Viaje al Dalí esencial

Salvador Dalí posa frente a un cuadro con un Cristo

El Reina Sofía expone más de doscientas de sus obras, incluida una de las cumbres de su pintura religiosa

La tentación de San Antonio, cuadro de Dalí

‘La tentación de San Antonio’

El Dalí esencial y la inspiración religiosa [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Loco, fantoche, cubista, artista, científico, escritor, putrefacto, fauvista, surrelista, lector, obsesivo, viajero, dibujante, ególatra, soñador, enigmático… Todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas –ese es su rotundo título– de Salvador Dalí (Figueres, 1904-1989) pueden verse en la mayor exposición en 80 años dedicada al genio de Port Lligat.

El escenario es el Museo Reina Sofía, aunque la muestra viene precedida de un éxito sin precedentes en el Centre Pompidou de París. “Esta exposición nos ofrece la posibilidad de analizar la obra artística de Dalí y los diferentes lenguajes que utiliza. Su mejor creación no se circunscribe solo a la invención de las formas, sino, además, a la invención poética. En este sentido, cabe también destacar a Dalí como renovador del vocabulario surrealista y con un intenso empeño en la investigación del proceso representativo e interpretativo de lo observado y percibido”, explica Montse Aguer, comisaria de la muestra.

Son 200 obras que ofrecen al mejor Dalí de las colecciones del Reina Sofía, la Fundació Gala-Salvador Dalí (Figueres) y el Salvador Dalí Museum de St. Petersburg (Florida). “Contribuyen a su excepcionalidad”, según Aguer, préstamos de otros museos de primer orden, como el MoMA (Nueva York), de donde se ha traído La persistencia de la memoria (1931); el Philadelphia Museum of Art, que presta Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la guerra civil) (1936), o la Tate Modern (Londres), con la Metamorfosis de Narciso (1937). “En total –presume Aguer–, hay unas treinta obras que nunca antes han sido vistas en España”.

Inspiración religiosa

Hasta el 2 de septiembre podrá contemplarse, entre ellas, La tentación de San Antonio (1946), de los Musées Royaux des Beaux-Arts de Bélgica, máxima representación de ese Dalí religioso que apenas se entrevé en la muestra, en la que se echa de menos sus asombrosos crucificados, como el Cristo de San Juan de la Cruz (1951) o Corpus hypercubus (1954). Porque en las poéticas de Dalí también habría que incluir el catolicismo.Salvador Dalí posa frente a un cuadro con un Cristo

Aunque es cierto que Dalí usó en muchos casos un Dios ornamental –es decir, se sirvió simplemente de un lenguaje religioso, básicamente en el tratamiento de la Virgen y la Asunción–, en otros hay una decidida intención de transmitir un mensaje evangelizador. El crítico francés Bernard J. Durand contabiliza en su ensayo Dalí y Dios, ¿un encuentro que no fue? unas 260 obras de temática religiosa, entre óleos, dibujos, acuarelas, esculturas y grabados, sobre todo a partir de 1948, cuando regresa a España desde EE.UU. y se autoproclama “católico, apostólico y romano”.

Más que una conversión, como se cita, fue un regreso al seno de la Iglesia, en el que también influyó su vuelta a la España de Franco. El padre Narcís Costabella, que le atendió en su lecho de muerte, le regaló una foto donde se veía a Dalí de niño arrodillado en los bancos de la iglesia de Sant Pere frente a un Cristo de Frederic Marés.

Entre aquel niño y su regreso a España, hubo un Dalí contagiado por la “blasfemia y sacrilegio” del surrealismo, en sus propias palabras, que superó en EE.UU., a donde se exilió durante la Guerra Civil. En 1944, ya había participado en la exposición colectiva Religious Art Today, en el Dayton Art Museum, y comenzó una etapa mística y nuclear –cuyo corpus expone en su Manifeste Mystique (Manifiesto Místico)–, caracterizada por el tratamiento de temas religiosos y científicos, especialmente la fisión nuclear.

La religiosidad de Dalí, como defiende Durand, está en su obra –crucificados, madonnas, ángeles, visiones bíblicas–, más allá de los polémicos enunciados que solía hacer, como esa respuesta contradictoria –así era Dalí en sí mismo– que recoge el documental La dimensión Dalí: “Creo en Dios, pero no tengo la fe. Por las matemáticas y por las ciencia naturales sé, es indiscutible, que Dios tiene que existir, pero no me lo creo. Es terrible. Ahora me acerco más, pero no me lo creo. (…). Sobre todo por el problema de la muerte”.

El ‘Angelus’ de Millet, una obsesión

El miedo a la muerte es una de las claves para interpretar la obra y el catolicismo de Dalí, como la obsesiva interpretación del famoso Angelus (1857-59) pintado por Jean-François Millet y la original lectura que hace del misterio de la Anunciación.

Su obsesión por este lienzo lo convirtió en protagonista no solo de sus trabajos pictóricos entre 1929 y 1935, sino también de diversos proyectos teatrales que no vieron la luz. “El Angelus de Millet se convierte de súbito para mí en la obra pictórica más turbadora, la más enigmática, la más densa, la más rica en pensamientos inconscientes que jamás ha existido”, escribe Dalí en torno a 1932.

Construcción blanda con judías hervidas, cuadro de Dalí

‘Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la Guerra Civil)’

A través de la interpretación de esa obra, da rienda suelta a una interpretación claramente sexual, pero en suprema contradicción –otra vez Dalí en esencia–, sus recreaciones pictóricas a partir del lienzo de Millet retoman la iconografía clásica de la Anunciación y la Encarnación, influenciada por Fra Angélico y el Renacimiento. Por ejemplo, La estación de Perpignan (1965). Y, aún más allá, estas revisiones de Millet modifican la tradicional lectura de la plegaria por la fertilidad del campo como un trágico réquiem por la imposibilidad de procrear y por el sentido mítico de la Creación.

El Angelus protagoniza la quinta de las once secciones del recorrido por el Reina Sofía, en el que también pueden verse dibujos, fotografías, manuscritos, revistas, libros o películas. Organizado cronológicamente, arranca con “Del vidrio de multiplicar a la putrefacción” y “Autorretratos”, reflejo de un Dalí aprendiz que experimenta con el color y la luz retratándose a sí mismo y a su familia. Aquí están algunos de los dibujos de la serie “Putrefactos” en tinta china sobre papel, realizada en la Residencia de Estudiantes, junto Lorca e inspirada por Pepín Bello. A él le dedica, por ejemplo, la Crucifixión (1925).

En “La miel es más dulce que la sangre”, tercera parada, está precisamente el Dalí que experimenta con el cubismo, el fauvismo o el futurismo. Paso previo al “Surrealismo”, la sección más numerosa y sobre la que gira la exposición, a partir de su método paranoico-crítico: “La sistematización de la confusión y la contribución al descrédito total del mundo de la realidad”.

Tras “El Ángelus”, el recorrido continúa con “El rostro de la guerra”, “Surrealismo después de 1936” y “América”, que componen una trilogía del exilio que se culmina con “La vida secreta”, donde se exponen los originales de los 30 dibujos que incluyó en su autobiografía La vida secreta de Salvador Dalí y que no se pudieron ver en París. “Escenarios” y “El enigma estético” se concentran ya en el agitador de masas de regreso a España.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.846 de Vida Nueva.

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