Venezuela y el compromiso de su Vida Religiosa

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Con el solo aterrizaje en cualquier lugar venezolano se capta que la nación está polarizada y, en consecuencia dividida; aún más, en muy alta proporción, ideologizada. El resultado de las elecciones del 14 de abril lo confirma: según las cifras oficiales, 7’505.338 votos por Nicolás Maduro, 7’270.403 por Henrique Capriles; una mitad mayoritaria con el candidato presidente, una mitad minoritaria con el candidato de la Alianza Democrática; políticamente hablando, una victoria pírrica y una derrota gigantesca para el primero, una victoria gigantesca y una derrota pírrica para el segundo. Otros datos siguen arrojando leña al fuego: de los votos provenientes del extranjero, que fueron contabilizados después, 50.000 favorecieron a Capriles y solo 3.000 a Maduro, con lo que la diferencia se ha ido acortando hasta superar apenas el 1%. La interpretación de los mismos ligada a la resistencia de la corte electoral a la auditoría, a las 3.000 denuncias de irregularidades, a la curiosa superación de los votos que había logrado Chávez en algunas zonas electorales y la totalidad de votos por Maduro en algunas mesas… fluye para reflejarlo todo: mientras que la presidencia de Maduro se legalizó, la conciencia colectiva la califica de ilegítima porque hubo fraude en el conteo de los resultados. Así las cosas, el país está ingobernable y lo será cada vez más por la manera como el oficialismo pretende imponerse: persiguiendo hasta la cárcel, despidiendo de sus empleos, suspendiendo las ayudas a quienes no lo apoyaron, negando la palabra y los sueldos a los parlamentarios que no lo reconocen, satanizando a los contrarios.

Hay que reconocer que Hugo Chávez, gracias a su contacto simbiótico con el pueblo, logró en un primer momento recoger el grito de los pobres con las “misiones”: programas de rehabilitación integral de los barrios que integraron empresas comunitarias, profesionales calificados, municipalidades y ministerios, en organizaciones ciertamente populares. No obstante, su formación militar pesó más que su ideal político y lo llevó a un error gravísimo, la coaptación de los poderes legislativo y judicial, con lo que se dio sentencia de muerte a la pluralidad y se entronizó un unanimismo que se convierte en dictadura cuando se pretende imponerlo a la fuerza.

En este contexto se ha levantado el cuadrilátero para una pelea entre la legalidad y la política: el consejo electoral que se había negado a la auditoría pedida por la oposición argumentando que era físicamente imposible, a pesar de que se había adelantado ya en las anteriores elecciones presidenciales, accedió a apoyarla con el fin de ganarse el apoyo de los presidentes latinoamericanos que se reunieron precipitadamente en Lima y que asistieron a la toma de posesión; después han negado sistemáticamente el acceso a las actas, las papeletas y los cuadernos de votantes, por lo que la Alianza Democrática se negó a participar en el proceso y acaba de impugnarlo ante la Corte de Justicia. Ésta también está en manos del chavismo por lo que las vías legales seguirán cerradas para la entrada de un oxígeno que ayude a mantener vivo el ente nacional. Se abre paso la toma de conciencia de la ilegitimidad, pero tendrá posibilidades solo en la medida en que se haga sentir la posición internacional, muy cohibida por motivos no solamente ideológicos sino también, y sobre todo, económicos y comerciales.

Una preocupación común

Entre tanto, la Vida Religiosa acaba de tener dos foros: el Congreso de Nuevas Generaciones y la Asamblea General de Superiores Mayores, que coincidieron con una reunión de la Conferencia Episcopal, en cuyo centro estuvo el remolino de esta realidad. Allí fueron evidentes: una preocupación común, la convicción de que la unidad venezolana se está deshaciendo; un deseo común, que se respete la dignidad humana y que se le abran espacios a una sociedad más igualitaria; un propósito común, que se construya la paz sobre la base de la verdad; una decisión común, sostener la esperanza contra toda esperanza. Ésta que parece asfixiarse con el desempleo, la escasez de alimentos, los apagones, la violencia, la desconfianza, la prevención, los insultos. Aún más, la Iglesia sigue haciendo propuestas generadoras de paz, por ejemplo con la educación, ofreciendo alternativas efectivas con programas de recuperación del tejido social, comprometiéndose proféticamente con la opción preferencial y evangélica con los pobres. Y la Vida Religiosa aporta desde su especificidad con “la profecía del diálogo, la participación, la comunión”, una de las líneas de acción del Horizonte Inspirador de la CLAR para este trienio.

P. Gabriel Naranjo Salazar, CM. SECRETARIO GENERAL DE LA CLAR

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