Tribuna

Empieza el año de Albert Camus

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Francesc Torralba, filósofoFRANCESC TORRALBA | Filósofo

“Albert Camus fue aclamado y casi idolatrado en el tardofranquismo por las corrientes progresistas. Vieron en él un aliento de savia nueva…”.

En 2013 se cumplen cien años del nacimiento del filósofo y escritor francés, Albert Camus. Se han escrito miles de páginas sobre su filosofía del absurdo, sobre su teatro, su espiritualidad y su incontestable rebeldía. Albert Camus, junto con Jean Paul Sartre, marcó una época en Francia, un estilo inimitable que fascinó a toda una generación de creadores, de artistas y de pensadores. Fue el referente de muchos jóvenes, no solo en Francia; también en España e Italia.

El existencialismo ateo se proyectó en todos los terrenos de la creación y traspasó las fronteras francesas. En el centro de gravedad cultural, las categorías que se manejaban eran la angustia, el mal, el absurdo, el sentido, la rebeldía y, sobre todo, la libertad. El debate existencialista se adentró en terreno teológico y, como consecuencia de ello, se desarrolló un diálogo entre creyentes y no creyentes a propósito del sentido de la existencia. Fue un momento de gran esplendor cultural.

Protagonistas de ello fueron Gabriel Marcel, Emmanuel Mounier, Maurice Nédoncelle, pero también André Malraux y el padre del teatro del absurdo, Eugène Ionesco. Albert Camus fue aclamado y casi idolatrado en el tardofranquismo por las corrientes progresistas. Vieron en él un aliento de savia nueva, el portador de una filosofía que chocaba frontalmente con la jerga escolástica que circulaba por las aulas. Se veía como un espíritu transgresor.

El último libro publicado en España por su hija, Catherine Camus, proyecta mucha luz sobre el pensador francés, sobre su vida íntima y su espiritualidad, pero aun así quedan ángulos opacos de su personalidad, zonas oscuras que pertenecen a la esfera más privada del escritor y que nadie, ni siquiera sus allegados, pueden descifrar.

El debate existencialista se adentró
en terreno teológico y, como consecuencia de ello,
se desarrolló un diálogo entre creyentes y no creyentes
a propósito del sentido de la existencia.
Fue un momento de gran esplendor cultural.

Las conmemoraciones son una ocasión, un pretexto para releer de nuevo al autor, pero, también, para reflexionar sobre lo que queda de su legado y de su pensamiento en nuestra cultura actual.

La realidad es que la mayoría de los universitarios desconocen la obra de Albert Camus. Da la impresión que ha desaparecido del horizonte cultural. No es extraño, pues la cultura postmoderna digiere mal los debates existencialistas sobre Dios, el mal y el sentido de la vida. Todo se mueve en un plano más epidérmico, más pragmático. La discusión entre el padre Paneloux y el Doctor Rieux, el protagonista de La peste, parece de otro tiempo y, sin embargo, el enigma del mal, la cuestión del sufrimiento de los inocentes sigue martilleando la teología actual.

Albert Camus fue un escritor comprometido. La misma idea de compromiso resulta extraña y anacrónica en la cultura postmoderna. Es una fórmula casi marginal, y, sin embargo, su idea de compromiso es plenamente convergente con el humanismo cristiano y plenamente necesaria en la actualidad. Da prueba de ello en el discurso que pronunció el día 10 de diciembre de 1957, cuando el escritor francés recibió el Premio Nobel de Literatura.

En ese conocido discurso afirma: “El papel del escritor no se aparta de los deberes difíciles. Por definición, hoy no puede ponerse al servicio de los que hacen la Historia: el escritor está al servicio de los que la padecen. De otro modo quedaría solo y privado de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no lo arrancarán de la soledad aún, y sobre todo, si él consiente en marchar al mismo paso que ellos. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo, basta para hacer salir al escritor de su exilio, por lo menos cada vez que logra, en medio de los privilegios de la libertad, no olvidarse de ese silencio y hacerlo resonar por los medios del arte”.

El autor de El mito de Sísifo murió en accidente de tráfico en 1960. No sabemos qué vericuetos habría dibujado su filosofía; tampoco cómo habría evolucionado él espiritualmente. Con todo, su ética de la compasión, su compromiso por la justicia social, su defensa de la dignidad humana le hacen especialmente cercano a la propuesta ética del Evangelio que siempre respetó y valoró.

En el nº 2.831 de Vida Nueva.