Otro te ceñirá

CAROLINA BLÁZQUEZ CASADO, religiosa agustina |

La tarde del 13 de marzo de 2013 me encontraba misteriosamente en Roma por motivos de estudio. El ambiente en la ciudad los días anteriores al cónclave, tras la despedida de Benedicto XVI, estaba marcado por la inquietud, una cierta preocupación y quizás también algo de impaciencia, pero, sobre todo, por una interminable esperanza. En Roma, la elección del papa es un acontecimiento doblemente importante.

Como muy bien recordó en sus primeras palabras nuestro papa Francisco, se trata principalmente de la elección de su obispo, de esta diócesis que preside en la caridad a la Iglesia universal.

Ante los rumores, las previsiones y los nombres que se citaban como candidatos, yo sentía en mi interior la certeza de que esta vez, de nuevo, viviríamos un momento de novedad y gracia que confirmaría el misterio de la Iglesia, que no es una mera institución humana, sino, ante todo, la vida, la belleza, la presencia de Jesús Resucitado, cercano a nosotros; latiendo, escondido y vivificando desde dentro este mundo, y, por tanto, la única y gran esperanza de que nuestras previsiones, cálculos, leyes y razonamientos no son absolutos ni se imponen irremisiblemente.

Al contrario, en la Iglesia, por la acción del Espíritu, es posible la novedad, una nueva creación. Es posible el futuro y es siempre posible el cambio, la sorpresa; en definitiva, el milagro.

En la Iglesia, por la acción del Espíritu,
es posible la novedad, una nueva creación.
Es posible el futuro y es siempre posible el cambio,
la sorpresa; en definitiva, el milagro.

Por eso, cuando en la Plaza de San Pedro se pronunció el nombre del cardenal Bergoglio, se escuchó un ligero murmullo y un profundo silencio que para mí tenían el sabor de la esperanza. Muchos no sabían de quién se trataba, pero su nombre, Francesco, sonaba ya a viento fresco, a novedad y gracia para todos. Las campanas de toda la ciudad tocaban a gloria.

Y cuando minutos después nuestro papa Francisco salió y pronunció su inolvidable “¡buona sera!”, el gozo, la fiesta de alegría, las lágrimas de emoción y los aplausos que brotaron de todos como respuesta, me conmocionaron.

Me sentía testigo de un acontecimiento de gracia en la historia de la Iglesia que se ofrecía a todos, en una plaza, al aire libre, en las calles de este mundo, como lugar de fraternidad, acogida, esperanza y vida en la alegría de la Resurrección de Jesús, que está vivo y acompaña nuestros pasos y nos ofrece signos de su amor imposibles de olvidar; como la mirada cariñosa de Francisco, su humilde inclinación pidiendo oraciones para él, su entrañable recuerdo a Benedicto XVI y ese fresco “a domani”, que pronto corrigió –“a presto”–, pues su vida entra ahora de un modo irrefrenable en la corriente de la ofrenda y de la entrega de quien ya no se posee, sino que está totalmente en manos de otro.

Como Jesús recordó al primer papa de la historia: “Otro te ceñirá y te llevará donde no quieras”.

En el nº 2.841 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: NUEVO PAPA

ESPECIAL WEB: PAPA FRANCISCO

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