Los finales

Pablo d'Ors, sacerdote y escritorPABLO d’ORS | Sacerdote y escritor

“Al viajar se predispone uno a la dinámica del volver a empezar cada vez que se regresa…”.

El viajero ve el mundo como lo ven los niños, que son quienes mejor lo ven: como si fuera la primera vez, sin el filtro del prejuicio o la interpretación. Siempre que he vuelto de viaje, mi ciudad me ha parecido más hermosa y mi casa más habitable. ¿Por qué? Porque viajar me ha abierto los ojos. A los ojos hay que darles un buen lavado de cuando en cuando, y para eso nada mejor que un viaje.

Viajamos mucho menos de lo que deberíamos. Por miedo, por pereza. Argüimos que no tenemos tiempo ni dinero, pero sabemos que eso no son más que excusas. Puede viajarse por poquísimo dinero y, en último término, si algo tenemos es precisamente tiempo. Viajando, además, el tiempo es más tiempo: nos damos mejor cuenta de lo rápido que pasa o, también, de lo lento que a veces puede transcurrir.

Al viajar se predispone uno a la dinámica del volver a empezar cada vez que se regresa. Quienes viajamos mucho hemos de recomenzar siempre nuestras tareas a nuestra vuelta, y eso es bueno porque los inicios tienen una magia de la que carecen los desarrollos. Yo siempre estoy empezando trabajos e interrumpiéndolos. Casi nunca los termino: los dejo colgando, por así decir.

Los finales no me interesan. Más aún: creo que los finales no son interesantes, y que no es a nosotros a quienes toca escribirlos o vivirlos. Todo final es una invención, pues en el fondo nada termina completamente.

Por si esto fuera poco, viajar nos prepara para el gran viaje, el de la muerte, y nos introduce, discreta pero eficazmente, en la condición humana esencial, que es la de peregrino.

En el nº 2.834 de Vida Nueva.

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