Menos bodas católicas, ¿más auténticas?

novios recién casados cogidos de la mano

novios en una boda intercambiándose las alianzas

Menos bodas católicas, ¿más auténticas? [extracto]

JOSÉ LUIS PALACIOS | Solo cuatro de cada diez matrimonios que se contraen en España lo hacen por la Iglesia. En poco más de una década, la situación ha dado un vuelco radical. ¿Miedo al futuro en una situación económica marcada por la incertidumbre o reflejo de una sociedad que huye del compromiso? ¿Cómo ha de afrontarse este reto desde la Iglesia?

Se diría que hoy, solo los clubes de fútbol y las estrellas mediáticas parecen merecer la fidelidad de la mayoría. A las generaciones jóvenes les cuesta comprometerse a largo plazo, desconfían por principio de las instituciones, también del matrimonio. La Iglesia hace grandes esfuerzos para que quienes se sienten llamados a este sacramento lo celebren, experimenten y vivan como inspiración necesaria para realizar un proyecto común con sabor a Evangelio.

“El índice de nupcialidad ha bajado notablemente desde que hay libertad. Sería un imposible humano que no lo hiciera también el matrimonio canónico. Incluso se puede decir que era exagerado el porcentaje de bodas religiosas registrado en los primeros años de democracia, con respecto a las civiles, dentro de una sociedad secularizada y de increencia generalizada”, expone el jesuita José María Díaz Moreno, toda una institución del Derecho Matrimonialista en España.novios recién casados acariciándose las manos con las alianzas puestas

La bajada general de los enlaces nupciales, la pluralidad de opciones y el temor psicológico de las nuevas generaciones a los compromisos que van más allá de lo inmediato explicarían la situación actual del matrimonio católico.

Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), referidos a 2011, muestran una caída de la nupcialidad más que significativa. Si venían registrándose unas 200.000 bodas al año, la última estadística apenas refleja unas 160.000, de las que apenas 62.000 tuvieron carácter religioso. La conclusión es que seis de cada diez matrimonios son ya civiles.

¿Qué otra cosa puede esperarse cuando las parejas jóvenes han tenido, por lo general, poco contacto con la Iglesia y la familia ha dejado de ejercer la presión que antes llevaba a personas sin fe a elegir el rito católico por conveniencia, por evitar un disgusto a sus familiares o por la fuerza de la costumbre? El sociólogo Javier Elzo, en sus estudios sobre la juventud española, viene, además, subrayando la alergia generacional a proyectar sus vidas en el largo plazo, con lo que la unión para toda la vida que defiende la Iglesia chocaría con sus esquemas mentales.

Lo que sorprende a Díaz Moreno es la “rapidez del cambio”, el ritmo con el que hemos acabado “igualados con Francia”. En el año 2000 se oficiaron 163.636 matrimonios religiosos, frente a los 52.255 civiles. En 2004, las bodas civiles superaron por primera vez las 80.000 y las oficiadas en la Iglesia bajaron de 140.000. Pero fue en 2009 cuando las estadísticas dieron un vuelco casi definitivo: 94.993 bodas civiles y 80.174 por la Iglesia, si bien la distribución por comunidades autónomas mostraba todavía territorios donde el matrimonio canónico era mayoritario.

Seis de cada diez matrimonios son ya civiles
¿Qué otra cosa puede esperarse cuando
las parejas jóvenes han tenido, por lo general,
poco contacto con la Iglesia?

Pablo del Prado, párroco de Santa Eulalia, de la Vicaría IV, al sureste de la Archidiócesis de Madrid, habla de un descenso notable de matrimonios sacramentales en la iglesia de su barrio. “Si antes eran 12 o 14 al año, ahora apenas llegamos a cuatro en esta parroquia”, explica este presbítero de la Congregación de los Hijos del Amor Misericordioso. A su iglesia llegan mayoritariamente inmigrantes, algunos con hijos a los que quieren bautizar y que después sienten la necesidad de casarse por la Iglesia. Del Prado confirma que “en el barrio se casan poco, pero sigue habiendo lista de espera en otras iglesias más demandadas por los novios, como la de Los Jerónimos o Nuestra Señora de Atocha”.

