gianni, y sus colegas, no perdieron la sangre fría e intentaron por todos los medios frenar el entusiasmo delirante de las gentes.

Se trata de una situación nunca vista y que plantea muy serios problemas sobre el modo de garantizar la incolumidad del Pontífice. A él, por lo visto, este no es un problema que le inquiete. De hecho, comentando poco después con los periodistas este “incidente”, el portavoz vaticano le quitó importancia e insistió en que el Papa no sintió temor en ningún momento. El que sí lo tuvo fue su secretario, Alfred Xuereb, que iba en el mismo vehículo.

recorrido en jeep por las calles de Río de Janeiro

El Papa detuvo el coche varias veces para saludar y bendecir a los más pequeños

Después de dar la vuelta a la plaza que rodea la catedral, y sin poder entrar en ella, siempre ante el entusiasmo de decenas de miles de cariocas, el Papa cambió de coche, subiendo a uno de los papamóviles llegados de Roma, y se dirigió a un helipuerto militar para embarcarse en un helicóptero que, sobrevolando el centro de la ciudad, le trasladó al Palacio de Guanabara (que significa “brazo de mar” en la lengua de los indígenas tamoios), donde la esperaban la presidenta brasileña, Dilma Rousseff –que ya le había recibido al pie del avión–, destacados miembros de su Gobierno, autoridades varias y algunos representantes del cuerpo diplomático y consular. Varias sillas vacías indicaban que no todos los invitados pudieron asistir al acto dado el caos circulatorio que se había adueñado de Río.

Salvar una generación

En su discurso, Roussef, consciente de los problemas de su país, puestos en evidencia por las recientes manifestaciones que se han dado en las principales ciudades, pronunció un discurso realista, pero esperanzado, ante lo que definió como la capacidad de su país para superar lo que algunos consideran impasses históricos. También aseguró que comprendía las razones del malestar popular y, especialmente, juvenil.

En su primer discurso, el Santo Padre tampoco quiso escurrir el bulto: “La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por lo tanto, impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio, tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo, darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida, garantizarle la seguridad y la educación para que llegue a ser lo que puede ser, transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir, asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien, dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana y despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir y corresponsable del destino de todos”.

En sus primeras palabras pronunciadas en portugués, Bergoglio añadió: “Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo”. Un solemne aplauso corroboró la simpatía que despierta Francisco.

Al final de la jornada, aparecía cansado; él mismo no se esperaba que iba a levantar tan fuertes sentimientos de simpatía, así como tan “violentos” deseos de hacerle llegar afecto y cariño. Lo que es seguro es que los servicios de seguridad, vaticanos y brasileños, no olvidarán nunca esa media hora de caos total que acompañó a Bergoglio por las calles de Río.

La posterior jornada, la del martes 23, fue considerada como “estrictamente privada”, sin ninguna actividad pública. Para el Papa, transcurrió toda ella en la residencia privada del arzobispo de Río, Orani João Tempesta, en la colina de Sumaré.

En el nº 2.858 de Vida Nueva

 

ESPECIAL JMJ RÍO 2013

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