Laura y los caminos de la paz

Humanista y gestora política del bien común

 

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La vida de Laura Montoya discurre en una época de la dolorosa historia de Colombia que está llena de atropellos que luego se convierten en el anecdotario de una “patria boba” que no logra salir hacia todos los caminos de prosperidad que le ha entregado la Providencia. Su padre asesinado por bandería política por un antepasado de una gran familia de hoy supo con la mamá enseñar el difícil amor a los enemigos que conduce al perdón del mal realizado, que hoy los políticos han convertido en una parte de la metodología de la paz, negándose, eso sí, a aceptar que la categoría cristiana del perdón exige actitudes y sacrificios que los “retóricos del perdón” no están dispuestos a asumir.

Muerto el papá, confiscados los bienes, reducidos a la pobreza, la viuda les enseñaba a rezar por “un señor” que tenía profunda necesidad de la oración. Más tarde cuando supieron de quien se trataba –nada menos que del asesino– entendieron que el perdón no es enemigo de la memoria cuando viene vinculado a la decisión de hacer el bien a quien nos ha hecho el mal.

“Perdón y olvido” es lo que reclaman los facilistas, pero el perdón ha de estar asociado a la memoria purificada del deseo de venganza y esto es lo difícil de obtener.

La familia de Laura no cultivó odios ni sembró esas borrascas que algunos consideran naturales en el “derecho de cobrar con sangre las deudas de sangre”. La santa creció en un ambiente que enseñaba con las palabras pero las convertía en actitudes y en vida; hoy tan solo tenemos las palabras.

En estos días, conversando en Roma con especialistas en la paz –al menos así se presentan– decían que esa actitud de perdonar sin olvidar y de consolidar el perdón y fortalecerlo con una memoria purificada, era imposible ya que “los criminales” debían pagar y sentir el peso de la ley. No asumir el perdón es lanzar hacia el futuro las semillas de la discordia y la perpetuación de la violencia.

Laura Montoya pudo construir su obra a pesar de todos los enemigos que se le cruzaron, porque avizoraba la intención de quien quería hacerle el mal, leía la metodología de quien odiaba su tarea y a ella, y sin darle ventajas ni aparecer menos firme, iba desarmando cada artimaña, así estuviera ornamentada por el poder civil o por aquellos eclesiásticos no habituados a mirar el porvenir.

Leer sus “confesiones” ordenadas por su director espiritual es meterse en un mundo que por entonces no estaba previsto. Hay en ellas actitudes que desarman, otras que sorprenden y otras más que desafían la creatividad sin dejar de lado algunas revestidas de una “terquedad” –así lo juzgaban algunos– que era expresión de sus convicciones.

Cuando muere el 21 de octubre de 1949, lo hace en el dolor de la enfermedad pero en la serena alegría de quien sabe que ella y su Señor han realizado un buen trabajo y que lo demás lo cumplirían quienes por ella convocadas, alrededor de su fe y de su celo, siguen aún hoy sueños anticipatorios.

Y esto es claro para gentes que desde tres continentes y 21 países agradecen la vida de esta mujer que desde Jericó se constituye hoy en la primera línea de los personajes de Colombia.

La sensibilidad política

Esta “paisa” entendía de “bien común”, es decir, sabía que en el origen y en el fin, cuando la política se hace bien, coincide así sea imperfectamente con el Evangelio.

Supo enfrentar con amabilidad y determinación, personajes tan dispares como el general Pedro Justo Berrio y el humanista Marco Fidel Suárez, el gran autor de la “Oración a Jesucristo” y honesto presidente de la república, lo mismo que a don Carlos E. Restrepo, a Mariano Ospina Pérez y, sobretodo, al gran amigo que fue el ex presidente Eduardo Santos, de quien llegó a estar en el fondo de su buena alma de gobernante.

“Madre, ¿que es lo que usted busca?, preguntaba el presidente. ¡Busco favorecer a los colombianos más necesitados!, respondía Laura. Entonces, Madre, tiene a disposición las llaves del palacio y mis arcas, concluía él”.

madre-lauraY le cumplió. No ha habido en la república hombre más parco en palabras y más generoso con las obras sociales de Laura Montoya.

