Una inquietante glorificación de la vejez

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TÍTULO ORIGINAL: Memoria de mis putas tristes · GÉNERO: Romance · DIRECCIÓN: Henning Carlsen · GUIÓN: Jean-Claude Carrière y Henning Carlsen
PRODUCCIÓN: Vicente Aldape, Nina Crone, Enrique Fernández, Raquel Guajardo, Norbert Llaràs, Jordi Rediu y Leonardo Villarreal · INTÉRPRETES: Emilio Echeverría, Geraldine Chaplin, Ángela Molina, Alejandra Barros, Dominika Paleta · PAÍS: México / España / Dinamarca / Estados Unidos

En el 2011, el director Henning Carlsen llevó a la pantalla grande la última de las novelas publicadas por el Nobel colombiano Gabriel García Márquez en mayo de 2004: Memoria de mis putas tristes. “Leí la novela en el verano de 2005, justo después de haber aparecido en el mercado danés. En octubre me vino la idea de que podría funcionar como película”, comentó el director danés. No ha sido su primera experiencia adaptando una obra literaria al cine. En 1966 Hunger (Sult), basada en la novela de Knut Hamsun –Nobel de literatura también–, fue nominada como mejor película y recibió el premio al mejor actor (Per Oscarsson) en el Festival de Cannes. Desde una mirada comparativa, Carlsen comenta que su última película lo enfrentó a retos parecidos a los de Hunger: “los dos libros son narrados en primera persona singular, hablando de sí mismos a través de largos monólogos. Ambos protagonistas tienen mucha determinación, un cierto grado de locura y se benefician de una brillante inteligencia”. Curiosamente, en los dos filmes los protagonistas son periodistas que “buscan hacer posible lo imposible”.

Antes de su estreno, primero en el Festival de Cine de Río de Janeiro en 2011, luego en el Festival de Cine de Málaga, donde ganó el premio del jurado, y posteriormente en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (México), en marzo de 2012, fue necesario superar algunas situaciones polémicas que se presentaron durante el rodaje de la película, en 2010, cuando acusaron a los productores de promover la trata de menores y el comercio sexual. Frente a los intentos de censura, Emilio Echeverría, quien interpreta a El Sabio –un columnista de 90 años que narra sus memorias de casas de citas y amores–, manifestó que “la cinta va más allá de toda polémica, por lo que tanto el director como el elenco evitaron caer en la autocensura. Es una historia sin prejuicios” (El Espectador, 07.03.12).

A un poco más de un año de su estreno en México, la película llega a las salas de cine en Colombia –exactamente nueve años después de la publicación de la novela–, arrastrando consigo dos inminentes amenazas. Por una parte, las sombras de quienes han criticado con severidad la novela de García Márquez, considerándola como uno de sus peores logros. Por otra, las dudas que quienes sostienen que las novelas de Gabo son difíciles de adaptar en cine, como lo expresó recientemente Sofía Gómez: “No es la primera vez que una película basada en un texto del Nobel colombiano recibe comentarios tibios: Del amor y otros demonios y El amor en los tiempos del cólera tampoco colmaron las expectativas ni lograron taquillas rentables, pese a contar con actores reconocidos y presupuestos robustos”. (El Tiempo, 21.05.13)

Tomar distancia de los escándalos y de los prejuicios podría ser de gran utilidad para el espectador que prefiera aproximarse por sí mismo a la historia del nonagenario sabio que, más allá de todas las predicciones posibles, se lanza al vacío de un amor apasionante y desconocido, con una joven que se encuentra al otro extremo de la existencia –a los 14 años–, despertando a sus primeras pasiones. La película comienza con una llamada, igual que la novela, y un deseo que no avisa ni da espera, a una edad donde “cada hora es un año”, justo en la víspera del 90º aniversario de El Sabio: “Quiero una noche de amor loco con una adolescente virgen”. A medida que avanza la trama, sus conversaciones cómplices con su vieja amiga Rosa Cabarcas (Geraldine Chaplin) son un deleite de sabiduría y verdades maduradas a pulso, a pesar del punible oficio de Cabarcas: la madame del Burdel. También resultan atrayentes los diálogos “a calzón quitado” entre El Sabio y su fiel Damiana, su empleada doméstica de toda la vida y con quien sostuvo una relación pasional –casi hormonal– en sus años mozos. Con sutileza literaria, El Sabio, Damiana, Cabarcas, e incluso Casilda (Ángela Molina) –una prostituta que hacía tiempo se había prendado a El Sabio, en el transcurso de incontables noches de “casas de citas”–, bien pueden ofrecer un homenaje a la senectud y al amor que no se agota. Se trata de una inquietante glorificación de la vejez, si se evita, por supuesto, caer en la trampa del moralismo.

Otro asunto que podría llamar la atención del espectador es la ética de El Sabio en su faceta de amante y en su capacidad de enamorarse, por primera vez en la vida, a sus 90 años. Todas sus aventuras de burdeles –bien representadas en la película a modo de “memorias”–, son opacadas con la entrada en escena de Delgadina, la niña sin desflorar, que progresivamente entra en la vida del anciano para terminar siendo toda su vida. El modo como se da la relación entre El Sabio y Delgadina, que más parece un acto de contemplación al estilo japonés –según “una hermosa novela de Yasunari Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas”–, trasciende todo intento de banalizar la película a niveles de morbo. Es un tema, por demás, que ha cautivado al Nobel colombiano desde los Doce cuentos peregrinos (1992) y desde sus tiempos de columnista.

ÓSCAR ELIZALDE

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