La religión como tabla de salvación

sacerdotes da la comunión a un grupo de inmigrantes de la parroquia

JAUME FLAQUER, responsable del área teológica de Cristianismo y Justicia y coordinador del área religiosa de Migra Studium | La religión es para muchos inmigrantes un oasis en medio del desierto del nuevo mundo en el que se han instalado, compañía para momentos de soledad y tabla de salvación en la marea de personas que viven, piensan, celebran y disfrutan de manera diferente.

A la añoranza de los familiares que han dejado atrás, se añade a menudo el recuerdo melancólico de las formas de celebración de la fe en sus países. Los cristianos latinoamericanos, árabes, africanos, chinos, filipinos o de la Europa del Este no son una excepción, como tampoco lo fueron los andaluces o extremeños llegados hace décadas a Cataluña.

Muchos inmigrantes expresan el sentimiento de verse solos, pero con el consuelo de un Dios que les acompaña. La convicción –que para muchos es prácticamente una evidencia– de que Dios no les dejará abandonados es con frecuencia una fuente de esperanza fundamental. “Doy gracias a Dios por tener fe”, hemos oído muchos de los que trabajamos con inmigrantes.

En la primera etapa de la migración, o en una época de dura crisis económica como la actual, la práctica religiosa no es prioritaria, ya que la supervivencia y la búsqueda de empleo son la principal preocupación. Si a ello añadimos la dificultad de “sentirse en casa” en nuestras misas faltas de vida y llenas de gente mayor, entenderemos la desafección de algunos de ellos (de edad más joven) por la práctica eucarística semanal.

El sentimiento religioso, sin embargo, a menudo permanece intacto. Sus casas están llenas de imágenes religiosas que evocan la religiosidad popular de origen. A veces, tienen la suerte de obtener el permiso parroquial para poner una estatua de su virgen en alguna capilla lateral de la iglesia del lugar, y logran así una vinculación afectiva con ella.

La formación de comunidades de fe
a partir del origen de los inmigrantes
favorece, sin duda, la práctica religiosa,
ya que esta va acompañada de elementos de socialización
desde parámetros conocidos por el inmigrante.

Concretamente, en 2006, un 88% de los ecuatorianos que vivían en Cataluña se consideraban creyentes, y solamente un 12% confesaba una práctica religiosa nula, mientras que el 11% declaraba ser muy practicante y un 19%, bastante practicante. La mayoría (un 58%), sin embargo, declaraba asistir poco a los oficios religiosos. Por lo que respecta a los rumanos, que son mayoritariamente ortodoxos (88%), el número de no practicantes era mayor, un 18%, pero un 17% declaraba practicar mucho, y un 27%, bastante.

La formación de comunidades de fe a partir del origen de los inmigrantes favorece, sin duda, la práctica religiosa, ya que esta va acompañada de elementos de socialización desde parámetros conocidos por el inmigrante. La comunidad de fe se convierte también en un lugar de búsqueda de oportunidades laborales y de consejo ante las dificultades del proceso migratorio.

Los inmigrantes se encuentran, sin embargo, ante el reto de decidir qué papel otorgar a la religión en el proceso de inculturación en la nueva sociedad, ya que en la Cataluña poscristiana el inmigrante se expone a una doble “marginación”: la que proviene del hecho de su extranjería y la de la pertenencia a la minoría de cristianos practicantes.

Esto se hace todavía más patente en la segunda generación, cuando el joven coloca la cuestión religiosa junto a los elementos culturales de sus padres, frente a los cuales deberá tomar una cierta distancia –en continuidad o en ruptura, según los casos– si quiere integrarse en el grupo de jóvenes del barrio de su generación.

En el nº 2.832 de Vida Nueva.

 

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