Dieudonné Nzapalainga: “La frustración de la pobreza es la causa de las guerras”

Dieudonne Nzapalainga obispo de Bangui República Centroafricana

Arzobispo de Bangui (República Centroafricana)

Dieudonne Nzapalainga obispo de Bangui República Centroafricana

Entrevista con Dieudonné Nzapalainga [extracto]

JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO. BANGUI | “Hace pocos días fui a visitar una de nuestras parroquias, Bokagolo, en una zona rural. Cuando llegué a la escuela me dijeron que había 450 alumnos, atendidos solo por tres maestros. ¿Qué puede usted esperar de una situación así? Miré a los niños y me dio pena cuando pensé: estos son los futuros rebeldes”. Con esta claridad meridiana se expresa Dieudonné Nzapalainga, arzobispo de Bangui, la capital de la República Centroafricana, un país con indicadores mundiales poco envidiables.

Según Naciones Unidas es el segundo país más pobre del mundo, y a finales del año pasado, la revista Forbes International lo señaló como la nación más triste del planeta. El religioso conoce bien esta situación: “La mayor parte de la gente come solo una vez al día; en la mayoría de las zonas rurales hay que caminar al menos 40 kilómetros para llegar al centro de salud más próximo, y una vez allí la gente no podrá hacerse con los medicamentos porque hay que pagarlos y muy pocos tienen el dinero necesario”.

Hablamos en la modesta oficina de monseñor Nzapalainga. El arzobispo, un misionero espiritano, fue nombrado titular de Bangui el año pasado, a sus 45 años. Tras varios años como párroco en la capital, en 2009 fue nombrado administrador apostólico de la archidiócesis, que junto con el resto de la Iglesia centroafricana, pasó por un período de turbulencias después de que el Vaticano obligara a dimitir a su predecesor por “causa grave”. Aquel despido afectó a este hombre de apariencia tranquila y conciliadora de forma que nunca habría esperado: un nutrido grupo de sacerdotes locales escribió un duro alegato protestando contra la medida y diciendo que el nuevo administrador “no estaba la altura de la labor encomendada”. Tras capear el temporal como pudo, en abril de 2012 la Santa Sede le nombró arzobispo.

“La firma del acuerdo de paz el pasado enero
entre la oposición democrática y los rebeldes
me pareció un milagro,
pero ahora tenemos que hacer que el acuerdo funcione,
y eso no parece nada fácil”.

Nada hacía presagiar entonces que el nuevo arzobispo tendría que vérselas con situaciones aún más conflictivas. Tras diez años de relativa calma en uno de los países más inestables del mundo, en diciembre pasado una coalición de grupos rebeldes ocupó en pocas semanas más de doce ciudades del norte y el este del país, llegando a las puertas de Bangui, donde solo un contingente de soldados enviados apresuradamente por los países vecinos los detuvo.

A primeros de enero de 2013, el arzobispo fue uno de los delegados que acudieron a Libreville, la capital de Gabón, donde Gobierno, oposición democrática y rebeldes firmaron un acuerdo de paz.Dieudonne Nzapalainga obispo de Bangui República Centroafricana

Preguntado por su papel durante esas negociaciones, minimiza su protagonismo con humildad: “Mi papel fue más bien informal. Me reuní con las partes por separado. Dije a los políticos de la mayoría presidencial: ‘Haced un esfuerzo por poneros en el lugar de la gente; no tienen nada, por favor, haced concesiones y firmad un acuerdo de paz para que no les hundamos aún más en la desesperación’. A los rebeldes les dije lo mismo. La firma del acuerdo de paz [el 11 de enero] me pareció un milagro, pero ahora tenemos que hacer que el acuerdo funcione, y eso no parece nada fácil”.

Cúmulo de problemas

La dificultad de poner en práctica el acuerdo se ha puesto de manifiesto durante las últimas semanas. A pesar de que se hablaba de la apertura de pasillos humanitarios y de retirada de los rebeldes de las zonas ocupadas y su desarme, nadie puede viajar a más de 60 kilómetros al norte de Bangui. Y varias facciones de la coalición que forman Seleka, que no han aceptado los acuerdos, han seguido su avance a otras localidades, ocasionando el éxodo de miles de personas a la vecina República Democrática del Congo. Aunque se ha formado un gobierno de unidad nacional, en el que los rebeldes tienen incluso el Ministerio de la Defensa, el futuro es incierto.

