Benedicto XVI afronta su última semana apelando a la unidad eclesial

Ernest von Freyberg nuevo presidente IOR Banco Vaticano

Sus últimos ejercicios espirituales como papa son un paréntesis de tranquilidad y sosiego


Benedicto XVI afronta su última semana apelando a la unidad eclesial [extracto]

ANTONIO PELAYO. ROMA | Desde la tarde del domingo 17 de febrero a la mañana del sábado 23, Benedicto XVI –aún Papa hasta el 28 de este mes– y toda la Curia asisten a los anuales ejercicios espirituales por Cuaresma, que este año predica, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, prestigioso biblista y hombre de extraordinaria cultura, así como de fina sensibilidad religiosa. Durante estos seis días, quedan suspendidas todas las audiencias y en los despachos curiales se tramitan solo asuntos urgentes.

Joseph Ratzinger, después del impacto mundial creado por el anuncio insospechado de su renuncia y de las emociones que este hecho le haya causado a él personalmente, dispone, pues, de un paréntesis de tranquilidad y sosiego para reflexionar y orar mientras algunos de sus colaboradores están preparando el traslado de sus enseres personales –libros, fundamentalmente–, primero a Castel Gandolfo y luego al monasterio Mater Ecclesiae, dentro de los jardines vaticanos.

Nada más acabar los ejercicios espirituales, Benedicto XVI recibirá, a las once y media del sábado 23, la visita del presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, en el curso de la cual, estos dos ancianos que han establecido a lo largo de estos ocho años una sólida amistad, se despedirán no sin cierta nostalgia.

El domingo 24, el Santo Padre acudirá por última vez, a la hora del Angelus, al encuentro con los fieles agrupados en la Plaza de San Pedro, y el lunes recibirá separadamente a todos los cardenales que quieran manifestarle sus sentimientos antes de despedirse. El martes, como es habitual, no habrá actos públicos, y el miércoles, en San Pedro, tendrá lugar la audiencia general, a la que está previsto que asistan muchas decenas de millares de fieles y el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. El jueves, como es sabido, finaliza este pontificado que no ha llegado a los ocho años.

Oleada de afecto en su primera aparición

Entremos ahora en la narración de la semana posterior a la renuncia que dejó a la Curia noqueada y a la opinión pública mundial planteándose muchos interrogantes.


El miércoles 13, el Aula Pablo VI estaba no llena, sino repleta hasta rebosar, sin que hubiera quedado un puesto libre entre los más de 8.000 con que cuenta la sala construida por el arquitecto Nervi. La atmósfera era electrizante y las gentes, entre cantos y vítores, miraban a sus relojes esperando que llegasen las diez y media, hora en que normalmente el Papa hace su entrada en el aula, despertando una oleada de aplausos. La de esa mañana superó con creces lo habitual y el Papa, con paso incierto y llenos los ojos de emoción, recorrió las decenas de metros que le conducían hasta su sillón.

“Queridos hermanos y hermanas”… Con estas palabras intentó iniciar su alocución, pero fue interrumpido por los aplausos, a los que respondió con un “¡Gracias por vuestra simpatía!”.

“Como sabéis –prosiguió–, he decidido renunciar al ministerio que el Señor me confió el 19 de abril de 2005. Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero también, al mismo tiempo, de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que este requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con la que me habéis acompañado. Gracias. En estos días nada fáciles para mí, he sentido casi físicamente la fuerza que me da la oración, el amor de la Iglesia, vuestra oración. Seguid rezando por mí, por la Iglesia, por el próximo Papa. El Señor nos guiará”.

Una estruendosa ovación que parecía no querer acabar nunca acogió estas palabras y, a duras penas, Benedicto XVI pudo volver a hablar para desarrollar su catequesis sobre la Cuaresma, que comenzaba ese Miércoles de Ceniza. En ella, desarrolló una reflexión sobre la conversión que lleva al hombre a descubrir que Dios debe ocupar el primer puesto en la propia vida. Cuando, después de cantar el Pater Noster y dar la bendición, se disponía a abandonar el recinto, se mezclaron de nuevo los aplausos, el agitarse de banderitas papales y pañuelos de todos los colores con los que más de uno enjugaba discretamente sus lágrimas.

Celebración del Miércoles de Ceniza


Ese mismo día, a las cinco de la tarde, en la basílica de San Pedro, el cuadro había cambiado completamente. Todos los presentes tenían muy asumido el hecho de que la Santa Misa que Benedicto XVI iba a celebrar en el primer templo de la cristiandad –y no en la basílica de Santa Sabina, en el Aventino, como es tradicional–, sería la última celebración litúrgica del pontificado.

Esta comenzó en el atrio del templo patriarcal con el austero rito penitencial –Audi benigne conditor (escucha, benigno creador, las oraciones que alzamos entre sollozos)– y con el canto de las letanías. En la plataforma móvil que usa desde hace tiempo, el Santo Padre atravesó la nave central hasta llegar al altar de la confesión, donde dio comienzo la Eucaristía. Concelebraron con el Papa 45 cardenales –Sodano y Bertone entre ellos– y numerosos prelados.

