¿Y si refundamos un mundo sin hambre?

niño pequeño en un refugio al lado de una olla de comida

tres niñas con un plato de comida

¿Y si refundamos un mundo sin hambre? [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Tras más de medio siglo luchando para erradicar el hambre en el mundo, Manos Unidas ha puesto en marcha otra herramienta más. Con El desafío del hambre, un documento en el que se radiografían las injustas causas de un problema que afecta a 870 millones de personas, a la mano de la acción se une la de la reflexión y la denuncia. Junto a la mano que actúa, ya está la que interpela para que actúe cada uno en su contexto. Manos unidas, en definitiva, por un nuevo mundo.

Si las palabras crisis y globalización marcan con fuerza este tiempo, una de sus consecuencias más directas y dramáticas es el hambre. Un mal endémico que ha alcanzado un nivel desorbitado en esta primera parte del siglo XXI: según la FAO, unos 870 millones de personas en todo el mundo padecen subnutrición crónica.

Un cifra que, a modo de aldabonazo en la conciencia, no puede sino interpelar a quienes tienen en sus manos cambiar los mecanismos de un sistema económico y comercial que está partiendo literalmente el mundo por la mitad, haciendo que la frontera entre el Norte y el Sur sea cada vez más infranqueable.

Frente a esto, desde Manos Unidas, organización católica que lleva más de medio siglo haciendo de la lucha contra el hambre el motor de su existencia, han tenido la intuición de ofrecer una respuesta contundente, también desde un punto de vista teórico. Algo que han conseguido con un documento que, a lo largo de más de 40 páginas, destripa las causas y las consecuencias de este gravísimo problema para el ser humano.

El desafío del hambre. La seguridad alimentaria en nuestro mundo globalizado es un informe que no deja resquicios. Ni excusas. Las malas prácticas quedan retratadas y sus responsables señalados. ¿Quiénes son? Los encargados de mantener un injusto modelo cuyos efectos más peligrosos son estos: el cambio climático y la degradación medioambiental, la producción de biocombustibles, el acaparamiento de tierras y la volatibilidad de los precios de los alimentos y el comercio internacional. varios hombres pobres comiendo en la calle

Estas cuatro causas principales, que se detallan al punto en el estudio de Manos Unidas, fueron convenientemente abordadas en la presentación de dicho documento. El acto, que tuvo lugar el pasado 24 de abril en la madrileña Universidad Pontificia Comillas, contó con la presencia de personalidades destacadas en la lucha contra el hambre.

Marco Gordillo, responsable de Campañas de la ONG católica y uno de los principales impulsores del estudio, explicó cómo se gestó este: “En 2009, con motivo de la celebración de nuestro 50º aniversario, pensamos que debíamos articular un análisis global que detallara el estado de la causa a la que le hemos dedicado todos nuestros esfuerzos durante décadas. Tras varios años de trabajo, creo que hemos logrado ofrecer un documento que, en el fondo, busca indignar a quien lo lea. La realidad que muestra inquieta, no puede dejar indiferente”.

Ese es, en definitiva, su gran objetivo: mover a la reflexión para que la sociedad sea consciente de la gravedad del problema y, a continuación, a la actuación comprometida por su solución. Empezando por las personas con responsabilidades directas.

Algo que, como el propio Gordillo reconoce a Vida Nueva, buscarán a todos los niveles: “Queremos que la sociedad civil, en su conjunto, camine en este sentido. Y a eso se empieza por hacer comprensible este conflicto que nos interpela a todos. De ahí que nuestra idea es que el documento sea trabajado en parroquias, comunidades y grupos de toda condición. También fuera de España, por lo que, empezando por el inglés, para dentro de unas semanas, la idea es que el estudio esté disponible en nuestra web en varios idiomas”.

Un factor muy importante del problema reside en
un concepto mal entendido de la agricultura:
a gran escala, percibida como un negocio global,
deriva en un elemento negativo, para el hombre y para el medio ambiente.

Todos los participantes en la presentación del documento coincidieron en un punto referencial: la alimentación es un derecho, un eje básico de la dignidad humana. Sin embargo, las conclusiones a las que llega Manos Unidas evidencian que este está quedando, de un modo flagrante, en papel mojado.

Algunas de las consecuencias las enumeró el propio Gordillo: “El 70% de los malnutridos a nivel mundial residen en el ámbito rural, y es en este contexto del campo en el que se genera el 30% del efecto invernadero; un porcentaje superior a todos los demás, por encima del relacionado con la industria y los transportes”.

Por lo tanto, resulta obvio que un factor muy importante del problema reside en un concepto mal entendido de la agricultura: a gran escala, percibida como un negocio global, deriva en un elemento negativo, para el hombre y para el medio ambiente.

De ahí que, como apunta el coordinador de Campañas de Manos Unidas, la política a seguir sería muy clara, aunque contravenga grandes intereses económicos: “Apoyar la pequeña agricultura familiar y comunitaria”. Esta está en consonancia con el desarrollo sostenible del medio y del ser humano. Y encima, “hay medios y técnica suficientes para que, con ella, estuviera garantizado el acceso a los alimentos para todo el mundo”.

