François-Xavier Maroy Rusengo: “No puedo tener miedo, pues eso significaría dejar de comprometerme”

Francois Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu R.D. Congo

Arzobispo de Bukavu (R. D. Congo)

Francois Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu R.D. Congo

Entrevista con François-Xavier M. Rusengo [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Fotos: LUIS MEDINA | El mundo se conmocionó en 1994 por el genocidio que, en Ruanda, ocasionó la aniquilación de 800.000 tutsis a manos de hutus. Sin embargo, el drama no quedó ahí y acabaría extendiéndose después a su país vecino, la República Democrática del Congo (entonces Zaire).

Una vez que, a los pocos meses, los tutsis retomaron el poder en Ruanda, hasta dos millones de hutus abandonaron su país por miedo a correr el mismo castigo que antes se infringiera a su etnia rival. Entonces, los congoleños, siguiendo las directrices de la comunidad internacional (que incluso diseñó un plan de evacuación), abrieron sus fronteras para dar acogida a centenares de miles de desplazados.

Fue un tiempo muy crítico, en el que destacó la figura del entonces arzobispo de Bukavu, Christophe Munzihirwa. Con su impresionante fuerza moral, no cesó de promover todo tipo de proyectos de atención a los refugiados. Implicando a la comunidad local, pedía mirar más allá de las diferencias étnicas y abrir caminos de perdón y reconciliación. Tal “osadía” le costó la vida.

En 1996, Ruanda invadió la frontera congoleña para perseguir a los hutus acogidos y derrocar al dictador Mobutu, a quien achacaban haber apoyado el genocidio tutsi. Una de las primeras víctimas fue Munzihirwa, asesinado de un tiro en la nuca. Fue así como la guerra llegó a Congo, hasta entonces un país en paz y con abundancia de materias primas.Francois Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu R.D. Congo

Por desgracia, la violencia sigue aún latente, tras varias guerras civiles y la proliferación actual de numerosas guerrillas de rebeldes. Cada una con su causa… aunque la gran mayoría de la población desconozca cuáles son esas causas. Un millón de muertos parece la única y desoladora respuesta veraz.

Pero, hoy como ayer, la Iglesia congoleña sigue clamando por valores como justicia, paz, reconciliación y democracia. Y el actual arzobispo de Bukavu, François-Xavier Maroy Rusengo, desde su natural bonhomía y campechanía, es uno de los que más levanta la voz. Hasta el punto de que muchos quieren acallarle, como a Munzihirwa y a sus otros dos sucesores en estas casi dos décadas. Recientemente en Madrid, venido para participar en la III Jornada de Libertad Religiosa organizada por Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), Vida Nueva ha tenido la oportunidad de dialogar con él.

¿Un pueblo traicionado?

PREGUNTA.- El suyo siempre ha sido un país rico en materias primas y, hasta la guerra de Ruanda, vivían en una cierta paz exterior, pese a la dictadura entonces de Mobutu. Si todo cambió por querer dar acogida a los desplazados ruandeses y eso mismo obedeció a un plan de la comunidad internacional, ¿se sienten traicionados por esta? ¿Cree que se buscaba desestabilizar a su país por una serie de ocultos intereses?

RESPUESTA.- Mi país siempre ha sido muy rico y con grandes potencialidades en todos los aspectos. Todo empeoró con la dictadura, hasta que su caída, con la invasión de Ruanda, nos llevó a la miseria. Es cierto que, en 1994, la comunidad internacional nos pidió que abriéramos las fronteras para recibir a los desplazados. Como también lo es que, en 1996, permitió el ataque de Ruanda a nuestras fronteras. De todos modos, nosotros apostaremos porque todo el mundo tenga derecho a tener un sitio donde permanecer. Aunque por ello pagáramos un precio muy alto, con muchos muertos en este tiempo. Creo que hay que reconocer que la comunidad internacional trabaja hoy por hacerse cargo de los desplazados, por rehabilitar estructuras destruidas y por impulsar programas de ayuda. Es indudable que en estos años de guerras han estado presentes en Congo y, por ello, no podemos hablar de traición. Otra cosa es que sí podamos referirnos a una insuficiencia en la acción, pues a veces se podría hacer más. ¿Y por qué no se hace? Algunos dirán que es por incapacidad, otros que por mala voluntad… Lo que está claro es que, si el pueblo congoleño sigue adelante, es por la fuerza de Dios.

