45 millones de personas no tienen hogar

madre e hijos refugiados en Siria

Entreculturas, el SJR o Manos Unidas atienden a refugiados y desplazados

religiosa con mujer refugiada en República Democrática del Congo

Una religiosa acompaña a una refugiada en R.D. Congo

45 millones de personas no tienen hogar [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Hace un año, nació un nuevo país: Noland no cuenta con bandera ni himno, pero sí con una Constitución articulada en principios tan claros como estos: “No existirá un solo ciudadano de Noland sin acceso a la educación ni sin atención médica. Nadie será discriminado por religión, sexo o raza. No existirá desigualdad alguna entre los ciudadanos”.

Aunque su principal norma es esta: “Será ciudadano de Noland cualquier persona refugiada, tanto urbana como en campamentos, que haya tenido que salir de su país y no pueda volver a él”. Y es que Noland no es sino un país virtual que, impulsado por la ONG jesuita Entreculturas, trata de visibilizar el drama de las 45,2 millones de personas refugiadas y desplazadas en todo el mundo.

Hoy, los responsables de la campaña siguen clamando por quienes, al verse obligados a huir de su hogar (la gran mayoría, perseguidos por causa de su ideología, raza o religión), ven dificultado su acceso a derechos básicos como la educación o la sanidad. E, igualmente, tratan de mostrar la evolución de este fenómeno, enterrando tópicos.

Y es que, pese a que se piense que la gran mayoría de los refugiados viven en campamentos (donde, dentro de su difícil situación, al menos se tiene constancia de ellos y se les atiende con una acción coordinada), la realidad es que el 70% de los mismos permanecen en áreas urbanas, deambulando muchos por las mismas y sin que haya una constancia concreta de su situación por parte de las autoridades locales. Como denuncian en Entreculturas, estas personas son “invisibles”.

madre e hijos refugiados en Siria

Una familia siria refugiada

Anarquía en República Centroafricana

Pero, si hablamos de refugiados, uno de los países donde más incidencia tiene este fenómeno hoy es la República Centroafricana, sumida en el caos desde que hace tres meses los rebeldes de la Seleka tomaran Bangui, la capital.

Las consecuencias para los habitantes no han tardado en hacerse notar: “Según los últimos datos de los que disponemos, hay 54.987 centroafricanos que se han refugiado en países vecinos, sobre todo en la República Democrática del Congo. Y se cuentan, además, 206.000 desplazados internos. Todo esto sobre una población de 4,6 millones”.

Quien esto explica es el misionero español Jaime Moreno, director del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) en el país. Su experiencia le hace apreciar diferencias entre refugiados y desplazados. Así, “los que se han refugiado están a cargo de ACNUR, que, fundamentalmente, les ofrece tiendas de campaña, comida y agua. En cambio, a los desplazados internos, que han tenido que huir de sus pueblos porque se los han quemado o para evitar que los maten, es más difícil que les llegue la ayuda humanitaria a causa de la inseguridad reinante”.

Como describe Jaime, la anarquía impera en todo el país: “Sabemos que en las prefecturas de Kemo, Ouaka, Basse Kotto y Mbomou hay grandes necesidades humanitarias en protección, salud e higiene. Respecto a la salud, sobre las 11 estructuras sanitarias en estas regiones, siete han pagado cara la crisis: frigoríficos, equipos médicos y medicinas, especialmente retrovirales, han sido víctimas del pillaje de los rebeldes. Hay un riesgo muy elevado de contraer enfermedades de origen hídrico, como diarrea, fiebres tifoideas, cólera o paludismo”.

Un panorama que, como explica el responsable del SJR, no es mejor para los desplazados en materia de alimentación –“hay unas 484.000 personas en el país en situación de crisis alimentaria”, debido en gran parte a la destrucción de reservas de grano y saqueo de cosechas por la Seleka– o educación, siendo la única escuela abierta la de la misión católica en Bangassou.

refugiados y desplazados internos en un campamento en Haití

Campamento en Haití

Con las comunicaciones cortadas en todo el país, los esfuerzos del SJR se han centrado forzosamente en la capital, atendiendo a quienes, ante los ataques de los rebeldes, se ven obligados a huir a los bosques. En Bangui promueven proyectos como el impulsado por su arzobispo, Dieudonné Nzapalainga, para dar de comer a 20.000 niños y pagar a los profesores durante dos meses. Superadas algunas trabas burocráticas por parte del nuevo Gobierno, finalmente saldrá adelante.