Este religioso, que pertenece a Encuentro Matrimonial, un movimiento hoy presente en más de 160 países, es el coordinador de la pastoral que prepara a los novios en la Vicaría. Últimamente bastan dos tandas de sesiones al año para acoger a todos aquellos que en la zona quieren casarse por la Iglesia. Encuentro Matrimonial tiene como una de sus más fecundas actividades los encuentros de fin de semana, a los que asisten parejas de novios o ya casadas. Al año pasan por estas jornadas unas 30.000 parejas en todo el mundo. Un matrimonio y un cura los imparten y abordan la naturaleza del sacramento y las características de la celebración, pero también tratan de relaciones humanas, de sexualidad y de paternidad responsable.

Su experiencia le permite a Del Prado afirmar que “la mayoría de las parejas se sorprenden y disfrutan de ese momento de interioridad y reflexión, de oír algo que nadie les había contado. Mi última intervención es sobre si siguen queriendo casarse por la Iglesia porque, en teoría, aprovechamos el fin de semana para ver si lo que nos piden se ajusta a lo que de verdad quieren y van buscando. Todos responden afirmativamente”.

Con todo, el cura se lamenta de que “hoy, al poco de haberse casado, muchas parejas rompen a la primera dificultad”. Por eso, uno de sus mensajes a los nuevos matrimonios es que “el amor es un sentimiento, pero amar es en sí una decisión que hay que mantener día a día”.

Preparación específica

Hoy hay dentro de la Iglesia un gran abanico de posibilidades para enfrentar el paso de contraer matrimonio. Hay cursos intensivos de fin de semana, sesiones diarias y semanales y hasta cursos por correspondencia, impartidos por laicos y ordenados, por diocesanos, religiosos o miembros de movimientos eclesiales. Cuando una pareja acude al despacho parroquial, no es raro que quien le atienda le ofrezca varias opciones para que escoja la que más se ajuste a sus circunstancias y expectativas.

Pilar Alcalde lleva más de 30 años vinculada a
la preparación específica de los novios para la boda católica:
“Ahora llegan más mayores y, por decirlo así,
más resabiados, sabiendo dónde están.
Pero pocos acaban participando en la vida comunitaria de la Iglesia”.

Pilar Alcalde, del Movimiento Familiar Cristiano (MFC), lleva más de 30 años ayudando a cerca de cien parejas, cada año, a encarar el matrimonio. Los últimos cursillos, en la Parroquia de Santa Engracia y en la de Santa Mónica, en los barrios zaragozanos de Centro y Romareda. Ha visto evolucionar el perfil de los novios: “Ahora llegan más mayores y, por decirlo así, más resabiados, sabiendo dónde están. Alguno hay, pero menos que antes, con una actitud provocativa. Otros vienen porque se les exige, y otros, que tienen vinculación con la Iglesia, llegan buscando un complemento, una preparación específica”.

Los novios que optan por prepararse con la Asociación de Escuela de Matrimonios, a la que pertenece Juanjo González, lo suelen hacer “porque, en el último momento, les encaja en el tiempo que tienen hasta su boda”, aunque también “porque alguien se lo ha recomendado”. Junto con su mujer, Rosa María Prieto, acumula una experiencia en este terreno de más de diez años. De hecho, hasta hace poco, colaboraban con la Delegación Pastoral de la Familia del Arzobispado de Madrid, aunque ahora se han centrado en la Parroquia del Inmaculado Corazón de María, de los claretianos.novio durante la boda cogiendo las alianzas para intercambiarlas con la novia

Juanjo ha notado que “cada vez es más frecuente encontrarse con parejas con una convivencia previa, incluso casados por lo civil, que deciden casarse por la Iglesia, normalmente, porque quieren tener hijos”. Es habitual, igualmente, que los novios “traigan una idea preconcebida de la Iglesia, con una información muy parcial de lo que es, y que, al final, acaben reconociéndose más creyentes de lo que pensaban”.

En general, asegura también Pilar Alcalde, del MFC, casada desde hace 34 años, los novios terminan contentos por haber podido hablar entre ellos, plantearse cuestiones importantes y compartir experiencias con otras parejas. Eso sí, admite, “pocos acaban participando en la vida comunitaria de la Iglesia de un modo más directo. Confiamos en que no se les olvide lo que han vivido, sobre todo cuando llega el trajín de los trabajos, los hijos, la falta de tiempo para dialogar… Si caen en la dejadez, falla la comunicación y no se cuidan los detalles y se comparten las tareas, a la mínima cada uno tira por su lado”, comenta.

