Ejes para comprender el porqué de la espiritualidad sin Dios y peligros intraeclesiales

pareja rezando en el campo al aire libre

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MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | Fruto de la importancia que la Iglesia concede al desafío de la espiritualidad sin Dios es el exhaustivo documento (144 páginas) que, en 2003, elaboraron los consejos pontificios para la Cultura y el Diálogo Interreligioso. Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la Nueva Era hace un recorrido por los aspectos de lo que se reconoce como una “corriente cultural” que supone “una variante contemporánea del esoterismo oriental”.

Así, especifican, “la matriz esencial del pensamiento de la Nueva Era ha de buscarse en la tradición esotérico-teosófica que gozó de gran aceptación en los círculos intelectuales europeos de los siglos XVIII y XIX”, teniendo una especial presencia “en la francmasonería, el espiritismo, el ocultismo y la teosofía”.

A la hora de vislumbrar los temas centrales de la Nueva Era, el texto recoge los siguientes: “El cosmos se ve como un todo orgánico; está animado por una Energía, que también se identifica con el Alma divina o Espíritu; se cree en la mediación de varias entidades espirituales: los seres humanos son capaces de ascender a esferas superiores invisibles y de controlar sus propias vidas más allá de la muerte; se defiende la existencia de un ‘conocimiento perenne’ que es previo y superior a todas las religiones y culturas; las personas siguen a maestros iluminados”.

En definitiva, la Nueva Era es una amalgama de nociones espirituales y “no una religión”. De hecho, en ella, Dios no es sino una energía impersonal y difusa. Lo contrario del cristianismo y del resto de religiones monoteístas, donde el Creador interviene en la Historia desde el origen, haciendo al hombre a su imagen y semejanza.

Riesgo en los ámbitos católicos

Como denuncia el sacerdote de Zamora Luis Santamaría, “un elemento que tiene que servir para la autocrítica eclesial es la penetración de todas estas realidades en ámbitos católicos. Cuando una parroquia, una casa religiosa o un centro de espiritualidad acogen acríticamente actividades de la órbita de la Nueva Era, están haciendo algo de consecuencias muy graves. Porque están legitimando y amparando algo que, ante los ojos de la gente, tiene que ser necesariamente positivo, cuando no es así. Por tanto, están ofreciendo un contenido que choca frontalmente contra lo que anuncia la Iglesia sobre Dios, el mundo y el ser humano”.

Desde una perspectiva distinta, la religiosa agustina Carolina Blázquez Casado apunta otro déficit que a veces también se da en las comunidades cristianas: “Suele ser general una actitud de rechazo y prejuicio hacia las personas sensibles a lo religioso pero alejadas de la Iglesia institucional, lo que no hace más que acrecentar una situación de incomunicación. En cambio, en vez de mirar con recelo estas nuevas experiencias pseudoreligiosas o poner el acento en aquello que nos separa, podemos enfatizar los aspectos comunes que compartimos: la certeza de que existe un mundo espiritual más allá de lo material, la gracia pacificadora del silencio, de la apertura a lo trascendente, la atención hacia lo que se escucha y se ve con los oídos y los ojos del corazón…”. Es decir, crear una oportunidad para la fe allí donde hay un trasfondo personal positivo.

En el nº 2.845 de Vida Nueva.

 

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