Más allá de la capital, otros programas, como los que se quieren implementar en los próximos meses en Bossangoa (donde profesores contratados darían clases de recuperación en verano) o Markounda (donde tienen previsto construir dos escuelas en las que se formen hasta 70.000 alumnos de unos 100 kilómetros a la redonda, formando para ello a los propios padres de los chicos), esperan también poder aplicarse en su conjunto.

Campamentos ocultos en Haití

Una caso diferente se da en Haití. Allí no hay refugiados por un conflicto bélico, pero no por ello el problema es menos grave. Y es que si la nación caribeña ya era la más pobre de América, el 12 de enero de 2010 padeció el brutal impacto de un seísmo que, además de acabar con la vida de unas 220.000 personas, dejó un rastro catastrófico cuyas consecuencias continúan hoy latentes.

Entonces, junto a las numerosas escuelas y centros sanitarios destruidos, muchos hogares, levantados con endebles estructuras, quedaron arrasados. Ante la emergencia, una cantidad indeterminada de personas quedaron instaladas en centenares de campamentos de refugiados. Comenzó entonces una historia cuyo final aún muchos desconocen.

Cerca de cumplirse dos años del terremoto, Vida Nueva acompañó a una delegación de Manos Unidas para visitar muchos de sus proyectos de ayuda en el país. Entonces, algunos de los campamentos ya empezaban a levantarse… sin que se hubiera encontrado acomodo para los refugiados.

Hoy, camino ya de los cuatro años, el panorama no es mucho mejor, como confirma Jimena Francos, responsable de Proyectos de Manos Unidas en República Dominicana y Haití: “Ha cambiado la escena, pues ya no se ven, como sí sucedía hasta dos años después del seísmo, signos visibles de su destrucción, como puedan ser escombros o la invasión de tiendas de campaña que había por todas partes. Dicen que los campamentos siguen existiendo, pero se los han llevado de lugares visibles de Puerto Príncipe, la capital, a otros sitios. Aunque, precisamente por estar menos a la vista, no podemos certificar que esto indique que la gente esté mejor. Seguramente, quienes siguen viviendo ahí sea porque no tienen otro lugar ni nunca lo tuvieron antes del terremoto, o porque, quizá, aún esperan recibir alguna vivienda por seguir allí…”.

madre e hijo refugiados sirios en Líbano

Son muchos los sirios que se refugian en Líbano

Jimena lamenta la desorganización imperante y que esta bloquee numerosos proyectos de ayuda, pese a cumplirse las teóricas condiciones y contar con la financiación para su puesta en marcha. Algo que achaca a “problemas que tienen su origen en errores políticos y cuya solución es también de orden político”.

Ya sea en la República Centroafricana, en Haití o en cualquier otro país que albergue a quienes malviven fuera de su hogar, hay colectivos que hacen todo por suplir las deficiencias en la atención de quienes teóricamente deberían de ser los responsables. Muchos son inspirados por el Evangelio, como Entreculturas, el SJR o Manos Unidas. El trabajo es ingente. Más de 45 millones de personas son de Noland, un país cuyo último fin es dejar de existir.

Cárceles “al aire libre” en Siria

Actualmente, uno de los conflictos más dramáticos se está dando en Siria, donde la guerra civil entre partidarios y detractores del régimen de Bashar al-Assad ha alcanzado ya los dos años de duración. Según la ONU, ya se han superado los 80.000 muertos, la gran mayoría civiles.

En cuanto al número de refugiados, se estima que alrededor de un millón y medio de sirios se han visto obligados a dejar sus casas, instalándose en Turquía, Jordania, Líbano, Irak o Egipto.

A nivel interno, muchos son los desplazados que, sin huir de sus ciudades, sí se ven obligados a concentrarse en cuevas, edificios públicos o parques. En Alepo, el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) prepara cada día 16.000 comidas, que distribuyen en mezquitas o escuelas.

Como explica un voluntario del SJR a la web de la institución social de la Compañía de Jesús, “es como si viviéramos en una cárcel al aire libre”.

En el nº 2.856 de Vida Nueva

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