También Díaz Moreno está alarmado por la poca duración de los matrimonios, hayan pasado por la Iglesia o no. Hasta pone un ejemplo reciente: “Un antiguo alumno de ICADE no llegó al segundo año de su matrimonio, cuando había pasado tres años de convivencia con su novia. Le pregunté que a qué lo atribuía y me contestó que una cosa era que antes les fuera bien y otra muy distinta saber que había dado un sí para toda la vida”.

Desde luego, hay que tener en cuenta que, como dice el que fuera rector de la Universidad Pontificia Comillas, “el contexto social ha pasado de ser más bien opresor a otro en el que no se ayuda a que los matrimonios pervivan”. No se trata de un juicio de valor, sino de un dato más de la realidad que conviene no perder de vista. De hecho, cuando compara su juventud con la actual se topa con diferencias abismales: “A los 17 años hice los votos de castidad, pobreza y obediencia con toda normalidad, algo que probablemente resulte incomprensible para las nuevas generaciones. Era algo natural que no planteaba más discusiones, pero soy consciente de que para los jóvenes de hoy resulta difícil de asumir. Es uno de los signos de los tiempos; es así y hay que tomarlo de ese modo, conscientes de que vivimos en la sociedad de la inmediatez, la fugacidad y la rapidez”.

Mejorar el acompañamiento

“No creo que falle la preparación inicial. En la Iglesia hay muchos tipos de cursos, muchas maneras de anticipar el matrimonio”, afirma Ana Berastegui sobre la diversidad de opciones que se ofrecen a los novios. Para algunos será una experiencia provechosa y, para otros, un fastidioso trámite. “Lo que falla es un buen acompañamiento posterior”, añade esta licenciada en Psicología y profesora del Instituto Universitario de la Familia de Comillas.

Es cierto que la Iglesia cuenta con centros de orientación, patrocina infinidad de estudios sobre la familia y es notorio su gran esfuerzo por ayudarlas a desarrollarse integralmente. Por no hablar de la diversidad de asociaciones de fieles, movimientos y grupos de carácter familiarista.

Sin vivir la dimensión trascendental y sagrada del sacramento,
se hace difícil sobrevivir en estos tiempos:
“Si no tienes raíces profundas, los vientos se llevan
ese enamoramiento inicial, que siempre es efímero”,
dice Vicente Conde, miembro de la Comunidad de Nazaret-El Pilar.

A la Comunidad de Nazaret-El Pilar, un grupo de la Red Ignaciana, pertenece Vicente Conde, de 44 años de edad y a punto de cumplir los 18 de casado. Llegaron a este grupo “buscando gente en la misma longitud de onda, con el foco puesto en la familia que nos ayudara en nuestra vida de pareja y en nuestro camino de salvación”, reconoce.

Previamente habían formado junto con otros seis matrimonios un pequeño grupo bajo la orientación de un religioso. Pasado el tiempo, Conde no sabría decir si se casó “siendo consciente del significado del matrimonio católico o algo frívolamente”, pero de lo que sí está seguro es de que, sin vivir la dimensión trascendental y sagrada del sacramento, se hace difícil sobrevivir en estos tiempos: “Si no tienes raíces profundas, los vientos se llevan ese enamoramiento inicial, que siempre es efímero”.

“Hoy es difícil vivir la fe si te dejas llevar”, asegura. Desde su punto de vista, “hace falta madurez, un genuino deseo de entrega y de responsabilidad hacia y con el otro, donde los deberes se antepongan a los derechos personales y con un sentido de la trascendencia del matrimonio como camino de salvación para afrontar las vicisitudes de la pareja y la familia”. Así, completa, “tirar la toalla, por más que a veces uno esté tentado, nunca es una alternativa, porque siempre pones por delante la decisión irrevocable de ir hacia el otro. Ni así resulta del todo fácil, pero sí más fácil”.

