Editorial

Es tiempo para la unidad

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Estamos ya inmersos en la tradicional Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, del 18 al 25 de enero. Ocho días que, este año, se encuadran en el aniversario del Concilio Vaticano II, en el que se hizo una apuesta fuerte por el ecumenismo, y por el Año de la fe, convocado por Benedicto XVI.

Volveremos a escuchar durante esta Semana palabras que abogan por la unidad, que dicen que somos más creíbles unidos, que tenemos que superar las diferencias, colaborar juntos en que esta sociedad, cada vez más descristianizada, abra las puertas a Jesús.

Viviremos celebraciones ecuménicas hermosas, en pequeños lugares o en grandes catedrales. Estrecharemos la mano a aquel que vemos como un extraño, como un hermano separado. Nos parecerán hasta pintorescas las celebraciones con las vestimentas respectivas de los ministros.

Nos gustarán canciones que nunca cantaremos y entonaremos nuestras mejores versiones. Compartiremos ratos de oración y pediremos, sinceramente, que queremos estar unidos tal y como Jesús pidió a sus apóstoles. Les pidió que fuesen uno.

También escucharemos esta semana, y es cierto, que el afán ecuménico de la Iglesia no va más allá de lo programado estos días, por muchos esfuerzos, palabras y encuentros que tenga Benedicto XVI. Sí, el Papa ha sido apóstol de la unidad porque, allá por donde ha pisado, ha reservado tiempo con otros cristianos para hablar, para escuchar, para compartir…

Por tanto, es necesario que se siga potenciando el ecumenismo tal y como lo hace el Pontífice, de un modo que recorra toda nuestra experiencia de fe durante un año y no se restrinja a una semana, aunque sea bueno el punto álgido, un referente de principio y final.

Dicen que la unidad es la meta
y la oración el camino. Cierto es,
pero también tiene que haber esfuerzos,
gestos, renuncias, voluntad de unidad.
Hemos de desmontar muchos prejuicios. Nos toca.

Para llevar esto a cabo, tenemos los textos del Concilio Vaticano II. Ahí están la Lumen Gentium, la Unitatis Redintegratio, la Dignitatis Humanae, la Nostra Aetate. Y hay muchas más aportaciones. Tenemos la base y el espíritu, sabemos que la unidad es positiva y favorable para todos. Dicen que la unidad es la meta y la oración, que lo puede todo, el camino. Cierto es, pero también tiene que haber esfuerzos, gestos, renuncias, voluntad de unidad. Hemos de desmontar muchos prejuicios. Nos toca.

¿Cómo hacerlo? Lo primero, como en todas las realidades, hay que conocer, interesarse, aprender. Luego, comprender e incluso ir a las raíces de cada uno para descubrir que lo que nos une es muchísimo más profundo y, finalmente, dialogar, reflexionar e, incluso, investigar… para alcanzar una unidad sincera y real, y no fruto de coyunturas o de situaciones sociales que, al fin y al cabo, fueron las que produjeron la ruptura entre los cristianos.

Otro apunte importante y que pontencia la unidad y la fraternidad hasta límites insospechados es la solidaridad y la oración por aquellos hermanos cristianos, católicos o no, que sufren la persecución por causa de Cristo. Cristianos en India, Egipto, Irak, Siria… nos enseñan cómo la fe es mucho más fuerte que la muerte, que las amenazas, que los desprecios y las humillaciones. ¿Cómo no va a ser más fuerte la fe que nos une que las cosas que nos separan?

En el nº 2.832 de Vida Nueva. Del 19 al 25 de enero de 2013.

 

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