Católicos en China: entre Cristo y Mao

católicos en China rezando en una iglesia

Católicos en China: entre Cristo y Mao [extracto]

DARÍO MENOR | El pasado 7 de julio se celebraba la ordenación como obispo auxiliar de Shanghai de Taddeo Ma Daqin. La elección de este pastor de 44 años había sido acordada por la Santa Sede y por el Gobierno chino, algo que no sucede en la consagración de todos los prelados. Pekín solo tolera las religiones, no contempla una libertad religiosa completa.

Con el catolicismo el trato es particularmente complicado, pues lo ve como un credo colonialista sostenido por un país extranjero, el Vaticano. El régimen controla a los católicos del país a través de las ordenaciones episcopales: solo da el visto bueno a los candidatos que, en teoría, no van a ser una amenaza para el régimen. Aunque oficialmente no mantienen relaciones, la Santa Sede y China se ponen de acuerdo la mayoría de las veces sobre quién es el sacerdote más idóneo para ser elevado a obispo.

En otras ocasiones, Pekín actúa por su cuenta y, por medio de la Asociación Patriótica Católica China (APCCh), la llamada “Iglesia oficial”, consagra prelados sin el beneplácito de Roma. Los elegidos cometen una grave violación del derecho canónico, penada con la excomunión.

El doble aval con que contaba Ma auguraba que su ordenación episcopal se celebraría sin incidentes. La situación cambió cuando la APCCh envió a la ceremonia a Zhan Silu, obispo “ilícito” de Mindong, en la región de Fujian (sureste). Ma dejó que el resto de obispos presentes le impusiese las manos sobre su cabeza, pero cuando le tocó el turno a Zhan, le abrazó. Al final de la ceremonia completó el gesto anunciando que dejaba la APCCh. Los fieles, que habían protestado por la presencia de Zhan en la ceremonia, celebraron con un aplauso la decisión del nuevo obispo auxiliar de Shanghai.

Taddeo Ma Daqin obispo auxiliar de Shanghai

Taddeo Ma Daqin, obispo auxiliar de Shanghai

El desafío público de Ma tuvo respuesta inmediata del régimen: fue recluido en el seminario de la ciudad, vaciado a toda prisa de los estudiantes que residían en él. El prelado sigue encerrado, con una comunicación mínima con el exterior. En los meses transcurridos desde entonces, la situación no ha hecho sino agravarse. La APCCh y la Conferencia de Obispos Católicos de China han pedido la cabeza de Ma: dicen que le retiran su “aprobación” para ser obispo.

El Vaticano ha reaccionado por boca del arzobispo chino Savio Hon Tai-Fai, secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Recuerda que las conferencias episcopales –y menos aún la china, que no está reconocida por la Santa Sede– no pueden nominar ni revocar el mandato de un prelado, por lo que el auxiliar de Shanghai sigue siendo Ma, quien se ha comportado con una “loable fidelidad a la Iglesia”.

Ha sido más duro el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, quien está convencido de que el comunismo no cederá, por lo que la Iglesia debe mantenerse firme y propiciar la caída del régimen. Zen tacha a algunos obispos de “oportunistas” por plegarse a las exigencias de la APCCh y pide a la Santa Sede que mantenga una posición más dura con los prelados que, en su opinión, están provocando un cisma en la Iglesia china entre la comunidad cristiana oficial y la que se mantiene en la clandestinidad.

Lo acontecido con el obispo auxiliar de Shanghai
es paradigmático de la realidad de los católicos chinos:
la ordenación episcopal es el nudo gordiano
que enturbia las relaciones entre el Gobierno y el Vaticano.

Habitualmente se dice que ambos grupos suman entre 12 y 15 millones de personas. El sacerdote italiano Antonio Sergianni, responsable de la oficina encargada de China en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, y con una amplia experiencia en el país asiático, rebaja sin embargo esta cifra: “Los datos que se citan siempre están basados en proyecciones del número de católicos que había en 1949, cuando eran 3,9 millones. Se multiplica la cifra por tres, aproximadamente. Los datos que tenemos son distintos. Según los números que nos dan las diócesis y los párrocos de allí, llegamos a los siete millones, contando a la comunidad oficial y a la clandestina”.

