Cuando la moral entra en la casuística y se vuelve arma

Código de Derecho Canónico inglés latín

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JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Las leyes y las trampas; el fumar rezando o el rezar fumando en las diatribas entre jesuitas y dominicos; la ley que aterroriza y la trampa de la letra pequeña. La epikeia tan eclesiástica y tan de doble filo. Aristóteles, en su Ética Nicomáquea, antepuso una forma de justicia a la mera justicia legal.

Asumiendo el carácter universal de toda ley, el filósofo advirtió que, en ciertas ocasiones, puede resultar más justo obrar de forma contraria a la ley que acatar su cumplimiento. Obramos de manera justa cuando, dadas unas circunstancias excepcionales, podemos suspender la interpretación literal de una norma con vistas a preservar su verdadera intención.

Me lo decía un buen amigo hace unos días platicando de piedras y cartabón junto a un edificio estrambótico. Para lograr diseñar en una nave muchas columnas seguidas, algo prohibido por la ley, un arquitecto proyectó que lo que se iba a construir era un muro con muchos vanos. Trampas de la ley, inteligencia al por mayor. Juego de palabras. Desafío total.

Suele pasar con muchas de las leyes también eclesiásticas; sobre todo las relacionadas con la moral o las costumbres. Las hacen en un calentón y piden su cumplimiento a veces de forma irrisoria. Quienes no saben de leyes, las aplican con fiereza, cánones en ristre, mandobles casuísticos. Y eso indigna, y hace daño a los sencillos y abulta dossieres que, en su momento, en el fragor de la carrera arribista, se tiran a la cara en la maraña de la doble moral.

¡Quién hubiera imaginado al cardenal Bagnasco dándole la comunión a un conocido transexual en un funeral hace unas semanas en Génova! Ya hace unos años, él mismo prohibía que se diera la comunión a divorciados vueltos a casar. Juan Pablo II dio la comunión a Fidel Castro en su viaje a Cuba y a Pinochet hace ya años. Y había motivos para lo contrario, según las mismas leyes.

Doble moral de sacerdotes que,
muy poco amarrados en su interior,
atacan con fiereza, leyes en la mano,
a muchos feligreses que acuden con sencillo corazón
a pedir un sacramento y se dan
con las puertas de la sacristía en las narices.

Todos recordamos la inquina del cardenal de Edimburgo, Keith O’Brien, en el viaje de Benedicto XVI a Inglaterra. Sus soflamas anti homosexuales fueron sonadas. Ahora, por “conducta sexual inapropiada”, no solo ha tenido que pedir la renuncia y dejar de ir al último cónclave, sino hasta salir del país un tiempo.

Quienes olvidan que Torquemada tenía sangre judía suelen caer en estas trampas. Doble moral de sacerdotes que, muy poco amarrados en su interior, atacan con fiereza, leyes en la mano, a muchos feligreses que acuden con sencillo corazón a pedir un sacramento y se dan con las puertas de la sacristía en las narices. “Creí el fuego apagado; removí las cenizas y me quemé la mano”, decía Machado.

Hacen leyes para incumplirlas con altivez y socavando ilusiones. Contar historias sobre esto daría para mucho, pero es preferible sonreír cuando quienes niegan un mundo de amplias columnas por donde entre la luz, planean muros sólidos con vanos interesados.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.853 de Vida Nueva.

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