Años antes de su tránsito a la eternidad, Laura Montoya ya enferma recibió la Cruz de Boyacá con una frase que valía tanto o más que la cruz misma: “pocas veces ha sido esta condecoración tan lúcida como en su persona”.

“La caridad de Cristo nos impele”, el prójimo, el bienestar de los pobres de quien registraba ella la frase que Gregorio desde su inteligente humildad, le decía: “todos los pobres somos un misterio” y ella se empeñó en dilucidarlo y lo logró en el corazón del indígena y del negro.

En ello estriba la diferencia que mientras Laura llegó al fondo de la política, a él difícilmente han logrado llegar los políticos de entonces y de ahora, ya que se necesita saber de la dignidad de la persona y establecer prioridades de acción, actitudes y buenos ejemplos y saber establecer prioridades y cumplirlas.

Su libro de confesiones, así como los estudios realizados por el padre Carlos Eduardo Mesa, dan cuenta de ese andareguear metodológico que conduce a la transformación de la realidad.

Construyendo cultura

Hoy en este mundo de PH, de magísteres, de licenciados, de diplomados de fin de semana, casi ninguno de ellos ha llegado a saber leer la realidad como esta religiosa que enfrentada a lo desconocido descubría ámbitos hasta entonces no vistos por nadie y ni siquiera imaginados. Cómo sería de importante conversar seriamente sobre el Catecismo para los Catíos y otra serie de reflexiones de las que en otro número nos ocuparemos.

De niña captaba rápido y la creatividad y el sentido común la llevaban a transformar dificultades en oportunidades. Era difícil creer en la rapidez y comprensión de lo visto, de lo oído y de lo leído. En esa situación se vio el examinador –secretario de instrucción pública de Antioquia– quien obviando situaciones de escolarización le asignó calificación máxima. Desarrolló el amplio sentido filosófico que hizo de las normales una cima –lamentablemente desaparecida– de la educación colombiana, injustamente herida y sacrificada por el juego de las falsas innovaciones.

Con ella la literatura colombiana tiene una cumbre extraordinaria semejante o superior a la de Teresa de Jesús, y bastaría no más el testimonio del gran Tomás Carrasquilla para certificarlo y ello daría para abrirse a las consideraciones de la ascética y de la mística de quienes han merecido los doctorados eclesiásticos más significativos cuyo pensum es de eternidad.

Una nueva época

La primera santa colombiana, fundadora, está presente en un mundo que ha de aprender a conocerla y cuya vida fascina a quienes saben escuchar. Francisco la portó a los altares y ella será signo que Latinoamérica comienza a dejar de ser el continente de las esperanzas inciertas, para comenzar a ser el continente de las nuevas realidades.

Ese día, aunque no se diga, subieron glorificadas en ella Mercedes Giraldo, Matilde Escobar (María José), Ana Saldarriaga, María de Jesús López, Carmen Rosa Jaramillo y Dolores Upegui –mamá de la madre Laura– que quiso hacerse presente en la colosal tarea de su hija de “hacer quedar bien a Dios”. A ellas se añade la gran figura de Isabel Tejada Cuartas cuyo proceso de beatificación recorre ya senderos.

11648_273048759495229_1353811964_nHoy el Papa exige de los pastores que “huelan a oveja” y es aplaudido. Laura pedía “misioneras cabras” capaces de ir adelante abriendo caminos que –indicados por la Providencia– han de ser descubiertos al cumplir la no fácil tarea de predicar el Evangelio siendo cada quien como Laura, capítulo esencial de la “Buena Nueva”, ya que es preciso hacer cierto que lo dicho ha de ser respaldado por el buen ejemplo.

Descubrir los nuevos tiempos, crear una nueva cultura, aceptar que es preciso que coincidan las tareas de la humanización con la gestión política del bien común y, sobretodo, aceptar que Dios tiene mucho que ver con la verdad de todo ello a través de su Evangelio, es fundamental para la paz.

Guillermo León Escobar Herrán. Roma

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