Se trata de una cifra minúscula en un país con 1.343 millones de habitantes. El porcentaje de creyentes de la población china también es mínimo: el Gobierno solo admite que hay unos 100 millones (en su mayoría, budistas y taoistas), aunque los expertos multiplican esta cifra hasta por tres. El número total de cristianos se estima entre los 50 y los 100 millones.

El periodista español Juan Pablo Cardenal, autor de La silenciosa conquista china (Crítica), apunta que en el país asiático hoy la “única religión es el dinero”, pues la sociedad es “rabiosamente materialista”. “Hay un gran desconocimiento de las religiones, consecuencia de que la China actual es fruto del maoísmo, que era abiertamente ateo, un régimen que sospecha de las religiones”, señala.

El control del Gobierno

Lo acontecido en Shanghai es paradigmático de la realidad de los católicos chinos: la ordenación episcopal es el nudo gordiano que enturbia las relaciones entre el Gobierno y el Vaticano. La historia de la Iglesia en esta ciudad muestra que el régimen siempre ha intentado controlar a los cristianos.

dos mujeres católicas rezan en China mientras un policía las observa

El régimen chino siempre ha querido controlar a los cristianos

Ahora le toca el turno a Ma, pero esta situación la sufrió antes uno de sus antecesores en la diócesis, el cardenal Ignatius Kung Pin-Mei, el primer chino obispo de Shanghai, quien se pasó treinta años en prisión acusado de ser un contrarrevolucionario.

La mayor tolerancia que el régimen comunista mantiene respecto a décadas pasadas hace pensar que Ma no repetirá la experiencia del cardenal Kung. “Con sus 140.000 católicos, Shanghai es una ciudad importante para la Iglesia china. Ahora nos encontramos con este problema doloroso: el Gobierno quiere que Ma renuncie, mientras los católicos de la diócesis simplemente desean un obispo que les sirva a ellos y no al partido”, cuenta el jesuita estadounidense Paul P. Mariani, profesor en la Universidad Santa Clara (California) y autor de Church militant: bishop Kung and catholic resistance in communist Shanghai.

Sergianni reconoce que Ma es una persona “muy válida” y que su gesto “fue hermoso y heroico”, pero tuvo consecuencias para todos. “Lo hizo para ganarse la confianza del clero, pues algunos le criticaban por contar con el apoyo de Gobierno, pero lo cierto es que su nombre había sido propuesto por la Santa Sede. El heroismo produce buenos frutos, aunque lleva de la mano algunos problemas. Ahora la diócesis está sin obispo auxiliar”, lamenta.

Una posible salida a la situación del obispo recluido podría llegar si Pekín acepta la propuesta realizada por el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. En una carta publicada el pasado octubre, lamenta los pocos frutos logrados por la misiva que hace cinco años Benedicto XVI dedicó a los católicos chinos y ofrece una fórmula para desatascar la relación entre el gigante asiático y la Santa Sede: la creación de una comisión de alto nivel que responda directamente al Papa y al presidente chino, Xi Jinping, sucesor de Hu Jintao tras el último congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), celebrado en noviembre.

“Hay un gran desconocimiento de las religiones,
consecuencia de que la China actual es fruto del maoísmo,
que era abiertamente ateo, un régimen que
sospecha de las religiones”.

Juan Pablo Cardenal.

“La carta de Filoni ha sido muy apropiada. En poco tiempo tomarán posesión los nuevos cargos del PCCh que se encargan de la cuestión religiosa. Por ello esa propuesta llega en el momento justo, aunque la religión no será uno de los primeros asuntos de interés en las agendas de los nuevos mandatarios”, afirma Sergianni, quien dice ser optimista respecto a la respuesta que Pekín dará a la oferta de Filoni.

“China no tiene nada que perder instituyendo esa comisión. Así, al menos, puede salvar las apariencias. Para el Vaticano también sería muy positiva la comisión. Se evitarían situaciones extremas y se trataría de no llegar a las ordenaciones ilícitas”.

