Dramaturgo, publica la novela ‘La mujer del espejo’
JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Éric-Emmanuel Schmitt (Lyon, Francia, 1960) es, ante todo, un dramaturgo. Uno de los autores esenciales del teatro contemporáneo que cultiva la novela y el cine con la misma maestría. Dicho lo cual, vienen los apellidos. Y ahí, el primero inevitable, es que Schmitt es un escritor católico, comprometido con el deber de compartir la fe que encontró una noche en el desierto.
De la novela El evangelio según Pilatos (2004) nacieron dos obras de teatro que recorren Europa de éxito en éxito bajo el epigrama de “Mis evangelios”: El evangelio según Pilatos y La noche de los olivos. Uno de sus relatos, Óscar y la dama de rosa, dio lugar a una película imprescindible: Cartas a Dios. La más conocida junto a El señor Ibrahim y las flores del Corán.
Schmitt ha estado en España presentado su última novela, La mujer del espejo (Alevosía). “Esta es una novela en la que, simplemente, trato de demostrar que las mujeres tienen más dificultades para llegar a ser ellas mismas, para encontrar su verdad, porque están más alienadas que los hombres –afirma–. Digo esto en el sentido de que ser mujer define su propio sitio en la sociedad y, por lo tanto, la novela habla de tres caminos de liberación, de tres heroínas trágicas, por decirlo de algún modo comprensible, que se superan, que van más allá, en una autobúsqueda que las va a acabar llevando al misterio”.
– Anne, Hanna y Anny son esas tres heroínas. La primera vive en Brujas, durante el Renacimiento; la segunda, en la Viena imperial de principios del siglo XX; y la tercera es una actriz del Hollywood de hoy… ¿Con cuál de ellas se queda?
– Quizá Anne. Es el personaje más puro, capaz de doblarse como un junco sin romperse. Es humilde, modesta y no es consciente de los límites de la propia inteligencia humana, de la teología, del conocimiento. Por tanto, es capaz de vivir plenamente en el misterio y sabe que este es inefable. Acaba muriendo por rechazar la ideología dominante, por no querer dejar de dudar ni traicionar su pensamiento. Es una mártir de la duda, no de la verdad. Es un personaje moderno con el que me identifico.
– El misterio… marca también su propia vida, ¿no?
– El misterio, lo que acaba mostrando es que la vida es más rica, más compleja, de lo que pensamos. Y tanto hombres como mujeres, al final, nos vemos enfrentados a lidiar con el misterio de la vida. Pero esta búsqueda debe hacerse de forma humilde, es decir, que realmente se trata de vivir sin saber por qué.
Miedo y confianza
– Usted sí sabe, en este caso, que el misterio conduce a la fe.
– La fe es la manera de vivir en el misterio, posiblemente la mejor. Es un sustituto del miedo y nos da confianza. Creo que yo puedo hablar de esto porque he vivido en ambos estados. He vivido en el miedo y vivo en la confianza de la fe. Vengo de una familia atea, de filósofos, y por lo tanto fui educado para vivir el misterio con angustia. Sin embargo, la noche en la que encontré la fe en el desierto aprendí a habitar en el misterio con confianza.
– ¿‘El Evangelio según Pilatos’ o ‘Cartas a Dios’… en qué han contribuido a la fe?
– No sé realmente en qué contribuyen estas obras en sí mismas a la fe. Lo que sí sé es que son el testimonio de mi fe, de mi vida espiritual, de lo que Dios me aporta a mí. Lo hago tomando la voz de diferentes personajes que hablan de su camino hacia el cristianismo. Por lo que creo que, en conjunto, estas obras son meditaciones en torno a Dios, alrededor de lo que significa ser cristiano hoy. Son obras que buscan ante todo compartir mi camino espiritual con los demás.
– A ateos y creyentes, que siempre lo dice usted…
– Sí. A los ateos les puede servir para que reconsideren la historia, una historia que no es fácil ignorar ni dejar de lado, y que, lo digo por experiencia propia, les puede permitir abrir nuevas puertas en sus vidas. A los creyentes, para que hagan una lectura más fresca, más novedosa, del misterio, de Jesús y de los evangelios. Pero, repito, no dejan de ser mi propia visión de los evangelios.
– ¿Es consciente de que hoy la literatura está casi de espaldas a la religión? ¿Se ve como una anomalía?
– La fe es una gracia, es un privilegio que, según se mire, o nadie nos la merecemos, o todo el mundo es digno de ella. Pero, en todo caso, la fe es un privilegio que no se puede esconder, y personalmente, en mi caso, creo, además, que no debo esconder. Más aún cuando me considero filósofo y creyente, es decir, que considero que es necesario hablar de la fe, sobre todo, para llevar a cabo un combate contra el integrismo en sus diferentes formas.
– ¿Por ejemplo?
– Saber es diferente a creer. La ciencia es diferente a la fe. La fe es una elección, una esperanza, que puede ser fuerte, sin duda, pero que tiene que ser modesta y humilde. Y, por lo tanto, es necesario combatir a todo aquel que no habita en una fe modesta, ya sea integrista o terrorista de cualquier tipo; a todo aquel que usa a Dios y a la religión para imponer su visión violentamente. Y aquí incluyo también a los integristas ateos, a esos que creen saber, y que también acaban intentando imponer su visión de Dios o su no visión de Dios, más exactamente. Hablar de Dios y de la fe abiertamente, con franqueza, es bueno para la higiene del pensamiento y de la sociedad.
– “La fe se ha de nutrir de fe, no de pruebas”, escribió usted en ‘El visitante’.
– Efectivamente, eso es, lo sigo pensando.
– ¿Y qué piensa de la crisis cuando mira alrededor?
– Primero, traté de entenderla, y sigo realmente sin lograrlo. Entonces, lo que he tratado es de pensar sobre sus consecuencias, sobre a dónde nos conduce. Y nos está devolviendo a valores esenciales, humanos, que en la ebriedad del crecimiento desmedido habíamos olvidado. En cierto modo, podemos verla como un milagro optimista.
El éxito
– Eso sí que es optimista…
– Éramos una sociedad en la que el éxito económico ocupaba demasiado espacio. De hecho, en muchos casos sobre él giraban nuestras vidas. Y no debía ser así. Una vida de éxito no es solo el éxito económico. Es el éxito en la amistad, en el amor, en la paternidad, en la coherencia entre los gestos y los principios… y, por lo tanto, en este sentido, la crisis puede ser una cura forzada de austeridad, de desintoxicación de todo lo que nos confundió el éxito económico. Y hay una segunda razón para este optimismo. Y es que las sociedades solo se reinventan a partir de catástrofes, de momentos históricos de gran dificultad. Y creo que esta crisis nos puede ayudar a reinventar Europa y aumentar la solidaridad.
– ¿Y la espiritualidad?
– Todas las personas tienen una vida espiritual, que consiste en dar un sentido a las cosas, vestir el mundo visible con el manto de lo invisible. Realmente, no hay un sentido intrínseco en un nacimiento, en el amor, la amistad, la muerte o el duelo. Su sentido es el que nosotros le demos. Eso hace necesaria la espiritualidad. A mí me apasiona abordarla. Digo que soy cristiano, pero me intereso por el resto de espiritualidades, ya sea musulmana, budista o atea, que existe.
En el nº 2.840 de Vida Nueva.