“No nos engañemos, el problema es de accesibilidad –profundiza Gordillo–. Son unos intereses muy concretos los que llevan a producir agrocombustibles en vez de alimentos o a especular con los precios de los alimentos. Y eso tiene unas consecuencias muy directas, como que las familias pobres se ven obligadas a dedicar hasta el 70% de sus ingresos totales en comprar comida o que el 30% de los alimentos que se producen en el planeta van a la basura”.niño pequeño en un campamento de refugiados al lado de una olla de comida

Y, puesto que hablamos de personas (de muchas personas) y de recursos, todo tiene un límite. Sin un desarrollo sostenible, todo se agota. Lo que condiciona enormemente el mañana de la humanidad.

Henry Morales, impulsor en Guatemala del Movimiento Tzuk Kim-Pop y presente en el acto de presentación del documento a través de Skype, solicitó que la ONU y demás instituciones internacionales que trabajan en este campo “sean verdaderamente interpeladas. ¿Qué pasa con los Objetivos del Milenio? ¿Y con la Agenda 2015? No dudo que se hagan cosas positivas en este sentido y que los fines sean aparentemente nobles, pero, a la vez, estas mismas organizaciones desarrollan acciones contradictorias. Falta coherencia y que todos se comprometan auténticamente, empezando por los estados”.

En este sentido, explicó su realidad nacional: “En Guatemala, el 80% de la producción alimentaria está en manos del 2% de la población”. Así, uno de los problemas más graves del país centroamericano es la malnutrición infantil. Pese a lo cual, “simplemente se acometen medidas clientelares y politizadas”.

Masacres indígenas

Una versión similar la ofreció, también a través de una conexión digital, Carlos García Paret, economista y miembro del Instituto Socio-Ambiental (ISA) de Brasil. Una experiencia previa de cinco años en la Amazonía, con Manos Unidas, le hizo ver hasta qué punto son cuestionables los ejes que sostienen el actual sistema global alimentario: “Estuve en la Prelatura de São Félix do Araguaia, la diócesis brasileña que entonces dirigía el obispo español Pedro Casaldáliga, de la que hoy es emérito. Lo primero que me llamó la atención, al recorrerla, es que apenas había personas y sí una sucesión constante de troncos torcidos. Ahí percibí gráficamente lo que conlleva la deforestación, y todo en una zona capital para el futuro del mundo. Allí, la realidad es que hay 700.000 kilómetros cuadrados de tierra deforestada. Para hacernos una idea, es una vez y media la superficie de toda España…”.

García Paret no duda al denunciar que las causas de esta lacra en la Amazonía son “la proliferación de latifundios y la apuesta por un modelo productivo enfocado a la exportación de ganado vacuno, fundamental para el desarrollo económico de Brasil”.

Las consecuencias, “frente a las que la Iglesia lucha de un modo muy activo”, son enormemente graves, también desde un punto de vista exclusivamente humano: “Se fuerza el desplazamiento de pueblos indígenas que siempre han ocupado esas tierras. Además, y yo he sido testigo de ello, hasta 100 pueblos han desaparecido, y se asesina a líderes de esas comunidades que alzan la voz. Se tienen datos de unos 1.500 representantes indígenas silenciados así”.

“El problema de fondo es que
prevalece un modelo liberal y capitalista
que hace que se prefiera apostar por la comida
como forma de generar combustibles”.

Frente a esta situación, a nivel global, el representante del Instituto Socio-Ambiental (ISA) de Brasil aboga por “una transparencia institucional que se comprometa a hacer frente de un modo real a la fragilidad de las leyes y las estructuras menos protegidas”.

A su juicio, no es lógico que, en vez de “preservarse los modelos locales, respetando la cultura propia de las comunidades indígenas”, la política habitual sea la de “poner todo en manos de grandes empresas multinacionales”.

Algo que secunda Henry Morales de un modo contundente: “El problema de fondo es que prevalece un modelo liberal y capitalista que hace que se prefiera apostar por la comida como forma de generar combustibles. En Guatemala hay una riqueza natural, pero si muchos pasan hambre es porque existe un grave problema de distribución de los medios de producción”.

El cambio estaría en manos de quienes ostentan los resortes del poder, “pero no es posible con los actuales políticos que predominan hoy en el país”. Frente a ellos, reclama, otros líderes sociales podrían llenar ese espacio vacío. Pero ese reto tampoco es fácil en Guatemala: “Hasta 15 líderes sindicales han sido asesinados por denunciar la injusticia de un modelo que resulta perverso”.

