Cursillos prematrimoniales obligatorios, pero mejorando contenidos

un sacerdote oficia la boda católica mientras los novios están cogidos de la mano

un sacerdote oficia la boda católica mientras los novios están cogidos de la mano

JOSÉ LUIS PALACIOS | Los ciudadanos –en el caso de los bautizados, con más motivos si cabe– reclaman, cuando piden el matrimonio canónico, un derecho que no se les puede negar, siempre que cumplan los requisitos que se exigen. Todo párroco sabe que el Derecho Canónico necesita aplicarse con buenas dosis de humanidad, como también es consciente de que algunas parejas que llegan de fuera de la comunidad parroquial pueden sentirse víctimas de agravios comparativos en relación con las exigencias a quienes tienen otro recorrido dentro de la comunidad.

Advierte el jesuita José María Díaz Moreno que “no podemos hacer del sacramento del matrimonio un gueto para selectos, pero tampoco un paso intrascendente que obvie las responsabilidades que supone. Por supuesto, también hay que encontrar la manera de atender a aquellos matrimonios que no acertaron. Más aún cuando lo que vemos es que un porcentaje muy alto no debieron celebrarse, principalmente por la inmadurez psicológica de los contrayentes”.

Por eso, concluye que “lo que se puede hacer es ayudarles a prepararse a conciencia”, sin olvidarse de que “luego pasará lo que tenga que pasar”, mejor, desde luego, si dejamos actuar al Espíritu Santo.

En este sentido, no puede estar más de acuerdo con que los cursillos preparatorios sean “un requisito obligatorio”, al menos para aquellos de los que no se tenga conocimiento fehaciente de su participación en la vida ordinaria de la comunidad de creyentes, y que “deberían potenciarse y adecuarse a la actualidad”.

Eso sí, aclara, “habría que encontrar la fórmula de mejorar sus esquemas y contenidos”, porque, hasta desde un punto de vista pastoral y como un objetivo más dentro de la tarea evangelizadora, “no podemos conformarnos con ocho conferencias y ya está, sino que hay que darles un tratamiento más específico e involucrar todavía más a los matrimonios con experiencia y a los movimientos y asociaciones cristianas de carácter más familiar”.

Se trata, en su opinión, de “transmitir la propia experiencia. Y aquí, los curas no deberíamos ser los protagonistas, porque hay una dimensión familiar que requiere una atención especial”.

En el nº 2.852 de Vida Nueva.

 

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