“La religiosidad necesita más vivencia emotiva que doctrina”

San Ignacio de Loyola

‘Así en la letra como en el cielo’ aborda la relación entre libro e imaginario religioso en la España moderna

San Ignacio de Loyola

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | El libro es un vehículo de transmisión de conocimiento y de fe. “Escribir sobre las relaciones intricadas entre religiosidad, libro, escrito y lectura en el mundo moderno es, al mismo tiempo, hacerlo sobre una obviedad y un retorcido desafío”, señala León Carlos Álvarez Santaló (Jerez, 1938), catedrático emérito de Historia Moderna de la Universidad de Sevilla, autor de Así en la letra como en el cielo: Libro e imaginario religioso en la España moderna (Abada Editores).

Mayor aún es la osadía cuando lo hace en una amplia perspectiva histórica que comprende la recuperación de nueve ensayos, de los que el primero es tan solo, por sí mismo, una inmersión extraordinaria en las raíces de lo que somos: “Religiosidad moderna y cultura lectora en la España de los siglos XVI al XVIII”. Y al que le siguen análisis acerca de la cimentación de valores en el Barroco, del libro devocional como modelador de conducta social, de la revelación visionaria barroca o la “educación civil” a través del texto hagiográfico.Así en la letra como en el cielo, libro

“Los libros que aparecen en este razonable reducido corpus –escribe Álvarez Santaló–, disponen, además, de otra característica común: el pertenecer a un estrato de trabajos indispensables para comprender la cultura moderna, a saber, su inmersión en el Imaginario religioso”.

Álvarez Santaló concibe inicialmente este imaginario religioso como un ente en constante transformación alentado por la curia eclesiástica y en el que el libro devocional juega un papel protagonista. “Tal imaginario no solamente disolvía a diario la realidad social sino que la sustituía por otra. La eficacia social que dio toda esta complicada maquinaria cultural tiene que ver con los poliversos enredados de la autoridad y la sumisión, los diseños de lo accesible, lo prohibido y lo aconsejado, exigido y obligado, lo satisfactorio y lo necesario. Cada deseo social, como en cualquier entraña cultural, tuvo que ser segado o concedido y alentado o acaso sacrificado de raíz y sembrado de sal”. Es decir, que el libro, viene a resumir, se utilizó, además de “como arado”, también “como guadaña o azada cuanto como simiente, riego, antífona o cadena”.

Significado y efecto

La mirada más interesante de esta colección de ensayos está especialmente presente en el primero de ellos, citado anteriormente. Álvarez Santaló se adentra en la “densa red tramada entre escritos religiosos, líneas de espiritualidad, novedades conceptuales y prácticas de devoción”, como enumera, para extraer “el significado y efecto” de su amplísima difusión entre lo que denomina “los segmentos ‘comunes’ del público social”. Es decir, más allá del propio clero, a los fieles.

En aquella España del siglo XVI al XVIII, la presencia del libro religioso es tan dominante que Álvarez Santaló cita, como ejemplo, los 1.200 títulos que el profesor Melquiades Andrés-Martín consideraba claves para la comprensión de la mística española entre 1485 y 1750. Aunque de ellos solo tres tuvieron más de cien ediciones en ese periodo: los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola; el Libro de la meditación y la oración, de Fray Luis de Granada, y Vida, de santa Teresa de Jesúsdetalle de un cuadro de Santa Teresa de Jesús con un libro

“Parece razonable aceptar –insiste el autor– una generalización muy notable del libro religioso en nuestra sociedad de los siglos XVI y XVII, alimentada, promocionada y alentada de varias formas por la élite religiosa gestora”. Del mismo modo que, en paralelo, hay un índice de libros prohibidos.

A partir de aquí, Álvarez Santaló examina la “cultura lectora devota” para llegar a unas cuantas conclusiones acerca de su éxito que, sin posibilidad de comparación, aún podrían alcanzar lecturas contemporáneas. La primera es que “se propuso a los fieles, de muy diversas formas y en muy diversos niveles de recepción, que la posesión y lectura de libros religiosos formaba parte de alguna técnica de perfección y, en todo caso, garantizaban no pocos resultados alentadores y salvíficos”.

Impulsos editoriales

Y para demostrarlo se adentra en una numerosísima relación de impulsos o políticas editoriales que arrancan en el cardenal Cisneros, que más allá de publicar su famosa Biblia Políglota, dio también orden de distribuir “ediciones de autores espirituales”, según Pedro Sainz Rodríguez: “Con los cuales el siervo de Dios se solía deleitar y aprovechar para alentar el espíritu de oración”… Entre unas y otras, el resultado fue el que acuñó su biógrafo para el famoso padre Posadas: “Sino continuamente le veían rezando, ya leyendo, ya orando”.

Esta propuesta lectora tuvo una consecuencia inmediata, práctica más que espiritual, no suficientemente difundida y acaso de necesario recuerdo: que fue la propia Iglesia, desde que el libro se convirtiera en herramienta de fe en el Renacimiento, la que inicia y continúa el “movimiento general de alfabetización”. Fray Hortensio con un libro

En segundo lugar, pese a la presencia asombrosa de dos géneros fundamentales en esta expansión, la hagiografía y los testimonios visionarios, es san Ignacio de Loyola –de quien Melquiades Andrés-Martín afirma que se realizaron 4.500 ediciones de sus Ejercicios espirituales entre 1485 y 1750– el que demuestra que el éxito del libro devocional está vinculado a la complicidad de los fieles.

Lo afirma así Álvarez Santaló: “Es cierto que el libro religioso, especialmente, en los segmentos más accesibles, el de las prácticas litúrgicas o el de los contenidos devoto-miríficos, dispone, por sí mismo, de características suficientemente atractivas como para proponerse como un objeto cultural deseable e incluso como un fetiche cultural, pero, con toda probabilidad, el hincapié de las élites eclesiásticas en la eficacia espiritual de su posesión le dotó de una funcionalidad excepcional”.

Y la tercera, entre las conclusiones que son posible entresacar de la lectura de Así en la letra como en el cielo, es que, entre tanta oferta –utilizando un término contemporáneo–, los best seller devocionales entre el Renacimiento y el Barroco español dejan claro que “la trama de la religiosidad no parece necesitar tanto la información doctrinal como la vivencia emotiva y, en tal caso, tales mensajes podrían muy bien reducirse a unos mínimos tan elementales que el Ripalda resultaría ya un tratado. En mi opinión, eso es lo que sucedió con toda probabilidad a la religiosidad sociocolectiva moderna”.

Sin duda, esa “vivencia emotiva” también merece una reflexión contemporánea desde el libro y la religión.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.831 de Vida Nueva.

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