¿Cuál Papa para cuál Iglesia?

P. CARLOS MARÍN G. Sacerdote Emérito de Manizales

No solo los así llamados vaticanistas, sino también los periodistas criollos se atreven a dar respuestas. El pueblo cristiano hace lo mismo, en voz baja y con timidez, pero con la diferencia de que sus anhelos y esperanzas se transforman en oración.

Unos y otros hablan de juventud, de santidad, de sabiduría, de conocimiento de una humanidad en rápida transformación en el pensamiento y en la acción, de mayor cercanía al Pueblo de Dios, de humildad, de vocación de servicio, de pobreza y humildad, de conciencia de los sacrificios y decisiones difíciles que exige un verdadero amor a la Iglesia, de inmensa capacidad de discernimiento.

El Pueblo de Dios también se atreve, pero lo hace como expresión de un profundo amor a la Iglesia, y con su oración todo lo pone en manos del Espíritu Santo que es su alma y su guía, y ha confiado plenamente en que haya sido Él quien haya iluminado a los convocados para elegir al nuevo sucesor del san Pedro.

Y lo hacen porque  son conscientes de que la Iglesia de Jesucristo, obra de Dios y no de los hombres, tiene que anunciar la Buena Nueva del Evangelio a una humanidad que no es la misma que, vivió, pensó e  hizo historia en el siglo XIII, y que hoy, siglo XXI, vive una desafiante “apostasía silenciosa”.

Ahora bien, si la elección del nuevo Papa la situamos en una perspectiva de fe firme y madura, depositamos toda nuestra confianza en la acción del Espíritu Santo, y centramos nuestro pensamiento en el Pueblo cristiano que el elegido como Papa espera y confía encontrar para continuar la misión que el Señor confió a su Iglesia. Un pueblo que reconozca y sienta la necesidad de ser confirmado en su fe.

Un pueblo bien dispuesto y abierto a la Nueva Evangelización, que  quiera de veras conocer y vivir el magisterio de la Iglesia, en particular las enseñanzas del Concilio Vaticano II; un pueblo que comprenda la necesidad de crecer en la fe, de prepararse para defenderla, capaz de resistir y superar las nefastas consecuencias del relativismo ético y moral, y que más allá de sentirse satisfecho con oír misa, aprenda a reunirse con sus hermanos en la fe para celebrar con alegría y esperanza la muerte y la resurrección del Señor, tal como la Iglesia misma  lo enseña.

El nuevo Papa, va a necesitar de todos nosotros, ministros consagrados, que hayamos sido formados en un profundo amor a la Iglesia, llamados y enviados a servir, sin ambiciones de poder ni de prestigio terrenal, humildes, dueños de una gran creatividad pastoral y obreros incansables del Reino de Dios.

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