El trazo católico del dibujo español

dibujo San Juan Evangelista

El Prado inaugura una exposición con dibujos del Renacimiento a Goya en su mayoría religiosos

dibujo Diseño para un retablo, de Alonso Cano

‘Diseño para un retablo’, de Alonso Cano

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | El trazo del arte español, del dibujo del Renacimiento a Goya, es inevitablemente católico. Es lo que se ve, se concluye y se disfruta en la exposición El trazo español en el British Museum. Dibujos del Renacimiento a Goya, que llega a Madrid después de entusiasmar en Londres a más de 400.000 visitantes.

Y lo hace para desmentir el tópico de que los artistas españoles del siglo XVI al XIX no cultivaran, como se creía, el dibujo, básicamente porque su pasión religiosa les abocaba a pintar sobre el lienzo sin reflexionar a sanguina y sobre el papel su aspiración compositiva. Como si la fe y la búsqueda de la perfección técnica fueran incompatibles.

“La colección de dibujos españoles del British Museum de Londres está considerado una de las mejores del mundo fuera de España, con ejemplares de excepcional calidad, como el sobresaliente grupo de diseños de Ribera y el inolvidable retrato que hizo Goya de un exhausto duque de Wellington”, según puntualiza el director del Prado, Miguel Zugaza.

Es, además, la primera vez que estos dibujos regresan a España desde que, en su mayoría, viajaran a Londres adquiridos por John Charles Robinson, uno de aquellos viajeros románticos que cruzaron España sabiendo muy bien qué es lo que buscaban. Suyos eran, por ejemplo, la magnífica Cabeza de monje (datada entre 1635-1655) de Francisco Zurbarán y el Santo Tomás (1642) de Francisco Herrera el Viejo.

En comparación con otras escuelas, como la italiana, se conservan pocos dibujos españoles, fuera o dentro de España, “certeza” sobre la que han recaído algunas hipótesis rocambolescas en busca de una explicación, como dice Mark P. McDonald, conservador del Gabinete de Dibujos y Grabados del British Museum y comisario de la exposición. Entre ellas, que los grandes pintores del renacimiento y el barroco español, simplemente “no dibujaban”. Por eso explica McDonald: “La escasez de dibujos hispanos dio lugar a toda una serie de teorías fundamentadas en la idea romántica del temperamento artístico. En el siglo XX, el desarrollo de la psicología contribuyó a magnificarlas”.

dibujo San Juan Evangelista

‘San Juan Evangelista’

La exposición, con las 71 obras expuestos (66 dibujos y 5 estampas) de forma cronológica –desde la Asunción de la Virgen (1555-1661) de Alonso Berruguete a los Locos (1825-28) pintados por un Goya cercano a su muerte– vienen a desmentirlo y a mostrar “cómo plasmaron los artistas españoles su compromiso con el dibujo a lo largo de más de tres siglos, desde mediados del siglo XVI hasta el siglo XIX”, según el comisario.

Impulso religioso

Sin embargo, si hay alguna evidencia que muestra claramente el itinerario por las salas de exposiciones temporales del Prado es que el trazo español –según lo señala el título– es básicamente un impulso religioso. El ensayista Erwin Gradmann ya lo escribió en 1946: “Para comprender su modo de expresión artística, el estudioso debe ser capaz de sentir una profunda simpatía por las peculiares características del pueblo español. Lo que a un norteño le resulta difícil de entender es la combinación de un agudo sentido de la realidad con el ardiente sentimiento religioso, que distingue tan claramente al arte español del de cualquier otro pueblo”.

Insistiendo en su argumentación, Gradmann continuaba: “Al español siempre se le reconoce mejor por la elección del tema que por las peculiaridades del dibujo (…). El sentido italiano de la forma es tan ajeno al español como al alemán, y, en este sentido, hay un contraste entre los dos pueblos latinos. La importancia que el italiano otorga a la belleza de la forma perfecta, la concede el español a la representación visible de lo espiritual”.

A Gradmann lo cita McDonald, como autor de una de las hipótesis sobre la escasez de dibujos españoles, precisamente esa que justifica en la raíz claramente católica de la pintura española que los artistas “pintaran directamente sobre el lienzo sin recurrir a estudios previos sobre papel”. En cierto sentido, para los españoles, según Gradmann, pintar, sobre todo cuando hay un objeto nítidamente religioso, es más “una cuestión de emoción que de descripción”.

dibujo San Miguel Arcángel, de Murillo

‘San Miguel Arcángel’, de Murillo

McDonald desmiente que los pocos dibujos conservados del Renacimiento o del Barroco español se deban a que el genio pictórico estaba vinculado a la temática religiosa. El hecho de que Velázquez ejecutara sus obras directamente sobre el lienzo –que McDonald juzga anecdótico y no representativo del “carácter nacional”–, queda superado por que el Greco, por ejemplo, dejó al morir en 1614 más de 150 dibujos preparatorios. Y, partiendo de las investigaciones de Antonio Rodríguez-Moñino en los años 50, va más allá aún al apuntar que la razón no está tanto en los pintores ni en cómo sentían la fe, sino en la ausencia de interés de los coleccionistas por la obra en papel.

“Probablemente nunca sabremos el alcance de la dedicación al dibujo de Velázquez u otros artistas célebres –afirma McDonald, autor del catálogo–, pero parece razonable pensar que el coleccionismo de obras en papel no era lo bastante significativo en su época como para que sus dibujos se conservasen.

No obstante, la comparación entre los dibujos hechos en España y los hechos en otros países europeos muestra que el número de ejemplares en mal estado de conservación es muy superior en España, de lo que se deduce que había menos interés por preservarlos”. E insiste aún más: “Los textos biográficos, los testimonios documentales y el contexto histórico, resultan más reveladores. Estos factores demuestran un nivel de actividad mucho mayor del que sugiere por sí solo el corpus de dibujos conservados”.

McDonald recorre para demostrarlo uno a uno los principales núcleos de actividad pictórica en España en los últimos siglos que sirven, además, como secciones de la exposición: Castilla (1550-1600); Madrid (1600-1700); Sevilla, Granada y Córdoba (1550-1700); Valencia (1500-1700); el siglo XVIII; y Goya, perfecto colofón.

Pero lo que es innegable es que el motor del dibujo español es netamente católico. De las 71 obras expuestas, prácticamente más de cincuenta son de temática religiosa. La exposición del Prado está, por supuesto, llena de obras maestras, de sorpresas, de exquisiteces de artistas muy conocidos –Velázquez, Zurbarán, Ribera con Santo atado a un árbol (1624) o la originalidad de Murillo en San Miguel Arcángel y Las lágrimas de San Pedro– pero también de grandes olvidados, imprescindibles en el relato de la pintura religiosa española, como Juan Fernández de Navarrete, el Mudo (1538–1579), predilecto por Felipe II; el trascendente Francisco Camilo (1615–1673) con El descanso en la Huida a Egipto, o el portentoso Antonio de Pereda (1611-1678) con su San Jerónimo en el desierto.

Junto a ellos, otros como el arquitecto Sebastián de Herrera Barnuevo (1619-1671), que con su Diseño para el retablo de una capilla dedicada a la Virgen –de la que se desconoce para dónde había sido concebido– exhibe una maestría excepcional como dibujante.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.843 de Vida Nueva.

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