Editorial

Un nuevo Pentecostés en la Iglesia hoy

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papa Francisco con una paloma

EDITORIAL VIDA NUEVA | Pentecostés, fiesta de la vida y del amor que se derrama, como un regalo, en el corazón de la Iglesia, encerrada en el Cenáculo. La fuerza de Pentecostés viene a eliminar los miedos de afuera y las incertidumbres de adentro.

El escenario se repite. Un manojo de discípulos atrapados por la duda de si Jesús estaba vivo o si era una página gloriosa de la Historia. La última vez que lo vieron estaba colgado en la cruz. Y en el exterior, la agresividad y la persecución del mundo. Podían correr la misma suerte del Maestro. Incertidumbre por dentro y miedo a lo de afuera. Es la misma dinámica de siempre, el mismo escenario que se repite, las mismas experiencias en cada esquina de la historia de la Iglesia.

Un nuevo milenio, un nuevo pastor en la sede de Pedro, gestos a raudales, una alegría renovada y desbordante en la misma tradición. Francisco ha venido a señalar la importancia de un nuevo Pentecostés en la Iglesia. Lo ha repetido. Es preferible una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma; una Iglesia que esté sujeta a los desafíos de estar en la calle, que una Iglesia encerrada y enferma por la falta de aire.

Es un ejemplo claro y distinto de la necesidad de un aire nuevo, de un fuego nuevo, de un aliento nuevo que disipe las incertidumbres y los miedos. El papa Francisco es hoy el subrayado de una Iglesia en la que el Espíritu Santo se muestra con todo su esplendor en momentos de desvalimiento y en situaciones de incertidumbre.

El pontificado del papa Francisco ha roto moldes
y ha devuelto a la Iglesia un lenguaje que estaba sepultado.
Es el lenguaje de los signos y de la misericordia,
un lenguaje que se hace creíble,
incluso para los no creyentes.

Pentecostés es una llamada a disipar esas dudas que asaltan cuando falta ilusión y el cristianismo se vuelve una triste ideología más, atada y muy atada a las categorías del pensamiento. Pero es también una llamada a disipar esos miedos de afuera, en la persecución, en el laicismo agresivo. El miedo al mundo y a lo que lo rodea y del que la Iglesia teme contagiarse, a veces. Hacen falta hombres y mujeres nuevos para un nuevo Pentecostés en la Iglesia.

Este tiempo nuevo traerá aliento y esperanza, Iglesia de misericordia en la que se derraman los dones del consejo, la sabiduría, la ciencia, la fortaleza, el amor, en definitiva. Y hoy más que nunca, esta Iglesia necesita del don del discernimiento para saber, en el diálogo con los hombres y en la escucha atenta de la Palabra de Dios, qué hay que hacer para seguir siendo sal y luz, sacramento universal de salvación.

El discernimiento, forjado en la escuela jesuítica, es clave en este momento en el que la sede de Pedro está ocupada por un hijo de san Ignacio.

El pontificado del papa Francisco ha roto moldes y ha devuelto a la Iglesia un lenguaje que estaba sepultado. Es el lenguaje de los signos y de la misericordia, un lenguaje que se hace creíble, incluso para los no creyentes. Estos poco más de dos meses de pontificado han levantado esperanzas y cierta euforia, como la que se vivió en aquel primer Pentecostés.

El pontificado de Francisco no es revolucionario en las formas, sino en la esencia, porque ha sacado de ella la fuerza de siempre, que estaba adormecida. Un nuevo Pentecostés para el que hay que estar abiertos y esperanzados. Unos ojos nuevos para una mirada nueva, en la misma tradición de siempre.

En el nº 2.848 de Vida Nueva. Del 18 al 24 de mayo de 2013.

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