¡Habemus Papam!

MONSEÑOR FABIÁN MARULANDA, Obispo emérito de Florencia

Mientras el Papa emérito Benedicto XVI oraba en Castelgandolfo y seguía el Cónclave a través de los medios, los cardenales reunidos en la Capilla Sixtina enfrentan la enorme responsabilidad de elegir al sucesor de Pedro en la sede de Roma.

Mientras tanto, los periodistas y los vaticanólogos continuaban haciendo sus comentarios y sus apuestas: ¿qué clase de Papa necesita hoy la Iglesia?, ¿qué clase de Iglesia necesita hoy el mundo?, ¿cuáles son los retos que deberá enfrentar el próximo Papa?, ¿seguirá la línea conservadora de los dos Papas precedentes?, ¿podrá poner orden al interior de la Curia Vaticana?, ¿permitirá el sacerdocio de las mujeres?, ¿suprimirá el celibato de los sacerdotes?, ¿será más comprensivo en materia de planificación familiar?

Y entonces sucedió lo que nadie esperaba: en la quinta votación fue elegido el primer Papa  suramericano, el primer Papa jesuita y el primer Papa llamado Francisco.

A través de la televisión pudimos ver el momento en que el cardenal francés Jean Louis Taurán asomó en el balcón e hizo el anuncio esperado: “Habemus Papam”. Y la emoción subió de tono cuando pronunció el nombre del cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo primado de Buenos Aires, quien escogió el nombre de Francisco. 

No estaba en el sonajero de los “papables” sobre los cuales se hicieron toda clase de especulaciones; se dijo que el nuevo Papa podría ser italiano o brasilero; también canadiense o norteamericano. Pero a pocos se les ocurrió dar como candidato a uno de habla  hispana. Los cardenales electores nos dieron, pues, una gran sorpresa y una gran lección.

Ahora sabemos que el sucesor de Benedicto XVI es un sacerdote argentino, nacido en el año 1936 y miembro de la Compañía de Jesús. Es un hombre tímido, reservado y absolutamente moderado, capaz de hacer la renovación que necesita la Iglesia.

De entrada impresionó con su sencillez y su humildad. Se sabe que vive en un apartamento modesto, que viaja en metro y en autobús, que es poco dado a figurar en público, que es amigo de los pobres, y que se caracteriza por su sobriedad y austeridad.

Sus primeras palabras estuvieron acompañadas de gestos proféticos, como su sotana blanca sin distintivos papales, la oración por el Papa emérito Benedicto XVI, y la petición de la bendición al pueblo de Dios. Pidió también a Dios que lo bendiga en su nuevo camino que debe ser de amor y de humildad.

Con la escogencia del nombre nos puso en la pista de imaginar en parte la orientación que dará a su pontificado. Pensó seguramente en san Francisco Javier, presbítero misionero que junto con Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros, se consagró a  Dios e hizo votos de absoluta pobreza; y pensó también en Francisco de Asís, el santo que se desposó con la “señora pobreza” y escuchó  el llamamiento: “vete a restaurar mi iglesia que está en ruinas”.

Vale la pena recordar que después de la renuncia del papa Benedicto XVI hubo  una avalancha de artículos y comentarios, de encuestas e informes especiales sobre la crisis de la Iglesia. Algunos fueron más lejos y plantearon la necesidad de un cambio y renovación total de la Iglesia católica.

Con la elección del cardenal Bergoglio se puso fin a tantas especulaciones y se dio un parte de seguridad al mundo. La Iglesia mostró su independencia y su unidad.

Ahora podemos mirar el futuro con la confianza que nos dan las palabras del Señor: “Yo estaré con ustedes hasta el final de los siglos”.

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