Soberanía alimentaria

Aquí es donde entra en toda su dimensión uno de los principales conceptos reivindicados en el documento de Manos Unidas: la “soberanía alimentaria”. En la Convención de los Pueblos sobre Soberanía Alimentaria (2004), la misma se definió así: “Es el derecho de los individuos, pueblos y comunidades a decidir e implementar sus políticas y estrategias agrícolas y alimentarias para la producción y distribución sostenible de alimentos. Es el derecho a la alimentación adecuada, inocua, nutritiva y naturalmente apropiada a producir alimentos de forma sostenible y ecológica. Es el derecho al acceso a recursos productivos tales como tierra, agua, semillas y biodiversidad para su uso sostenible”.

Pero el origen de la definición de “soberanía alimentaria” interpela, teóricamente, a los estados miembros de la ONU desde 1996. Entonces, la Vía Campesina, movimiento internacional presente en 70 países, lo presentó como un nuevo paradigma en la Cumbre Mundial de la Alimentación convocada por la FAO.niños filipinos en un comedor social

Por lo tanto, como reclama detalladamente el informe de Manos Unidas, la soberanía alimentaria lleva cerca de dos décadas tratando de abrirse paso como un derecho humano reconocible en las principales instituciones internacionales dedicadas, en sí mismas, a tratar de garantizar su cumplimiento en la práctica… Una contradicción más.

Lourdes Benavides, de Intermón Oxfam, consideró que un gran obstáculo a la hora de garantizar el derecho a la alimentación está en los intereses particulares que, con su gran maquinaria, buscan mantener a toda costa las grandes multinacionales: “Hace un año, nosotros constatamos en otro informe que alrededor de 50 empresas deciden el 70% del mercado mundial alimentario. Evidentemente, además de en lo económico, tienen mucho poder político”.

Frente a ello, Inmaculada Cubillo, miembro de la campaña Derecho a la Alimentación, de Cáritas, se preguntó: “¿Cómo es posible que se pueda especular con la comida?”. Una queja dirigida directamente contra una situación por la que entidades ligadas a la alimentación forman parte del sistema de inversiones en la bolsa internacional, cotizando en la misma.

“No es ético ni viable cómo está organizado el mundo. La economía ha de estar al servicio de las personas, jamás al contrario”.

Una experiencia de ocho años en Guatemala y su conocimiento de la situación mundial le hacen reconocer que “hay problemas globales, pero, por eso mismo, ha de haber derechos también globales”. Algo de lo que han de responsabilizarse, dentro de sus posibilidades, todas las personas: “No cesan de surgir nuevas ideas que permiten una alternativa a tirar la comida, proliferan cooperativas que garantizan la utilización de los alimentos para el consumo humano y animal… No podemos rendirnos. Con nuevas estrategias y con una verdadera concienciación ciudadana podemos cambiar esta situación. ¿Cómo? Pensando mucho qué y dónde compramos o en qué tipo de banca o comercio confiamos”. una mujer entrega bolsa de comida a un hombre desde un camión

Modelo injusto

A la hora de ofrecer alternativas concretas, Jerónimo Aguado, miembro de la Vía Campesina-Plataforma Rural, y que se define ante todo como “campesino”, ofreció un testimonio cargado de energía: “Hemos de cuestionarnos de verdad el actual modelo neoliberal, que nos está volviendo locos a todos, también a los que se están forrando con él. Y no podemos mirar para otro lado a la hora de deslegitimar a las instituciones que dan cobertura global a estas injusticias, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional”.

Tras el coloquio, Aguado apuntó a Vida Nueva que la base de un cambio está en la apuesta por las comunidades locales: “Todo nace de pequeñas redes, en las que las relaciones humanas están por encima de las puramente económicas. Así ha sido siempre. Llevo más de cincuenta años de experiencia en esta lucha y, si hay una cosa que tengo clara, es que es en las pequeñas comunidades donde está la clave para un nuevo modelo de desarrollo ecológico y humano: nadie ha gestionado mejor la tierra que los campesinos. Hemos de recuperar la esencia de los espacios locales desaparecidos o a punto de desaparecer. En ellos se percibe de un modo natural que es posible un equilibrio real entre lo privado y lo comunitario, así como el respeto a las culturas. Esta línea, por la que los territorios se gestionan a sí mismos, produce, además, unas relaciones sociales más auténticas y una más y mejor democracia”.

Finalmente, Aguado cree que es necesario que la voz de la Iglesia se escuche con toda su fuerza en este reto: “Las parroquias han de ser las primeras en abrirse a la gente, en hacer comunidad con ellos, empezando por los más excluidos. Hoy, hay muchos creyentes y miembros de la Iglesia que están liderando la causa, mezclándose con todos y representando el espíritu de Jesús. A esa Iglesia, que va más allá de un edificio, es a la que muchos esperamos”.

De hecho, Aguado encarna en la práctica este compromiso: “Una de las pequeñas redes de las que hablo es la que sigo con mi parroquia. Cada vez que vengo a Madrid, traigo carne de cooperativas relacionadas entre sí por la pastoral parroquial”.

Hay esperanza. Nadie dijo que refundar un sistema global fuera fácil. Pero en ello, como muy bien saben en Manos Unidas, todos nos jugamos que haya un mañana.

En el nº 2.849 de Vida Nueva.

 

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