Editorial

La religión tiene su sitio también en la escuela

Compartir

EDITORIAL VIDA NUEVA | La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) se encuentra ya en su trámite parlamentario. También en esta ocasión se ha cumplido la norma no escrita que jalona el desarrollo del sistema educativo en nuestro país: la controversia entre los partido políticos está servida, con posturas enconadas que dejan traslucir la vigencia de la nueva ley en el tiempo que el partido que la ha sacado adelante se mantenga en el Gobierno. Es decir, la LOMCE nace ya con fecha de caducidad.

Pero, por si fuera esta ya poca desgracia para el futuro de un país que no logra conectar su modelo educativo con otro en el que, junto a una formación integral de calidad, se prepare al alumno para contribuir al cambio hacia un sistema productivo basado más en el conocimiento, la investigación y las nuevas tecnologías, la enseñanza de la religión en la escuela ha entrado con fuerza inusitada en la contienda política a costa de la LOMCE.

Y es que, por primera vez en 20 años, el tratamiento que la misma recibe hace que la clase de Religión sea evaluable y que tenga una alternativa, lo que restaura el principio de no discriminación dentro del sistema educativo. En definitiva, ver que la reforma del ministro Wert incluye las tradicionales demandas de la Conferencia Episcopal Española (CEE) ha puesto absolutamente de los nervios a la oposición, que, como es el caso del PSOE –pero que otros grupos secundarían–, ya ha amenazado con derogar los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 en cuanto las urnas le lleven al poder.

Los Acuerdos Iglesia-Estado y que sea
elegida de forma mayoritaria por padres y alumnos
soy argumentos de peso, pero también
hay otras muchas razones espirituales, éticas,
humanísticas o culturales que nadie puede ni debe cercenar.

Lamentable situación esta que, por un lado, parece que ha ofuscado totalmente el entendimiento de quienes apenas han puesto reparos a otros contenidos de la ley –¿es culpable la enseñanza religiosa acaso de los malos indicadores que registra nuestro sistema educativo a nivel internacional?–; y, por otro, está contribuyendo a cuestionar seriamente la propia pertinencia de la enseñanza religiosa en la escuela pública.

Quizás, más allá de agarrarse al cumplimiento de unos acuerdos que, legalmente, obligan a ello, esté llegando el momento de defender también con argumentos de sentido la importancia que tiene para una sociedad que en las aulas en las que se educan sus niños y jóvenes se enseñen sin complejos los valores religiosos. A esto precisamente hemos querido contribuir desde las páginas del A Fondo de esta semana.

Es verdad que la enseñanza religiosa es una opción que las autoridades se ven obligadas a ofrecer (como en otros países de nuestro entorno), pero cuya elección por el alumno es voluntaria. Y también es verdad que, como se ve en las estadísticas que cada año ofrece la CEE, a pesar del descenso (interesante sería analizar sus razones, pero será en otra ocasión), siguen siendo mayoría los padres y alumnos que eligen esa opción académica.

Son estos, de por sí, argumentos de peso que quienes quieren la religión fuera de las aulas no tienen en consideración, lo que da idea también de que crecer en tolerancia es una asignatura pendiente en ellos. Pero hay otras muchas razones que hacen muy aconsejable la enseñanza religiosa en la escuela. Razones que apelan a dimensiones espirituales, éticas, humanísticas o culturales que nadie puede ni debe cercenar.

En el nº 2.851 de Vida Nueva. Del 8 al 14 de junio de 2013.

LEA TAMBIÉN: