El peligro de la espiritualidad sin Dios

grupo de jóvenes en círculo rezando cogidos de las manos

atardecer en el mar

El peligro de la espiritualidad sin Dios [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | El auge de la espiritualidad esotérica supone un fenómeno cultural que capta a muchas personas con inquietudes trascendentales, pero que reniegan de la religión institucionalizada. La Iglesia busca responder mostrándose más como samaritana que como maestra. Junto a la búsqueda de los alejados por increencia, esta es la otra cara de la nueva evangelización.

En materia espiritual, dos datos se acentúan con el paso de los años en Occidente: descienden los fieles practicantes en la Iglesia católica y, al mismo tiempo, crece exponencialmente el interés por lo que muchos expertos han denominado “espiritualidad sin Dios”. Así, si bien las Iglesias institucionalizadas están aquí en retroceso, paralelamente, se detecta el fenómeno contrario: hay un interés creciente por ciertas características ligadas a la religión, como pueden ser la necesidad de introspección, la búsqueda de estabilidad emocional, el anhelo de consuelo, ternura y misericordia, o la desesperada lucha por la salud en casos de grave enfermedad. En definitiva, sigue habiendo una gran sed de espiritualidad…, aunque sea sin ligarla a una Iglesia o a una imagen concreta de Dios.

Algo fácil de percibir hoy. Basta con observar la epidermis de la cuestión, que se aprecia con solo plantearse unas sencillas preguntas: ¿cuántas personas dicen sentir cercanía por los valores más básicos del cristianismo (y más aún, por la figura de Jesús), pero reniegan de una Iglesia a la que achacan haber traicionado el mensaje de Cristo?

¿Cuántos, alejados de los templos, llenan su vacío de fe en manuales de espiritualidad o en técnicas de relajación con rasgos de ciertas religiones orientales? ¿Cuántos, en la idea de que Dios (o la energía a la que equiparan con Dios) está en todos lados, conceden una fuerza de carácter espiritual a elementos materiales como el agua, continente en sí misma de esa difusa energía?chica joven en la playa con una vela encendida

A la hora de buscar respuestas que expliquen esto, lo mejor es tratar de situar su origen. El sacerdote salesiano Jesús Rojano, director de la revista Misión Joven (ligada a la pastoral juvenil), se remite al concepto de “espiritualidad salvaje”, acuñado por la estudiosa francesa Françoise Champion, quien advierte que este es un fenómeno que ya se daba hace 2.500 años en ciertas ramas del budismo.

Sin embargo, este se ha concretado en su actual forma a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, a través de la llamada New Age (Nueva Era): “Una gran precursora fue Alice Ann Bailey, que muere en 1949. En los años 50 se difunden sus libros y en los 60 tienen un éxito especial en California y otros estados. En el musical Hair (estrenado en 1967) había una canción (‘Acuario’) que hacía propaganda de dicha corriente. También entonces vendría la moda pseudobudista y pseudohinduista (los Hare Krishna), tras los viajes a la India de algunos Beatles y otros cantantes. Digo ‘pseudo’ porque eran presentaciones simplonas que no hacen justicia a la seriedad del verdadero budismo o hinduismo. A Europa estas modas llegan con el triunfo del paradigma cultural posmoderno, a finales de los 70. A España esto llegaría a inicios de los 80”.

Para este docente del Centro de Enseñanza Superior Don Bosco, de Madrid, uno de los que mejor ha descrito la espiritualidad salvaje es el hoy papa Francisco: “En su libro-entrevista El Jesuita, de 2010, el entonces cardenal Bergoglio decía lo siguiente: ‘Creo que el nuevo siglo será religioso. Ahora, habrá que ver de qué manera. La religiosidad a veces viene acompañada por una especie de teísmo vago que mezcla lo psicológico con lo parapsicológico, no siempre por un verdadero y profundo encuentro personal con Dios, como los cristianos creemos que debe ser’. Por ahí van las cosas. Esa espiritualidad es demasiado narcisista y obsesionada por el bienestar exclusivamente personal. Además, se crea un Cristo a su medida y se pierde la experiencia comunitaria; como mucho, genera grupúsculos encerrados en sí mismos. Por fin, es poco comprometida con la justicia, poco samaritana. Ahora bien, muchas de las personas que están en esto han tenido experiencias de Iglesia poco ilusionantes y convincentes. Lo que lleva como causa al mal ejemplo que damos a veces los cristianos”.

“La religiosidad a veces viene acompañada
por una especie de teísmo vago
que mezcla lo psicológico con lo parapsicológico (…).
Ahora bien, muchas de las personas que están en esto
han tenido experiencias de Iglesia poco ilusionantes y convincentes”.

Cardenal Bergoglio, en el libro ‘El Jesuita’

Carolina Blázquez Casado, religiosa agustina en el Monasterio de la Conversión, en Sotillo de la Adrada (Ávila), considera que el aparente éxito de estas espiritualidades estriba en que se las puede tachar de “fáciles”, porque “no piden nada y se basan en un hedonismo del espíritu, es decir, en buscar aquello que nos hace estar bien; sentirnos pacificados en el ámbito psicológico-espiritual, pero sin relación con nadie ni compromiso con nada; quizás ocultan un miedo del hombre actual a un Dios y a un cristianismo que son vistos como carga, prohibición metódica y autoridad despótica”.

Así, se llega al extremo de que “muchas personas tienen miedo de Dios y del cristianismo porque piensan que el Dios cristiano es un ‘aguafiestas’, un Dios que quita todo, que pide sacrificar lo más querido. Por ello, muchos que sí tienen una gran sensibilidad religiosa buscan en estas corrientes difusas una vivencia pacífica, reconciliadora, incluso de armonía cósmica con lo trascendente, al margen de categorías religiosas como mandamiento, sacrificio, prueba, pecado, castigo, cólera, justicia… Estas muestran solo un aspecto de la religión, una dimensión parcial, pero tantas veces absolutizada en nuestra presentación de la fe cristiana”.
cruz con luces de neón y calles llenas de luces

Esto lleva a una conclusión: la Iglesia debe hacer autocrítica y, además de constatar la existencia de un fenómeno por el que sus potenciales fieles caen en manos de una espiritualidad difusa, ha de presentar de un modo atractivo y cierto la posibilidad del encuentro personal con Dios en la comunidad eclesial. Algo que en sí forma parte intrínseca de la misión de la Iglesia, pero en lo que, desde hace décadas, se constata que hay errores que se deben hacer frente desde ya. Falla la comunicación, el modo en que se testimonia.

Que la Iglesia no sea autorreferencial

Esta perspectiva la tiene clara Luis Santamaría, sacerdote de la Diócesis de Zamora y miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES): “En nuestra cultura occidental se ha puesto de moda la espiritualidad sin religión. O, como ha dicho la socióloga Grace Davie, ‘creer sin pertenecer’. El desapego institucional es una característica de nuestro tiempo. Eso sí, además del diagnóstico, es necesario que la Iglesia y, por extensión, las demás confesiones religiosas de cierta importancia, vean cuáles han sido los errores en los que han incurrido. La Iglesia tiene que preguntarse: ¿he sido fiel al dirigir las miradas de la gente a Cristo o he sido autorreferencial? Está claro que la Iglesia no existe ni vive para sí misma, sino que es esencialmente misionera. Hace falta autocrítica, en clave de nueva evangelización: hay que hacer que la persona se pueda encontrar con Jesús y descubrir en Él la única fuente que sacia la sed de trascendencia del hombre”.

Diagnosticado el fenómeno, así como las dificultades de la Iglesia a la hora de hacerle frente, el siguiente paso es la reacción. Jesús Rojano pide partir de una cita de Pablo VI: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros, lo hace porque son testigos”. En este sentido, valora la fuerza de los gestos de sencillez y ternura del papa Francisco, que han asombrado al mundo. Algo que ve lógico, pues “hoy se evangeliza más con el testimonio de los hechos y la coherencia”.grupo de jóvenes en círculo rezando cogidos de las manos

Pero, ¿cómo fomentar este sentido testimonial en las comunidades cristianas a la hora de ganarse la confianza de quienes caen en los brazos de una espiritualidad naif? El director de Misión Joven advierte que el reto interpela a todos los cristianos: “No habrá renovación evangelizadora en Occidente si no están evangelizados los evangelizadores y las comunidades”.

O lo que es lo mismo: hay que tomarse en serio la tan glosada nueva evangelización. “Se debe promover –insiste–, como decía un documento de los obispos franceses sobre la renovación de la catequesis, el crecimiento de ‘comunidades cristianas acogedoras y nutritivas’, que alimenten con una vida evangélica alegre y convencida a su entorno”.

Ese acompañamiento, profundiza Rojano, es vital: “El hombre y la mujer de hoy siguen preguntándose por el sentido de la vida. Es bueno acompañar esas búsquedas. Y ofrecer el Evangelio como una propuesta plena de vida y sentido, no como una receta de normas o prohibiciones. ¡Hay que ilusionar a las personas que buscan!”.

Carolina Blázquez concuerda con esta idea y llama a cambiar “nuestra vivencia un tanto oficial o institucional del cristianismo; este puede quedar reducido a prácticas concretas, en lugares determinados y a través de mediaciones preestablecidas que, en cuanto que vividas como mera rutina, no nos ofrecen un sentido para la vida. De este modo, el cristianismo pierde su fuerza atractiva y fascinante, y deja de ser un modo de vivir, un modo de iluminar el mundo”.

“El hombre y la mujer de hoy siguen
preguntándose por el sentido de la vida.
Es bueno acompañar esas búsquedas. Y ofrecer el Evangelio
como una propuesta plena de vida y sentido,
no como una receta de normas o prohibiciones”.

Jesús Rojano, director de ‘Misión Joven’

La monja agustina, tomando el ejemplo de su comunidad, que cuenta con una casa dedicada específicamente a salir al encuentro de los no creyentes que acuden al Camino de Santiago para vivir una experiencia vital y cultural, certifica que el reto no puede remitirse a una estrategia definida, sino a un radical cambio en el modo de vivir la fe: “Las cosas de Dios no se ciñen a un método, porque Dios es un ser personal y, por tanto, libre. En mi experiencia en el Camino, donde encuentro cada día personas alejadísimas del contexto eclesial, pero abiertas a la posibilidad de que se produzca un encuentro con Dios, este pasa casi el 90% de las veces por el encuentro verdadero con un testigo suyo. Cuando alguien encuentra a un amigo de Dios, alguien que tiene trato personal con Él, que ora y vive en la búsqueda y abrazo de su presencia amorosa, se despierta un irresistible deseo de conocer a Aquel por el que brota esa mirada de confianza y acogida, que conforma esos gestos de servicio y entrega y que da razón de semejante sonrisa, la que solo Dios da. Entonces, surge la pregunta: ‘Y, tú, ¿por qué ríes así?’”.

Acompañar a los jóvenes

Rojano, preocupado por el avance de la espiritualidad difusa, considera imprescindible que haya agentes de pastoral para jóvenes “que les acompañen y ‘pierdan tiempo’ en escuchar sus preguntas y búsquedas. Esos agentes han de ser personas felices e ilusionadas por el Evangelio, así como encarnadas en la cultura juvenil, utilizando sus lenguajes. Los jóvenes tienen un sexto sentido para notar si quien les dice esas cosas se las cree de verdad y las vive”. Igualmente, echa en falta “maestros en espiritualidad cristiana” que presenten de un modo sugerente experiencias de grandes santos.persona depositando pétalos de flores en el suelo

De un modo específico, el salesiano cree que una iniciativa a tener muy en cuenta es el Atrio de los Gentiles: “Aunque en España, a excepción de Barcelona, se ha hablado poco de él, sería bueno hacer esto de un modo sencillo, a nivel de barrio, de parroquias o de centros educativos”.

En esto coincide con Santamaría: “Iniciativas como el Atrio de los Gentiles han de hacerse a nivel local, posibilitando que los alejados puedan descubrir el rostro de una Iglesia que no quiere imponer nada ni aprovecharse de ellos, sino mostrarles el rostro amoroso de Dios. Es necesario crear grupos que posibiliten un conocimiento cercano de sus miembros, que puedan compartir la vida, rezando juntos, formándose y comprometiéndose cada vez más en la misión”.

Para el cura de Zamora, la idea de comunidad fraterna basada en el amor es necesaria frente al individualismo de las espiritualidades nacidas de la Nueva Era. En primer lugar, porque el éxito de estas últimas se da ante todo en los más débiles y desorientados, que acuden a “terapias psicológicas alternativas, técnicas de meditación, sistemas de sanación por la energía, comunicación con entidades no humanas… Todo esto es un rebrote de la vieja gnosis. Hablamos de novedad, pero son cosas muy viejas que vuelven a salir una y otra vez, ofreciéndole al hombre un conocimiento oculto, que le hace sentirse especial, depositario de un secreto que le puede hacer feliz. Una salvación a través del conocimiento, del propio desarrollo personal y del esfuerzo, y no a través de la fe: esto es la gnosis”.

“Iniciativas como el Atrio de los Gentiles
han de hacerse a nivel local, posibilitando
que los alejados puedan descubrir el rostro de una Iglesia
que no quiere imponer nada ni aprovecharse de ellos,
sino mostrarles el rostro amoroso de Dios”.

Luis Santamaría, miembro de RIES

Como recalca Santamaría, esta ambigüedad espiritual esconde un riesgo: “Muchas personas tienen las defensas ‘bajas’ ante todas estas ofertas, porque no las ven como alternativas, sino como algo compatible con lo que sea, también con la fe cristiana. Pero no es posible: o crees en un Dios personal con quien estableces una relación (porque Él ha salido a tu encuentro antes) o crees en una energía universal impersonal de la que todos formamos parte. No es inocente en qué se crea. Cada doctrina trae consigo una cosmovisión, una forma de entender el mundo, la historia, el hombre y la propia vida. Y todo lo esotérico y lo que forma parte de la galaxia de la Nueva Era no suele ser más que un narcisismo espiritual, un mirarse al ombligo para buscar la propia autorrealización, la ampliación de la conciencia… Además de que la creencia en una Divinidad impersonal trae consigo la despersonalización del hombre”.

También es un negocio

Aquí, Santamaría apunta otro peligro muy concreto, a cargo de “los aprovechados que montan su chiringuito para conseguir fines mucho menos espirituales. El mundo de la espiritualidad es muy apto para que haya personas que se aprovechen de la debilidad de otros”. Así, cada vez proliferan más los chamanes que se lucran con un negocio por el que aseguran que son capaces de curar enfermedades con la simple imposición de las manos.fichas con símbolos de New Age

Una variante es el reiki, que se ofrece como una terapia alternativa a la medicina convencional. Proveniente de Japón (reiki es “energía universal” en japonés), ha habido una proliferación de cursos que ofrecen la sanación de problemas físicos o emocionales a través de la transmisión de energías positivas por las manos de personas que participan de esta fuerza espiritual. Su fin último pretende que cualquiera puede llegar a dominar esa energía universal y sanar a otros. Como argumentan sus miembros, no es un don especial, sino una técnica que se puede aprender. Solo es necesario participar en los cursos, que son de pago…

Entre el desconcierto y la ambigüedad por los que crecen estas prácticas, Blázquez también concluye que la gran oportunidad de extraer un bien para la fe está en un acompañamiento fraternal que permita conceder una íntima interpretación a acontecimientos ordinarios: “El asombro de un enamoramiento, la belleza de un paisaje, la verdad de un encuentro auténtico con alguien que te mira a los ojos y te escucha, el estupor ante la muerte de alguien que amas, la impresión estética de un concierto, la pregunta ante el misterio del dolor, la injusticia o la pobreza, la estrecha relación que existe entre lo esencial y la verdadera alegría que se experimenta en la peregrinación… Ahí se necesita la compañía de alguien que dé hondura a estas vivencias, sin censura, y, a través de ellas, despierte a las grandes preguntas sobre el sentido de la vida. Aquel que es capaz de hacerse esas preguntas y admirarse por ellas, se ha abierto a la búsqueda de Dios. Ha sido tocado por Él. La piedra del corazón empieza a moverse para dar cabida a Dios”.

Este contexto de crisis y descreimiento global lo reflejan como pocos el libro El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, del filósofo francés André Comte-Spomville. Reconocido ateo, sin embargo, defiende la imposibilidad del hombre de vivir sin amor y sin relacionarse en comunidad, valores ambos que encuentra en esta espiritualidad genérica y difusa.

Ante esto, la Iglesia, consciente de la gravedad de un fenómeno por el que incluso es vista como un obstáculo para la salvación del hombre, sale decidida al paso de las ovejas perdidas. Y lo hace con el mensaje que más contagia. El de siempre: Dios es amor.

En el nº 2.845 de Vida Nueva.

 

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