Un paraíso perdido

Las selvas colombianas vistas por Leopoldo Richter

 

1CULTURA

 

El Museo Nacional presenta hasta el 28 de julio una sugerente exposición acerca del entomólogo y artista Leopoldo Richter. Sus dibujos, grabados, acuarelas y reflexiones de viaje no sólo dan cuenta de una profunda interpretación de las selvas colombianas, también ofrecen una oportunidad privilegiada para explorar la unidad existente entre ciencia y arte.

3CULTURANacido en Alemania en 1896, Richter estudió pedagogía en la Escuela Superior Técnica de Baden, profesión que ejerció hasta 1932. La situación política de su país, el amor por la naturaleza, así como el interés por la entomología y el arte, lo trajeron a Suramérica, donde se dedicó a viajar desarrollando empíricamente su labor. En 1935 se radicó en Colombia, donde sus preocupaciones científicas dialogaron con sus vivencias en las selvas y con el interés por conocer a profundidad la forma de vida y el pensamiento de los indígenas y de los negros de las regiones por donde anduvo. Partiendo de su álbum de dibujos, se sabe que además de la Amazonía visitó la costa Pacífica, el Chocó, la Sierra de la Macarena, el Meta y el Guaviare.

Dejarse interpelar

Según Richter, no se debe ir a la selva en busca de ‘algo’. Se debe esperar, con una actitud respetuosa, a que ésta descubra ante uno toda su complejidad. Apoyando su codo sobre un tambor, un hombre mira las figuras de personas que bailan entre hojas. Luego, en medio de la música, traza sus impresiones con granito sobre un papel. Sus dibujos son fruto de la mirada y del pensamiento, y en sus diarios conviven trazos y palabras acerca de un mundo en vías de aniquilación: “Con el ritmo de los sonidos se interpela la vida de los materiales, las plantas y de los animales, pues la entraña misma del indio ha percibido y sentido el movimiento. Proyectado esto sobre el propio cuerpo, en el baile, no es nada distinto de una placentera conversación con el entorno animado, del cual el aborigen mismo es una parte. Todo se representa allí: el paso del animal que va a ser cazado, el movimiento del pez que se apresura en la corriente, el retoñar de las plantas”.
2CULTURAUna xilografía sobre papel de arroz nos presenta, más adelante, la figura de dos indígenas sentados de perfil. Es bella, sobre todo, la intensidad con que el color de la tinta china expresa la vitalidad de los cuerpos que se tocan. La selva, sus elementos, así como las creencias y las costumbres de sus habitantes no fueron para Richter objeto de dominación racional, sino ocasión de experimentar conmovedoramente la belleza y de dejarse interpelar: “Cualquiera que haya vivido con los indios por un tiempo más o menos largo ha perdido también pronto toda extrañeza frente a la desnudez y, en cambio, ha ganado una nueva revelación de la belleza humana”. Esta cualidad de la vida se le presentaba en sus formas más cotidianas. El alemán supo alimentar con ella sus obras y sus reflexiones: “En los primeros años de vida la tarea de la madre es la de estar diariamente con su hijo. Las madres inventan juguetes para ellos y así, por ejemplo, soplan el caucho para hacer globos del tamaño de una manecita infantil… La muñeca es igualmente tan usual como en cualquier parte del mundo. También me llamó la atención que las madres no les pegan a sus hijos ni los regañan”.

Estas y otras manifestaciones de la belleza en la selva llevaron a que Richter elevará una fuerte crítica a las pretensiones civilizatorias de quienes han fomentado el desprecio por lo nativo: “Y en cuanto a la cultura, jamás he oído o leído de un misionero honesto que tuviese el empeño de llevar cultura al indígena. Únicamente civilización. Sin embargo, los civilizados que visitaron al indio o destruyeron sus objetos de barro o se los robaron, o bien destruyeron su cultura o la tomaron, pero nunca aportaron cultura. ¿O son cultura el aguardiente y las perlas de pacotilla? ¿Son cultura los látigos y las cadenas de los caucheros? Jamás pude encontrar algo diferente… Cultura es creación. Civilización es hacer negocios. El indio, empero, crea todo lo que necesita su vida y lo que la hace hermosa. El civilizado hace un cambalache de todo lo que existe, incluso de su propio trozo de vida”.

 

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Arte y ciencia

La acuarela de la “Sierra de la Macarena” es quizá su obra más lograda en el ámbito formal y cromático: cielo abierto desgajándose en azules y amarillos; vegetación en todo su esplendor; negras líneas que todo lo figuran intensamente; y sobre el verde oscuro de la selva, la imponencia de los montes, su fuerza y su paz. Como siempre, el artista convive con el científico, haciendo de la pintura una de las mejores expresiones de la armonía entre conocimiento y belleza: “Las montañas de la Macarena no tienen conexión con los Andes. La Macarena pertenece a esa formación que, de Guayana a las montañas alrededor del Orinoco hasta la isla de Gorgona, sigue apareciendo esporádicamente, lo que parece ser comprobable por la existencia de insectos geológicamente antiguos, que no se encuentran en los Andes, o sea que no sobrepasan sus laderas orientales”.

6CULTURAEl siglo XX avanzó con su afán de posesión. Junto a la iniciativa colonizadora se fue imponiendo la violencia. Ya en la década de 1950 el alemán se hacía testigo de acontecimientos en que mostraba su joven rostro el terror: “Comienza el bandolerismo. En Puerto López colgaron de los pies a unos hombres en los árboles y les cortaron las manos a hachazos. Una mujer fue crucificada y su vientre abierto (los asesinos fueron indultados en 1954)”. Transcurrieron los años, y las selvas junto a sus habitantes sufrieron el impacto de las nuevas opciones económicas: en muchas zonas la actividad agrícola optó por el cultivo exclusivo de la coca, los ejércitos se enfrentaron sangrientamente para dominar las tierras que antes fueron territorios sagrados. Cesó el sonido del tambor, cesaron los bailes y los ritos para impedir los peligros.

Al día de hoy, cuando impunemente las grandes corporaciones irrumpen en las selvas con el aval de los gobiernos, y la economía de la muerte ha terminado por imponerse, las palabras de Leopoldo Richter adquieren un nuevo alcance: “no se debe ir a la selva en busca de algo…”. Rota la armonía entre conocimiento y belleza, la ciencia se ha convertido en un instrumento irrespetuoso para herir la tierra y empobrecerla. ¿Nos condenarán también hoy por creer que la naturaleza merece no sólo respeto, sino también veneración?

TEXTO: MIGUEL ESTUPIÑÁN

FOTOS: DIEGO GARCÍA

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