¿Su excelencia o hermano obispo?

Felipe Arizmendi obispo de San Cristóbal de las Casas

silueta en sombra de un obispo

¿Su excelencia o hermano obispo? [extracto]

FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL, obispo de San Cristóbal de las Casas | Cuando llegué como obispo a Tapachula, en Chiapas, procedente del centro del México, donde se acostumbra dar a los obispos un tratamiento de Su Excelencia, Excelentísimo y Reverendísimo Señor Doctor Don, Señor Obispo, Excelentísimo Señor, Monseñor… empecé a recibir el de Padre Obispo, que difundió Don Arturo Lona, en Tehuantepec.Felipe Arizmendi obispo de San Cristóbal de las Casas

Cuando asumí la responsabilidad episcopal en San Cristóbal de Las Casas, en las comunidades indígenas casi todos me empezaron a dar el título de jTatic, en lengua tseltal, y jTotik, en tsotsil, que literalmente significa “nuestro padre”, “nuestro papá”.

Escribir la letra final con ‘c’ o con ‘k’ son variantes aceptadas. La ‘j’ del inicio es un pronombre posesivo de la primera persona; la terminación ‘tik’ es el plural de la primera persona; la raíz es ‘Tat’, que es “papá”. Así, resulta un título que se da a las personas mayores, a quienes se tiene confianza, se quiere, se respeta; también a los abuelos, a los varones mayores y a quienes tienen un cargo religioso e, incluso, a los santos; no se le da a un extraño ni a quien se le tiene miedo o recelo.

Sin embargo, algunos sacerdotes, religiosas y laicos me trataban como Hermano Obispo. Al principio me chocó, como si fuera una falta de respeto o una pretensión de hacerse unos igualados. Pero no es así; es un tratamiento evangélico de cercanía, fraternidad y sencillez, sin dejar de reconocer el ministerio y lugar propio del obispo.

Jesús decía a la gente y a sus discípulos que no permitieran que les atribuyeran el título de Rabbí, porque solo Él lo es: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Y en otra ocasión: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50).

Benedicto XVI, en su exhortación Iglesia en Medio Oriente, dice a los patriarcas, que equivalen más o menos a los cardenales: “Para la credibilidad de su testimonio, el patriarca perseguirá la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia y la mansedumbre, buscando de todo corazón un estilo de vida sobrio, a imagen de Cristo, desprendido de todo para hacernos ricos con su pobreza” (40).

Y a los obispos: “Es importante que los obispos se esfuercen siempre por su propia renovación personal. Esta atención del corazón pasa, ante todo, por la vida de oración, de abnegación, de sacrificio y de escucha; después, por la vida ejemplar de apóstoles y pastores, hecha de sencillez, de pobreza y humildad; y, finalmente, por su deseo constante de defender la verdad, la justicia, la moral y la causa de los débiles” (42).

Juan Pablo II decía que en los obispos se requiere “un estilo de vida austero”; y que, para dar testimonio eficaz, será “sencilla, sobria y, a la vez, activa y generosa”, poniendo “en el centro de la comunidad cristiana, y no al margen, a quienes son considerados como los últimos de nuestra sociedad. Solo de este modo podrá participar en las angustias y los sufrimientos del Pueblo de Dios, al que no solo debe guiar y alentar, sino con el cual debe ser solidario. La Iglesia es deudora de esta profecía a un mundo angustiado por los problemas del hambre y de la desigualdad. Atraídas por el ejemplo de los pastores, la Iglesia y las Iglesias han de poner en práctica la opción preferencial por los pobres, que he indicado como programa para el tercer milenio” (Pastores gregis, 20).

El Vaticano II indicaba: “El testimonio de pobreza y de caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo” (GS 88).

Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender el estilo de vida de Jesús, que no es el de Juan Bautista, pero tampoco el de los escribas y fariseos. La mayoría de los obispos procedemos del pueblo sencillo. Los laicos nos pueden ayudar, con sus consejos, a vivir un espíritu más evangélico, y que no sean los primeros en mal acostumbrarnos a tratamientos refinados.

Aunque debamos residir en edificios históricos, y quizá confortables, que no son nuestros, también allí se puede llevar una vida austera. No es fácil el equilibrio y no es lo mismo vivir en una diócesis que en otra.

En el nº 2.830 de Vida Nueva.

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