¡Bendita Navidad!

MONSEÑOR FABIÁN MARULANDA, Obispo emérito de Florencia

El Papa Benedicto XVI publicó el tercer volumen de su obra Jesús de Nazaret en el que trata puntos relacionados con la infancia del Señor.

Al momento de escribir esta nota no ha llegado aún el texto a nuestras librerías, pero conocemos ya algunos avances sobre temas como el nacimiento virginal, la adoración de los magos y el contexto histórico del nacimiento.

A propósito, y estando ya cerca la celebración de la Navidad, quiero poner mi mirada en la pregunta que todos nos hacemos: ¿Por qué se celebra la Navidad el 25 de diciembre, siendo así que los Evangelios no dicen nada acerca del día, mes y año del nacimiento de Jesús?

Se sabe que los griegos y también los romanos acostumbraban festejar el cumpleaños de su soberano y de otros personajes ilustres. En el Evangelio de san Mateo (14,6) leemos que “cuando llegó el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías salió a bailar en medio de los invitados y le gustó tanto a Herodes que le prometió bajo juramento darle todo lo que ella le pidiera”. Y sabemos también que para el cumpleaños no solían escoger con toda exactitud la fecha misma del nacimiento, aunque la conocieran, sino que generalmente solían elegir otro día que tuviera un significado simbólico.

Sol verdadero

Esto indujo a los primeros cristianos a celebrar el cumpleaños de Jesús. Y como ignoraban la fecha histórica de su nacimiento, optaron por señalar un día que tuviera un significado simbólico. Escogieron entonces, en Roma, el 25 de diciembre, día en que se festejaba el solsticio de invierno. La fecha fue elegida por su relación con el sol, pues los cristianos llamaban al Señor “sol verdadero”, “sol naciente” (Lc 2,32).

A lo anterior se puede añadir que el emperador Aureliano implantó en Roma le fiesta pagana del “sol invicto” y pretendió, incluso, fundar en todo el imperio una religión única cuya principal divinidad fuera el “sol invicto”. Todo esto, estimuló a los cristianos a levantar sus ojos hacia aquel que era la Luz verdadera y el Sol de justicia y a escoger este mismo día para festejar el día del natalicio de Jesús. San Lucas es el evangelista de la infancia; y aunque no diga la fecha del nacimiento, su relato es sencillamente hermoso: “Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto y dio a luz su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre pues no había para ellos lugar en el albergue”. Este breve relato, unido al anuncio y la adoración de los pastores, así como la adoración de los magos que relata san Mateo (2,1-12), alimentaron la devoción y la imaginación de los cristianos que fueron enriqueciendo con canticos, villancicos y oraciones la fiesta del natalicio del Salvador. En el siglo XIII encontramos a san Francisco de Asís, cuya devoción por la Navidad fue mayor que por todas las demás fiestas. Era tanto el amor y la ternura que le inspiraba el nacimiento de Jesús, que quiso celebrar la nochebuena y escenificar el nacimiento en una cueva del monte, cerca del castillo del Grecchio. Allí, Francisco puso por obra su deseo de celebrar la memoria del niño que nació en Belén: lo reclinó en el pesebre, lo colocó entre un buey y un asno e invitó a los vecinos del Grecchio a adorarlo como hicieron los pastores.

A Colombia, la tradición de la Navidad llegó con los españoles. Y la celebración se abrió paso en todos los pueblos con el pesebre, el rezo de la novena, el juego de los aguinaldos, el canto de los villancicos, la misa de media noche y la escenificación del nacimiento.

Hoy, la tradición se mantiene a pesar de que la sociedad de consumo ha hecho de la Navidad una oportunidad para promocionar el comercio, el turismo, la gastronomía, las fiestas bailables y el licor.

Digamos que los discípulos de Jesús tenemos el reto de volver a la auténtica celebración del misterio de la Encarnación y de la devoción a la Infancia de Jesús.

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