Un signo profético y los desafíos futuros

EUSEBIO HERNÁNDEZ SOLA, OAR, obispo de Tarazona |

Durante los 35 años que he trabajado en el Vaticano en la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, siempre he creído que, en cada momento histórico, el Espíritu Santo daba a la Iglesia el sucesor de Pedro que mejor pudiese responder a los desafíos del momento. Ahora bien, esta decisión del Papa tan difícil, tan valiente y tan pensada, la quiero entender como un “signo profético” que va a marcar en la Iglesia un antes y un después. Como todo signo, queda abierto a distintas interpretaciones. Con toda humildad y sencillez, yo expongo la mía.

No cabe duda de que un signo tan imprevisto e inusitado ha sorprendido a la Iglesia y al mundo entero. Un mundo tan apartado de Dios y una Iglesia tan cansada y soñolienta necesitaban un empujón, una sacudida, un fuerte aldabonazo. Esto lo ha pretendido el Papa. Con este gesto pedagógico, nos quiere preparar para los grandes desafíos que tiene la Iglesia, y que él ha visto con toda claridad, pero, dada su quebrantada salud y avanzada edad, ya no podía afrontar. Sin embargo, ha hecho lo que todavía podía hacer: un gesto profético.

El gran desafío para la Iglesia del siglo XXI es vivir en un mundo de espaldas a Dios. El mundo actual está padeciendo un verdadero eclipse de Dios. Para una inmensa mayoría, Dios es irrelevante, no entra dentro de sus proyectos de vida, ni cuenta para nada. Es una de las lacras de nuestra sociedad. Naturalmente que esto tiene unas graves consecuencias.

Dice Benedicto XVI: “Sin Dios, el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es. Ya no hay respuesta a nuestros interrogantes, ni ensanchamiento de valores, ni satisfacción de las propias aspiraciones” (Dios está cerca, pág. 30).

Ante este gran desafío, la Iglesia del siglo XXI deberá ser:

  • Una Iglesia testimonial. Si la Iglesia siempre ha hablado de Dios, ahora se le exige hablar “desde Dios”. La fe como “creencia” dará paso a la fe “como vivencia”. Los cristianos serán viajeros que vienen del mundo de Dios y, como los primeros discípulos, dirán llenos de emoción: “Hemos encontrado a Jesús, el Mesías” (Jn 1, 41). El gesto profético del Papa significa: “Yo me retiro al desierto del silencio y de la soledad y, como Juan el Bautista, mi misión es señalar con el dedo a Jesús y decir: ‘Este es el Cordero de Dios, el único importante. Conviene que Él crezca y yo disminuya’” (Jn 3, 30).
  • Una Iglesia samaritana. La Iglesia de hoy será creíble si enseña que no es posible ir a Dios dando rodeos al hombre. Deberá bajarse de su cabalgadura y cuidar con la suavidad del aceite las heridas de una humanidad destrozada y dolorida. El gesto del Papa, despojándose de títulos, poder y gloria, para pasar el resto de su vida “como uno más, como uno de tantos” (Fil 2, 7), es altamente elocuente para aquellos que, en el seguimiento de Jesús, todavía hoy van pensando en los primeros puestos (Mc 9, 34).
  • Una Iglesia acogedora y misericordiosa. La Iglesia del siglo XXI deberá ser sacramento de la ternura y la misericordia de Dios. Es el lenguaje que entiende todo el mundo. La primera encíclica del Papa, Deus Caritas est, es el programa que se trazó Benedicto XVI. Nos quedamos con sus palabras finales: “El amor es la luz –al final, la única luz– que siempre ilumina al mundo envuelto en tinieblas y nos da la fuerza para vivir y trabajar”.

En el nº 2.839 de Vida Nueva.

 

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: PREPARANDO EL CÓNCLAVE

 

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