“No podemos callarnos.
Pedimos a nuestro pueblo
que cambien las armas por la Cruz
de Cristo y que sean felices”.

P.- ¿Qué recuerdo guarda de Munzihirwa y los fatídicos días que le costaron la vida?

R.- En 1994, yo me había ordenado sacerdote 10 años antes y era el responsable del seminario diocesano, por lo que era una persona muy cercana a él. Munzihirwa era alguien unido al pueblo, una de las personas más humildes que jamás he conocido. Nunca buscó el honor, sino defender la verdad y que todos podamos vivir en paz, promoviendo el amor entre los hombres. En un tiempo difícil, él habló, enseñó y reconfortó… Hasta dar la vida por ello el 29 de octubre de 1996, unos días después de la invasión ruandesa. Su asesinato nos impactó y perturbó a todos, porque lo sacaron del coche en el que iba y lo mataron fuera. Sus asesinos le verían de cerca, le reconocerían, le hablarían… y lo mataron a sangre fría. ¿Por qué? Él solo defendía la paz y la convivencia entre todos, rezaba y pedía ayuda para los desplazados, para que algún día, una vez que su país estuviera reconstruido, pudieran volver a casa.

P.- Desde entonces, la Iglesia en Congo no ha cesado en esa estela de luchar por promover la paz y la reconciliación, tanto en su país como en toda la región de los Grandes Lagos, devastada por los enfrentamientos étnicos. ¿En qué basan su esperanza para que acabe habiendo una paz real?

R.- Creo que todo lo fundado por Dios es amor y que el mal nunca puede ser más fuerte que el bien. Y eso se da en todo el mundo, pues para eso vino Cristo al mundo. A un nivel concreto, nosotros, los cristianos, somos partícipes de esa alegría y trabajamos por transmitirla a la gente, acompañándolos y rezando por todos. Esa es nuestra esperanza.Francois Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu R.D. Congo

“Hágase en mí…”

P.- Usted insiste en que, en estas circunstancias, la Iglesia en Congo busca ser “el apoyo de un pueblo humillado, explotado, dominado y al que se pretende reducir al silencio”. Esa denuncia valiente, en un contexto de violencia, conlleva riesgos. ¿Teme por su vida?

R.- En Congo, la Iglesia es muy visible y nuestra fe es la mayoritaria, pero eso no quiere decir que seamos los únicos que trabajamos por la paz. Los propios dirigentes se esfuerzan mucho por ella y, poco a poco, se consiguen cosas, pero los problemas son muy grandes, fruto de casi dos décadas de guerras sucesivas. Lo que muchos pedimos es la unidad por un Congo pacífico, feliz y comprometido. Con este mensaje, yo no puedo tener miedo, pues eso significaría dejar de comprometerme. Mi misión tiene como modelo a Cristo, tratando de actuar a imagen suya y anunciando la Buena Nueva. Eso es lo que tengo que hacer y así lo acepto, como indica mi lema episcopal: “Hágase en mí según tu palabra”.

P.- Un compromiso que, como sus predecesores, ha llevado hasta sus últimas consecuencias…

R.- Sí, a Munzihirwa lo mataron en 1996 por decir la verdad. Y, por lo mismo, a su sucesor lo enviaron al exilio en el año 2000; meses después, volvió, pero murió al poco por el desgarro causado. En 2001, el que era su sucesor, por la tensión que rodeaba su toma de posesión, sufrió un ictus que le tuvo inhabilitado hasta 2005, cuando murió. Yo soy el sucesor de estos tres obispos que sufrieron por defender la verdad y la paz, por querer compartir las penas y las alegrías con los demás. Y quiero seguir su camino. Aunque me haya costado sufrir varios atentados. En el último, ser pequeño me salvó [cuenta entre risas, haciendo referencia a su baja estatura], pues una bala pasó silbando sobre mi cabeza. Pero no podemos callarnos. Pedimos a nuestro pueblo que cambien las armas por la Cruz de Cristo y que sean felices.

En el nº 2.850 de Vida Nueva.

 

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