A Francisco no le temblará el pulso para reformar el banco vaticano

sede del Instituto para las Obras de Religión IOR

El Papa continúa con la tarea iniciada por Benedicto XVI y reclamada en el cónclave

sede del Instituto para las Obras de Religión IOR

La sede del IOR

ANTONIO PELAYO, corresponsal de Vida Nueva en ROMA | Comprendo que las informaciones sobre el Instituto para las Obras de Religión (IOR) apasionen a mis colegas periodistas. La historia del Instituto está tan llena de misterios nunca aclarados y de escándalos vergonzosos que actúa como un imán de efecto inmediato sobre los informadores. Pero cuando uno lleva años en este oficio tiene archivados una tal cantidad de errores y falsificaciones sobre el IOR que descalifica a una buena parte de la profesión.

Está claro, por otra parte, que el papa Francisco está decidido a clarificar el funcionamiento del Instituto y que no le temblará la mano a la hora de tomar decisiones. Ya ha comenzado a hacerlo.

Históricamente, en 1887 León XIII funda la Administración de las Obras de Religión, que Pío XII en 1942 transforma en el Instituto para las Obras de Religión con personalidad jurídica propia, que a su vez Juan Pablo II reforma en 1990 adaptándolo a las nuevas necesidades.

Resulta evidente que el IOR es un instrumento muy valioso para el buen funcionamiento de las operaciones económicas y financieras de una institución que cuenta con mil doscientos millones de fieles en todo el mundo, varios miles de diócesis y un número incontable de congregaciones religiosas así como de entidades asistenciales y caritativas que operan en el campo económico.

En su historia, sin embargo, se han producido escándalos de tal magnitud –la circulación, por ejemplo, de comisiones ilegales en operaciones financieras sobre todo italianas– que han hecho sumamemente sospechoso su funcionamiento.

Baste aludir a los nombres del arzobispo Paul C. Marcinkus –que nunca fue nombrado cardenal– o de monseñor Donato de Bonis para admitir que el IOR se vio embarcado en operaciones de indudable ilegalidad que le desacreditaron ante la opinión pública mundial.

papa Francisco y Carl A. Anderson, miembro del Consejo de Administración del IOR

Francisco recibió el viernes 28 de junio a Carl A. Anderson, miembro del Consejo de Administración del IOR

Todavía recientemente se ha demostrado que algunos de sus dirigentes hacían la “vista gorda” ante operaciones muy alejadas de la transparencia y limpieza que debería presidir su actividad.

Benedicto XVI, decidido a los cambios

Benedicto XVI decidió en su día cortar por lo sano. El nombramiento de Ettore Gotti Tedeschi fue un paso importante en esta línea, pero su cese fulminante y nunca explicado no puede no ser interpretado como un intento de boicotear una política de saneamiento y de corrección de errores pasados.

Lo mismo se diga de la separación del cardenal Attilio Nicora –en su día presidente dela Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica APSA– de la Comisión Cardenalicia de vigilancia del IOR presidida por el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado.

En las congregaciones generales anteriores al último cónclave, este tema fue abordado por numerosos cardenales, y quedó claro que había una aplastante mayoría a favor de imponer una línea de absoluta transparencia en el funcionamiento del Instituto y de una “limpieza” a fondo de ciertos comportamientos.

El papa Francisco está llevando a cabo esta operación compleja y difícil en sí misma y también por el acoso de los medios informativos ante cualquier error real o presunto en la gestión del Instituto.

Dudas sobre la comisión creada por Francisco

El Pontífice ha nombrado “prelado” –el mismo cargo de Marcinkus– a un diplomático irreprochable, monseñor Battista Ricca, y ha creado una comisión especial para que investigue y le tenga informado de cuanto se hace en el famoso torreón de Nicolas V, sede del Instituto.

Resulta interesante ver la composición de la misma, de la que uno solo de sus miembros, el cardenal Jean-Louis Tauran, tiene conocimiento de su funcionamiento como miembro de la Comisión Cardenalicia de Vigilancia. Los cuatro restantes hasta ahora solo conocían de oídas cuanto se gestaba en sus despachos más innacesibles al público. Este dato permite que surjan ciertas dudas sobre su real eficacia.

El Papa, en todo caso quiere tener, a través de esta comisión, informaciones exactas de cómo funciona el IOR para calibrar qué medidas son necesarias para sanearlo y ponerlo a resguardo de cualquier manipulación trasgresora de las leyes internacionaes en lo que se refiere al tráfico “anormal” de capitales.

Una vez en sus manos estos datos, tomará las medidas que considere oportunas, que no serán –en mi opinión– el cierre del Instituto, sino su saneamiento y su vuelta a los principios fundacionales que siguen siendo válidos.

El 1 de julio se reúne la Comisión Cardenalicia –quince purpurados, entre los cuales figura el cardenal de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela–, creada por Pablo VI para seguir los problemas organizativos y económicos de la Santa Sede. Algo tendrán que decir, se supone, sobre este aspecto fundamental para la imagen pública de la Iglesia católica.

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