Por otra parte, la comunidad eclesial no consigue hacerse entender con claridad, o no encuentra oídos bien dispuestos cuando se pronuncia sobre los problemas de la familia. Berastegui conoce bien el empeño de tantos grupos por abordar este ámbito. Por eso explica que “algunas iniciativas están diseñadas para cuando ya hay problemas, que es cuando más limitada puede ser su repercusión”. A lo que hay que añadir que, en general, “el mensaje que reciben las familias es muy negativo, se resalta lo que no hacen, las carencias, las insuficiencias…, cuando lo que más necesitan es ánimo, refuerzo y comprensión para mantenerse”.novios recién casados cogidos de la mano

En su visión, “los mensajes deberían ser más positivos y alentadores, porque cuando uno tiene problemas, lo que menos necesita es a alguien que encima le vaya a leer la cartilla”. De ahí que, según su propuesta, “deberían articularse servicios cercanos que presten apoyo ante las dificultades cotidianas de las familias, donde los cónyuges se encuentren a gusto y sientan que les entienden, a ser posible, gente que ha pasado o está pasando por la misma situación”.

¿Cantidad o calidad?

Ana Berastegui también cuestiona la organización de muchas parroquias e, incluso, de las asociaciones vinculadas a las congregaciones en torno a “grupos de edad”. A veces, dice, “te sientes expulsado de algunas celebraciones, sobre todo cuando tienes hijos pequeños”. Por ello, propone “lugares de referencia, espacios para toda la familia, donde puedan orar juntos, convivir juntos”. Y desterrar, a su juicio, “la impresión de que el matrimonio es la opción vocacional que queda cuando descartas las demás”.

Si la inercia hacia el matrimonio católico se ha frenado bruscamente, ello supone también una parte positiva, como recuerda Díaz Moreno: “Las parejas que optan por el matrimonio católico saben lo que hacen, lo que implica y lo que significa. Está bien que la gente se lo piense mucho porque no es cualquier cosa. Se puede decir que lo que se ha perdido en cantidad se ha ganado en calidad, aunque no sea en la misma proporción”, de modo que “el que elige el rito católico cuenta con la presunción de que va convencido, lo hace a conciencia y con libertad…”.

Coincide el sacerdote Pablo del Prado: “El que va a la Iglesia ahora sabe a lo que va, aunque pueda andar muy despistado en algunas cuestiones, especialmente en lo que cree que le va a costar la boda por la Iglesia”. El propio Díaz Moreno se ocupó durante muchos años de impulsar los cursillos prematrimoniales en varias zonas de Madrid. De aquellos intensos años, recuerda que “con la libertad, también aprendimos a conjugar el verbo querer. Los que se iban a casar por la Iglesia decían hacerlo porque ‘quiero’, pero también porque ‘te quiero’”.

“Algunas iniciativas que la Iglesia propone
en el acompañamiento a las parejas
están diseñadas para cuando ya hay problemas,
que es cuando más limitada puede ser su repercusión”.

Ana Berastegui, profesora en Comillas.

Esa voluntad de querer al otro, después de todo, funda el sentido profundo del sacramento, que a imagen del amor de Dios y de la entrega hasta el último extremo del propio Jesucristo, merece la bendición de la Iglesia y el apoyo cercano de la comunidad de creyentes. Ana Berastegui, casada desde hace 13 años y madre de tres hijos, explica de este modo las razones que en su día la llevaron a casarse con su marido delante del altar: “Por la esperanza en que ese amor primero te pueda acompañar a lo largo de toda la vida, algo que es posible, al menos más probable, si cuentas con un amor más grande, que es el que Dios nos ha regalado”.

También en su época era común irse a vivir juntos antes del matrimonio, como “una prueba de compra” por si había que hacer alguna devolución. Pero su marido, Jorge, pensaba que “esto no tiene prueba, que no se puede experimentar si no es viviendo el propio matrimonio”.

Para esta familia, que pertenece a la Comunidad Fe y Luz, en palabras de Berastegui, que se casó con 24 años, “ha sido una suerte comenzar la vida adulta juntos y poder ir haciéndonos a la vez”. Aunque por sus conocimientos de las tendencias familiares sabe que hoy el matrimonio se entiende más como un cruce de sentimientos, vínculos e identidades, que como una institución, cree que “poner las cosas importantes delante de los demás y ante Dios, como supone el matrimonio canónico, hace todo eso más real, porque se trata de un rito de realización plena”. Ella está en desacuerdo con que “no casarse haga el amor más puro”. De hecho, afirma no tener esa sensación de “estar obligada a no se sabe qué, sino que se siente libre y toma la decisión de vivir el matrimonio todos los días”.

En el nº 2.852 de Vida Nueva.

 

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