Fortaleza en la debilidad

MANUEL MARÍA BRU ALONSO, sacerdote y periodista, presidente de la Fundación Crónica Blanca |

Los ciudadanos italianos han votado en sus recientes elecciones legislativas a sus representantes teniendo en cuenta un criterio tan frívolo como elemental: tener menos impuestos.

Cuando en el cónclave los cardenales se dispongan a empezar las votaciones para elegir al nuevo sucesor de Pedro, los criterios serán mucho más nobles y profundos, pero no por ello complicados. Se dejarán llevar, en un clima personal y comunitario de escucha interior, por la intuición. Más que buscar quien se ajusta a un perfil personal predeterminado, buscarán a aquel que, por su determinada personalidad, les permita configurar ese perfil.

Con todo, cabe pensar, más allá de las características elementales (espiritualidad, formación, fidelidad, experiencia…), en una característica especialmente importante en esta elección, por estar unida al motivo de la renuncia de Benedicto XVI: vigor quidam corporis et animae, vigor en el cuerpo y en el alma, necesario para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio.

Para algunos cardenales, este vigor significará juventud, y no pensarán en un pontificado de transición. Para otros, significará fortaleza para gobernar, sobre todo dentro del recinto vaticano, donde hay mucho que purificar, que desmantelar y que reformar.

Seguro que la graduación de estos tres desafíos, y el modo de afrontarlos, no es el mismo para cada uno de los purpurados, pero después de los sufrimientos del papa Benedicto XVI y del gesto de su renuncia, no creo que quede ningún cardenal que no piense que esta reforma sea necesaria.

Elegir en este momento un nuevo papa
no puede ser solo elegir a
una persona con unas capacidades determinadas,
sino elegir a quien, lejos de muchas determinaciones,
sea dócil, en su pobreza de espíritu, al Espíritu.

Y, para otros, vigor significará parresia, valor, ímpetu, decisión, fortaleza. Porque guiar la barca de Pedro y evangelizar urbi et orbi requieren hoy más que nunca estas capacidades humanas.

Pero ojalá no elijan al hombre más vigoroso, más fuerte, en su acepción meramente humana. También forma parte del “testamento” de Benedicto XVI que el ministerio petrino no se ejerce tanto con obras y palabras, sino sufriendo y rezando. Vigor sí, pero no fortaleza meramente humana, esa con la que, desde fuera, pero, sobre todo, desde dentro de la Iglesia, tendría que medirse con la fuerza del poder mundano basado en la solvencia material, la astucia o las intrigas.

Tal vez en la mirada de los electores y a la vez elegibles para guiar la nave de la Iglesia, en este momento histórico, adquieran nuevo valor otras palabras: pobreza eclesial, profunda humildad personal, confianza en la debilidad.

A la tentación de poner la seguridad de la Iglesia en el poder del vigor humano de su guía, precisamente por el testimonio del Papa renunciado, ¿pondrán los cardenales sus ojos en el rostro de quien les pueda llevar, con el vigor interior de la debilidad de la renuncia de las apoyaturas humanas, hacia la aún pendiente reforma eclesial iniciada en el Concilio Vaticano II, en pro de una Iglesia más humilde, más orante, más unida a los últimos, más maternal, más comunitaria?

Elegir en este momento un nuevo papa no puede ser solo elegir a una persona con unas capacidades determinadas, sino elegir a quien, lejos de muchas determinaciones, sea dócil, en su pobreza de espíritu, al Espíritu que hace brotar de la debilidad humana la fortaleza de Dios. Que al Papa que ha renunciado humildemente le siga el papa humilde de la Iglesia de las renuncias.

En el nº 2.839 de Vida Nueva.

NÚMERO ESPECIAL VIDA NUEVA: PREPARANDO EL CÓNCLAVE

ESPECIAL WEB: CÓNCLAVE 2013

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