Elogio de la templanza

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Ni desesperanza ni abatimiento, sino buscar, por todos los medios posibles y justos, en un gran pacto de solidaridad…”.

Buen consejo es el que ofrece san Ignacio de Loyola al recomendar que, en tiempos de turbación, sea preferible no hacer mudanza. Es decir, procurar no desarreglarse ante las turbulencias del momento. Es sabido que, en situaciones especialmente apuradas, la exageración y la desmedida se disparan, olvidando la templanza y serenidad que, precisamente en situación de riesgo, son mucho más de apreciar.

En los buenos tratados sobre el comportamiento social suele recomendarse mesura en el hablar, templanza en el sentir y discernimiento en el pensar. Cuando se olvidan tan prudentes consejos, vienen las destemplanzas y los excesos, el pensar se hace atropellado y sin discernimiento y se mezclan emociones y deseos, resentimientos y acusaciones infundadas.

Aunque el capítulo de la templanza esté enmarcado en advertencias para tener a raya las pasiones y evitar comilonas y hartazgos, como virtud moral y actitud de comportamiento social tiene un campo mucho más amplio, como puede ser el buscar la objetividad, la moderación en exponer y adornarse siempre con el esplendor de la verdad.

Si se rompen los diques de la templanza, el torrente de palabrería confunde y aturde, los sentimientos se dislocan y el pensamiento pierde la más elemental de las premisas lógicas: la relación entre la idea y la verdad.

Si el momento no es bueno, no hay que añadir más dificultad. Por el contrario, el grado de prudencia debe alcanzar las mejores cotas de sensatez, pues la situación de riesgo en tantos aspectos –económico, familiar, laboral, social, religioso– es de lo más apropiada para gritar y, así, perder el sonido de las voces que claman por dar paso a la sensatez, al análisis objetivo de los conflictos y a poner en camino de remedio los problemas reales que afligen a las personas.

Ni desesperanza ni abatimiento, sino buscar, por todos los medios posibles y justos, en un gran pacto de solidaridad, todos aquellos instrumentos que sean necesarios para lograr ese “estado de bienestar”, que va más allá de lo económico y financiero, pues, solamente apoyados en la justicia social y el reconocimiento de todos aquellos valores necesarios para una personalidad completa, puede ser legítimo y duradero.

Si a todo ello se unen virtudes imprescindibles para la convivencia y la solidaridad, como pueden ser las del respeto a la dignidad de todas las personas y el ejercicio de la caridad fraterna entre todos, largos y seguros pasos habremos dado por un futuro mejor. Hagamos, pues, elogio de la templanza, que es muy buena consejera y sabe ofrecer el justo medio entre desmesuras extremas. Además, es eficaz ayuda para el equilibrio personal y para adentrarse en la virtud.

Decía Benedicto XVI: “Un deber que se impone a quien tiene espíritu religioso es demostrar que es posible encontrar alegría en una vida simple y modesta, compartiendo con generosidad lo que se tiene de más con quien está necesitado” (A representantes de otras religiones, Sydney, 18-7-2008).

En el nº 2.830 de Vida Nueva.

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