El paro cafetero

Mons. Fray Fabio Duque Jaramillo, OFM, Obispo de la Diócesis de Garzón

La iglesia de Garzón se sintió llamada por el Señor a acompañar a los campesinos durante el paro cafetero. No sintió el llamado a apoyar como tal el paro, debido a la presencia de algunas tendencias no claras e incluso no evangélicas que conculcan la libertad y que apoyan actitudes violentas. Sin embargo un análisis inicial me permitió discernir delante del Señor que la protesta era justa, que por parte del grupo de campesinos que nosotros hemos acompañado ofrecía garantías de no querer recurrir a la violencia y que la mayoría de ellos hacían parte de los procesos de evangelización que adelanta la diócesis. Tomé la decisión, en unidad con mi presbiterio, de estar cerca de estos hermanos.

Por eso, sabiendo que el Evangelio viene anunciado para ofrecer un camino de auténtico desarrollo humano, y conscientes del enorme aporte que la caficultura ha dado a esta región y al país, estuvimos atentos a las situaciones que se presentaron a raíz de la crisis económica que viven los cafeteros, y que ha generado graves problemas sociales, así como su decisión, hace unas semanas de convocar un paro.

Luego de escuchar a algunos miembros del gremio cafetero y de ver el sufrimiento de los campesinos cafeteros, solicité expresamente a mis hermanos sacerdotes para que acompañaran y estuvieran cerca a los campesinos en paro, exhortándolos a reivindicar sus legítimos derechos sin acudir a actitudes violentas. Como bien es sabido, se trata de un derecho amparado por la Constitución: la protesta pacífica para manifestar la inconformidad y pedir soluciones a los problemas. El contacto con ellos me permitió tener un conocimiento cercano de la situación tan compleja que se está viviendo.

Diálogo sí, violencia no

Por este motivo, como iglesia particular de Garzón invitamos tanto a las autoridades como a los dirigentes del paro para que se sentaran a dialogar, sin poner condiciones. Dialogar significa estar dispuesto a ceder, pero no es posible ceder de un solo lado y sobre todo esgrimir el argumento de autoridad para cerrarse en las posiciones.

De igual forma, rechazamos todas las intervenciones violentas vengan de donde vengan. Como Iglesia no apoyamos, ni aceptamos que por parte de la fuerza pública se destruyan los alimentos y los utensilios propios para prepararlos, tampoco aceptamos el saqueo de la propiedad privada, que evidencia la presencia de fuerzas extrañas a los campesinos. La violencia, venga de donde venga, engendra violencia, “el que a hierro mata, a hierro muere”. El valor principal de toda sociedad es la vida, y la violencia es un atentado contra ella. Por eso la rechazamos e invitamos a todos los manifestantes, al gobierno y a las fuerzas del orden, a no recurrir a ella, porque no soluciona los problemas, por el contrario los agrava y engendra más miseria y hambre.

Los sacerdotes me indicaron que conocían personalmente a la mayoría de los campesinos que se lanzaron al paro por su asfixiante situación económica y a los cuales no se les puede tildar irresponsable e irrespetuosamente de pertenecer a movimientos subversivos. De igual forma, el Obispo y el clero de Garzón instaron a cualquier grupo que quiso manipular la protesta, en particular a los grupos ilegales, a que se respetara la autonomía de los campesinos y su derecho a manifestarse pacíficamente, de otra manera se deslegitimarían los fines que se buscaban en bien de la región. Además, toda presión a la conciencia es una de las formas más deplorables de violencia, porque termina destruyendo el don sagrado de la libertad. Mientras nuestras acciones no nos lleven al respeto de la libertad del otro, no contribuimos al progreso auténtico de los pueblos.

Con esperanza ofrecí a todos estos hermanos mi cercanía y apoyo, junto con la de mis sacerdotes, siempre que se mantengan en actitud de paz.

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