Juan Pablo Cardenal advierte que no se pueden esperar cambios inmediatos en la postura del régimen respecto a la religión: “La historia reciente nos dice que los líderes chinos suelen optar por el gradualismo antes que por los golpes de timón. Además, con respecto a la cuestión religiosa, es de suponer que una política más flexible se toparía con la resistencia de ciertas facciones dentro del PCCh. No debemos olvidar que, en su seno, las decisiones se toman por consenso, y este sería difícil de conseguir en un asunto tan delicado como la libertad religiosa”.

Dios no tiene derechos

Con su propuesta de crear una comisión bilateral, Filoni intenta repetir el éxito logrado en otro país con pasado comunista, Vietnam. En los últimos años, la Santa Sede y Hanoi han entablado conversaciones por medio de un grupo de trabajo donde se tratan las cuestiones comunes de interés. El diálogo ha llevado incluso al nombramiento del arzobispo Leopoldo Girelli, nuncio en Singapur, como representante pontificio no permanente en Vietnam.

Para que el problema chino emule la solución vietnamita hay que buscar puntos de acuerdo en tres aspectos principales. Pekín plantea dos exigencias: que la Santa Sede rompa sus relaciones con Taiwán y que no intervenga en los asuntos internos del país. El Vaticano, por su parte, pide una Iglesia libre e independiente del poder político.

“Los católicos de la diócesis simplemente
desean un obispo que les sirva
a ellos y no al partido”.

Paul P. Mariani, SJ.

El misionero italiano Angelo S. Lazzarotto, con una larga experiencia en el país asiático, relataba en AsiaNews que el principio de separación entre Iglesia y Estado que pretende la Santa Sede “no es fácilmente aceptado en China, que tiene una tradición de poder imperial absoluto y una ideología comunista que no reconoce a los ‘dioses’ ningún derecho especial”.

Juan Pablo Cardenal apunta que Pekín entiende todas las religiones “en clave política”. Lo mismo que sucede con el catolicismo ocurre con el islam y con el budismo tibetano, que sufren una “fuerte represión por estar vinculadas a la disidencia en Xinjiang y el Tibet”.

Pese a casos como el de Ma, ejemplo de la represión que siguen sufriendo hoy los católicos chinos en algunas partes del país, la situación ha mejorado respecto a épocas pasadas, como los años de la Revolución Cultural, cuando el país persiguió brutalmente las religiones. “Antes, el objetivo de las autoridades era desmantelar la Iglesia católica y reemplazarla por una Iglesia marioneta que respondiese al Gobierno, no al Vaticano. Ahora, la situación es más compleja, hay algo de libertad religiosa, en algunas zonas la vida de la Iglesia es casi normal, pero en otras, las comunidades clandestinas sufren una presión intensa. Hay varios obispos que llevan años en prisión”, comenta el profesor Paul P. Mariani.

grupo de fieles católicos chinos reciben la comunión

Fieles reciben la comunión en una parroquia a las afueras de Tianjin

“Hace cinco años empezaron a suavizar la presión. Ahora, las comunidades cristianas clandestinas podemos alquilar lugares para rezar y no nos persiguen, incluso alguna vez se hace en público en las ciudades. Mientras no hagamos mucho ruido, ni seamos muy visibles, somos tolerados”, explicaba en 2011 en El Confidencial Zhang Kai, abogado que defiende a las comunidades clandestinas.

De forma paralela a la reducción de la represión, Pekín financia la construcción de parroquias y seminarios y ayuda a la formación del clero para convencer a los creyentes fieles al Vaticano que pasen a la APCCh. Wang Zuo An, responsable gubernativo de asuntos religiosos, contaba a la BBC en 2010 que el cristianismo se está desarrollado en China como nunca lo había hecho antes. El PCCH, apuntaba, sigue creyendo que “Dios no existe”, pero “respeta y protege las creencias religiosas”.

Según una encuesta de 2007 realizada por la firma Horizon y citada por The Economist, alrededor de una sexta parte de los miembros del partido es creyente, lo que supone más de 13 millones. La mayoría son budistas. Solo dos millones no tienen aparentemente reparos en seguir al mismo tiempo a Cristo y a Mao Zedong.

En el nº 2.831 de Vida Nueva.

 

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