Hacia el ocio único

Francisco M. Carriscondo, profesor de la Universidad de MálagaFRANCISCO M. CARRISCONDO ESQUIVEL | Profesor de la Universidad de Málaga

“Cualquier forma ociosa de pasar el tiempo que anule la voluntad del individuo –y, por tanto, su libertad– es contraproducente…”.

Etimológicamente, divertirse significa desviarse, salirse del camino habitual. Son tantas las posibilidades del otium para contrarrestar los efectos del negotium y, sin embargo, parece que en los últimos tiempos nos dirigimos hacia una sola versión del entretenimiento. No hay más que ver las tardes de fútbol en los bares, los sábados de los centros comerciales, las jornadas de telebasura.

Toda la diversión parece girar en torno a un tótem, el de la pantalla en sus más variadas manifestaciones: tableta, monitor o teléfono móvil. Y, para alcanzar estados extáticos, ahí están el alcohol y las drogas como recurso omnímodo de una juventud cada vez menos preocupada por la realidad cotidiana.

Cualquier forma ociosa de pasar el tiempo que anule la voluntad del individuo –y, por tanto, su libertad– es contraproducente. Todo extrañamiento que no implique, a su vez, un compromiso con la sociedad, la cultura y la historia es una solemne pérdida de tiempo. Hablo de la conmoción que supone sentirse heredero y transmisor de unos valores universales, de mostrarnos partícipes de lo eterno: las visitas a los museos y a las bibliotecas, el cine con mensaje y sin aspavientos, la excursión al campo para experimentar la suavidad de las pisadas en la tierra…

No, no es verdadero el ocio a la carta que nos pretenden imponer, anclado en la alienación de las masas, su letargo, la pérdida de su conciencia y el escenario dantesco que deja por las mañanas.

fcarriscondo@vidanueva.es

En el nº 2.831 de Vida Nueva.

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