En su homilía, Ratzinger, después de agradecer especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma las manifestaciones de afecto, comentó la lectura del libro del profeta Joel en la que pone en boca de los sacerdotes esta oración: “¡Perdona a tu pueblo, Señor, y no expongas tu heredad al ludibrio y al escarnio de las gentes!”.

“Esta plegaria –afirmó– nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia, y cómo este, a veces, es desfigurado. Pienso, concretamente, en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones dentro del cuerpo eclesial. Vivir la Cuaresma en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades, es una señal humilde y preciosa para los que están lejos de la fe o son indiferentes”.

Siguió la imposición de cenizas: sobre la blanca cabellera de Ratzinger, las impuso el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica y, a su vez, el Papa lo hizo sobre la cabeza de cinco cardenales y de un reducido grupo de fieles.

Finalizada la celebración, el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, dirigió al Santo Padre un cariñoso saludo: “Gracias por habernos dado el luminoso ejemplo de un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor, un trabajador que ha sabido en todo momento lo más importante: llevar a Dios a los hombres y llevar a los hombres a Dios”.

Los aplausos al Papa se prolongaron durante varios minutos, hasta que este intentó ponerles fin, diciendo: “Ahora volvamos a la oración”. En la Plaza de San Pedro, muchas personas que no habían podido entrar en la basílica siguieron, a pesar del frío, toda la ceremonia a través de pantallas gigantes de televisión.

Encuentro con el clero de Roma

Es ya tradición consolidada que, al inicio de la Cuaresma, el Papa tenga un encuentro con su clero, los sacerdotes de la Diócesis de Roma. Este año se ha respetado esta feliz costumbre, pero, dadas las especiales circunstancias, el número de presbíteros asistentes fue mucho mayor y más intensa la participación afectiva.

Con sencillez nada formalista, Benedicto XVI, después de recibir el saludo de su vicario para la Diócesis de Roma, el cardenal Agostino Vallini, se lanzó a una reflexión sobre el tema Revivamos el Concilio Vaticano II. Recuerdos y esperanzas de un testigo. Sin notas ni apuntes, Benedicto XVI abordó este tema que tanto le apasiona durante 45 minutos largos. Dividió su disertación –volvía a ser el profesor de toda la vida– en cuatro temas: la liturgia, la eclesiología, las fuentes de la Revelación y el ecumenismo, unido a las relaciones con las otras religiones. Cuatro ejes, como se ve, de los trabajos conciliares.

Pero la parte más interesante fue el corolario sobre la coexistencia de dos Concilios paralelos: el de los padres y el de los medios de comunicación, dominado este por una hermenéutica política: “Para los medios, el Concilio era una lucha política, una lucha de poder entre las diversas corrientes de la Iglesia. Era obvio que los medios tomasen posición a favor de aquella parte que les parecía más de acuerdo con su mundo. Eran los que buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los obispos y, además, a través de la expresión ‘Pueblo de Dios’, el poder del pueblo, de los seglares”.

Este concilio paralelo, según Ratzinger, “ha creado tantas calamidades, tantos problemas, realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… El verdadero Concilio ha tenido dificultades para concretizarse y realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real”.

Penúltimo ‘Angelus’


Aún le quedaba al Papa para concluir una semana llena de emociones el encuentro masivo con los fieles en la Plaza de San Pedro, el domingo a la hora del Angelus. Como ya ha sucedido en más de una ocasión, adelantar cifras es siempre un riesgo, y lo corrieron, equivocándose, quienes hablaron de 150.000 personas. No se llegó a esa cifra, pero poco importa, porque allí se codeaban romanos de toda la vida, religiosos y religiosas de todos los hábitos imaginables, seminaristas, sacerdotes, familias enteras, representantes de los movimientos, turistas y curiosos de todas las naciones y lenguas. Benedicto XVI les agradeció su presencia y les bendijo, pero no se extendió en mayores confidencias.

Ernest von Freyberg nuevo presidente IOR Banco Vaticano

Ernest von Freyberg

Ernest von Freyberg, nuevo presidente del IOR

Nos queda para el final una noticia de alguna importancia, por ser una decisión de última hora en este pontificado: el nombramiento del nuevo presidente del Consejo de Administración del Instituto para las Obras de Religión (IOR), puesto vacante desde la defenestración en mayo de 2012 de Ettore Gotti Tedeschi. El escogido, después de innumerables dossiers examinados con criba muy fina, ha sido el abogado de negocios alemán Ernest von Freyberg, hombre muy ligado a la Orden de Malta y del que me han llegado óptimas referencias en torno a su “blindaje contra toda forma de corrupción”. Es lo que se necesita.

Por otra parte, como ya habíamos anticipado en su día, el cardenal Atilio Nicora ha sido el único cesado de los cinco miembros que componen el Consejo de Vigilancia del Instituto. Le sustituye el cardenal Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA), bertoniano hasta la médula.

En el nº 2.837 de Vida Nueva.

ESPECIAL BENEDICTO XVI RENUNCIA

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