Editorial

Con Juan XXIII y Pablo VI en la memoria

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papas Juan XXIII y Pablo VI

EDITORIAL VIDA NUEVA | La Iglesia vive inmersa en la celebración del Año de la fe, un acontecimiento que, hasta octubre, entre otros objetivos, conmemora los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, el hecho eclesial más relevante de los últimos siglos. Y en este mes de junio, Vida Nueva quiere traer a la memoria, en recuerdo agradecido, a dos hombres providenciales para el mismo: Juan XXIII y Pablo VI.

Del primero, quien soñó el Concilio, se ha cumplido, el 3 de junio, el medio siglo de su fallecimiento. Del segundo, quien tuvo que finalizarlo, se celebra el día 21 el cincuenta aniversario de la elección papal que le permitió llevarlo hasta el abrigo de un buen puerto, a la espera de que pasase el temporal que tanto la convocatoria como las sesiones conciliares pronosticaban como inevitable para el futuro inmediato de la Iglesia.

Y así fue. La muerte, en pleno arranque conciliar, de Juan XXIII planteó la duda de si su sucesor seguiría con la obra comenzada por un anciano octogenario. Alguno, entre ellos el cardenal Giovanni Battista Montini, no albergaron dudas. “Fijos los ojos en su tumba –diría desde Milán–, reclamamos que la herencia del Papa Juan, el espíritu que él infundió a nuestro tiempo, no puede quedar encerrado en el sepulcro; la muerte no podrá apagarlo. ¿Podríamos jamás abandonar este camino que magistralmente ha trazado Juan XXIII de cara al futuro? No, eso no es posible”.

Y a él, ya como Pablo VI, le tocó la ardua tarea de dar seguimiento al Concilio. No fue, desde luego, una etapa sencilla. Terminaron las sesiones conciliares y comenzó un período convulso, con una comunidad dividida en donde ni siquiera faltaron los cismas, con una preocupante secularización de sacerdotes…

El mundo reclamaba una Iglesia moderna, lo que no equivale, como se ha pensado, a una Iglesia que se acomoda para caer en la mundanización que denunció Benedicto XVI. Y con ese mundo, la Iglesia que pilotaba Pablo VI se quiso hacer diálogo.

Algunos creen que tras este medio siglo
de desacuerdos intestinos, en donde el Concilio fue
manoseado por unos y otros a conveniencia,
Francisco puede ser el hombre que dé
el impulso que lo saque del marasmo
y ponga fin a las diatribas dialécticas.

Algunos creen que tras este medio siglo de desacuerdos intestinos, en donde el Concilio fue manoseado por unos y otros a conveniencia, convirtiéndose en ocasiones en signo de contradicción, Francisco puede ser el hombre que dé el impulso que lo saque del marasmo y ponga fin a las diatribas dialécticas.

En las congregaciones generales previas a la elección de Bergoglio, los cardenales retomaron demandas nunca satisfechas del Vaticano II: una Iglesia que necesita afrontar sus reformas, que no puede seguir dando la espalda no solo al mundo, sino a muchos de sus hijos, que han emprendido un éxodo silencioso, muchas veces sin retorno. La elección de un papa del fin del mundo era ya una clave de que la Iglesia tenía que dejar de mirarse en el ombligo de Europa y salir al encuentro de la mayoría de sus hijos, que ya habitan lejos del Viejo Continente.

Como le gusta decir a este papa, Juan XXIII y Pablo VI fueron de los de “sigamos adelante”, atentos al Espíritu. En este mes de junio, en una etapa eclesialmente ilusionante, seguro que a ambos les gustaría saber que, cincuenta años después, un sucesor de Pedro se pregunta: “¿Hemos hecho todo lo que nos dijo el Espíritu Santo en el Concilio?”.

En el nº 2.852 de Vida Nueva. Del 15 al 21 de junio de 2013