La mediocridad es una pérdida de tiempo hoy intolerable

JUAN MARÍA LABOA | Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas

“No hay que inventar demasiada tramoya, sino, con los ojos fijos en Jesús, anunciar el Evangelio de una forma comprensible y creíble…”

Recordando las últimas palabras de Benedicto XVI sobre el carácter vivo de la Iglesia, y en sintonía sin reservas con el papa Francisco, quiero señalar que es hora de despertar y actuar. Hemos gastado demasiado tiempo y energías en agitar los brazos como aspas inútiles en todas direcciones, pero sin mover nada. Se nos fueron los filósofos y pensadores, los políticos y los obreros, los jóvenes y el mundo de las mujeres. Forma –todavía– parte de la Iglesia un pueblo magnífico, pero debemos considerar con angustia las ovejas dispersas.

Para ello, no hay que inventar demasiada tramoya, sino, con los ojos fijos en Jesús, anunciar el Evangelio de una forma comprensible y creíble, y ofrecer con coherencia una transparencia institucional hoy débil.

La foto de los pies del Papa calzando unos zapatos gastados valen más que una encíclica. Hay que presentar una comunidad viva en la que los pastores no estén en el monte mientras las ovejas permanecen en los valles, abandonando tantos oropeles rancios que deslucen y contradicen el Evangelio de Jesús y armonizando el anuncio de la opción por los pobres de Jesús con el modo de vivir de sus fieles, comenzando naturalmente por los jerarcas.

No hemos tenido un papa miembro de órdenes religiosas desde Gregorio XVI, justa consecuencia de su mayestática ineptitud. Vamos a pensar que el hecho de tener un papa religioso y jesuita puede generar una ráfaga de esperanzadora renovación del clima eclesiástico en todos sus niveles, al tiempo que controlara el talante cancerígeno antirreligioso de algunos de nuestros obispos.

Tolerancia cero con los intolerantes,
incapaces para el diálogo y la comunión fraterna
y desconocedores de la misericordia,
la escucha y la acogida.
Todos tenemos que aprender mucho.
Comencemos considerándonos hermanos.

No nos ocupemos obsesivamente de la ortodoxia, de la exención, de la política, manteniendo las espadas levantadas, los particularismos desenvainados, la cerrazón retrógrada enhiesta. Demos por clausurado el pensamiento débil de quienes abominaban de las congregaciones clásicas para sustituirlas alegremente con movimientos y fundaciones de desigual fortuna.

Queden en suspenso los obispos que arriesgan el futuro con sus caprichos de nuevas fundaciones sobre arenas movedizas. Aquieten su voracidad aquellos que eligen candidatos no para el bien de las diócesis, sino para su propia gloria. He aquí que el Señor crea cielos nuevos y nuevas tierras con los materiales existentes, pero purificados. El Señor es grande y se apiada de sus hijos.

Todo esto no porque haya aparecido en Sión un nuevo papa, sino porque la Iglesia se ha desmelenado y ha dicho basta: basta de caprichos y de luchas intestinas, basta de despreciar a tantos creyentes válidos porque no pertenecen a la ganadería propia, basta de misiones, nuevas evangelizaciones, shows y baratijas que no favorecen una pastoral seria. Las organizaciones, congregaciones y prelaturas sirven solo si su único fin es el Cuerpo Místico de Cristo. Para gallineros autóctonos y egoísmos provincianos, ya no queda tiempo ni condescendencia.

Y la dirección de Roma solo responde al Evangelio si busca el bien común y está dirigida por la promoción de la comunión de las Iglesias. El dinero y la política han resultado siempre nefastos para la religión y han favorecido la corrupción de demasiados miembros de la institución.

Tolerancia cero con los intolerantes, incapaces para el diálogo y la comunión fraterna y desconocedores de la misericordia, la escucha y la acogida. Todos tenemos que aprender mucho. Comencemos considerándonos hermanos. Amén.

En el nº 2.841 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: NUEVO PAPA

ESPECIAL WEB: PAPA FRANCISCO

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