“El conflicto en República Centroafricana es consecuencia
de un cúmulo de problemas no resueltos.
Cuando se vive de frustraciones sin fin,
si se presenta un grupo armado que promete
resolver los problemas,
la población se deja convencer”.

Todo esto tiene sus causas, que el arzobispo analiza con claridad: “El conflicto es consecuencia de un cúmulo de problemas no resueltos. En cualquier país, el Estado tiene la obligación de proporcionar servicios a sus ciudadanos, pero aquí, la mayoría de la gente vive en el abandono más absoluto, sin ningún tipo de servicios básicos, y cuando se vive de frustraciones sin fin, si se presenta un grupo armado que promete resolver los problemas del país, la población –sobre todo los más jóvenes– se deja convencer. Fíjese que en las zonas ocupadas por los rebeldes hay inmensas riquezas naturales, como oro, diamantes y petróleo, pero no hay ningún tipo de servicios básicos”.

El prelado reconoce que una de las razones que explican el avance relámpago de los rebeldes es la desmoralización que desde hace años reina en el ejército: “Los militares del Gobierno no opusieron apenas resistencia, y no es de extrañar. Si no les pagan, ¿cómo se puede esperar que un soldado arriesgue si vida? Es mejor salir corriendo”.

Sobre el futuro, a pesar de todo, parece mostrarse optimista, y piensa que “el mayor desafío que tenemos ahora es la justicia”. Las noticias que llegan de las zonas ocupadas por los rebeldes hablan de numerosos actos de violencia contra la población no musulmana por parte de los insurgentes, muchos de cuyos líderes flirtean con el fundamentalismo islámico.

“La gente está callada, pero un día tendrá que hablar, y entonces dirá que los de Seleka les han robado todo y han vendido sus pertenencias a los comerciantes musulmanes. Hará falta dar reparaciones a las víctimas, pero hay que evitar que se ponga en marcha una espiral de venganza y que el ciclo de violencia vuelva a estallar al cabo de los años. A los religiosos nos toca ayudar a curar las heridas y a que la gente se reconcilie y vivan unos junto a otros sin rencor”.

A esta situación se refirieron los principales líderes religiosos del país en una conferencia de prensa convocada el 2 febrero. Empezaron deplorando los ataques contra iglesias cristianas (sobre todo católicas). Lo más llamativo del mensaje fue que quien lo leyó fue el imam Kobir Layama, quien alertó del peligro de una confrontación entre cristianos y musulmanes, como ha ocurrido en años anteriores.

Este líder musulmán y el pastor Nicolas Guerekoyame-Bgangou, presidente de la Asociación de Iglesias Evangélicas en Centroáfrica, trabajan desde hace algunos meses en un incipiente grupo interconfesional por la paz junto con monseñor Nzapalainga, quien está convencido de que “la unión de las distintas confesiones religiosas da mayor fuerza a todo lo que podamos hacer o decir en favor de la concordia”.

“La gente está callada,
pero un día tendrá que hablar.
A los religiosos nos toca ayudar a curar las heridas
y a que la gente se reconcilie
y vivan unos junto a otros sin rencor”.

Al tiempo que los tres líderes religiosos hicieron público este comunicado, durante estos días multiplican sus esfuerzos encontrándose con los distintos firmantes de los acuerdos de Libreville, sobre todo a los miembros de la mayoría presidencial y a los líderes de Seleka.

Dar esperanza al pueblo

Cuando salgo de su oficina, me encuentro con el provincial de los misioneros combonianos, que me cuenta que hace pocos días tuvieron que evacuar a unas monjas ruandesas de Mbre, una localidad situada en una zona controlada por los rebeldes, donde los religiosos habrían sufrido amenazas.

“Al día siguiente de llegar, monseñor Nzapalinga fue a verlas y de allí se dirigió directamente al destacamento militar donde está Seleka, a las afueras de Bangui”, me relata. “Es un hombre que no pierde la calma y que está bien situado para hablar incluso con los líderes más intransigentes”.

Cuando uno ve la situación que vive en país, se agradece que haya líderes como el arzobispo de Bangui que denuncien las injusticias, den esperanza al pueblo y hagan entrar en razón a los elementos menos razonables.

En el nº 2.837 de Vida Nueva.

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