Pese a todo, un buen año en el Vaticano [extracto]
ANTONIO PELAYO. ROMA | Una de las expresiones más usadas por los que han informado sobre el Vaticano durante los últimos doce meses ha sido la de annus horribilis. Permítaseme discrepar, porque no considero en absoluto que este año se cierre con un signo negativo, aunque a nadie se le escapa que las vicisitudes ligadas al robo de documentos del apartamento papal y su posterior difusión hayan causado un daño notable a la imagen de la Iglesia de Cristo y a su máxima expresión en la tierra: el Pontificado romano.
Dada la estructura piramidal de la Iglesia, este balance tiene que comenzar por la persona de Benedicto XVI, que el 16 de abril de este año cumplió 85 años. A la vista de todos salta la evidencia de que la edad no perdona a nadie, ni a los pontífices, pero, al mismo tiempo, tampoco puede negarse que lo que los italianos definen “vejez creativa” se aplica al Papa como anillo al dedo.
Joseph Ratzinger ha mantenido sin cambios importantes la agenda papal, tan cargada de responsabilidades, y ha tenido aún tiempo para rematar la tercera parte de su obra sobre Jesús de Nazaret, dando a sus lectores en todo el mundo la oportunidad de profundizar en sus conocimientos sobre la infancia de Cristo. Libro notablemente más breve que los dos anteriores, pero más sugestivo y que, por eso mismo, está constituyendo un fenómeno editorial.
No menor eco ha tenido el desembarco de Benedicto XVI en el mundo de las redes sociales y, más en concreto, en Twitter, cuya cuenta, @Pontifex, cuenta ya con más de dos millones de seguidores.
Cada uno tendrá su idea sobre el alcance evangelizador de los tuits papales, pero nadie puede negar el significado de la presencia del Santo Padre en una de las ágoras más vivaces de nuestro mundo, destinada además a crecer. A los vaticanistas se nos acumula la materia porque, a los habituales medios de comunicación usados hasta ahora (letra impresa, radio, televisión), habrá también que añadir el seguimiento y control de esta comunicación virtual.
Tres importantes viajes
Los viajes internacionales de este año han sido solo dos, pero cada uno de ellos merece una cuidadosa lectura. El primero tuvo lugar del 23 al 29 de marzo y su destino fueron dos países muy significativos en la historia del catolicismo latinoamericano: México y Cuba, ya visitados con anterioridad por Juan Pablo II.
El entusiasmo demostrado por los mexicanos para recibir al Sucesor de Pedro no declinó tampoco esta vez y estuvo a la altura del que habían reservado a Karol Wojtyla en anteriores ocasiones. El grito de “Benedicto, hermano, ya eres mexicano” no dejó de oírse durante los tres días que estuvo en Guanajuato, el único Estado donde no había puesto su pie el pontífice polaco y que tanta influencia ha tenido en la historia religiosa de México.
El Papa no dejó de referirse a las plagas del narcotráfico y de la violencia, de la migración y la división de las familias, la corrupción y la pobreza. En la catedral de León se reunió con 130 cardenales y obispos de todo el continente, a los que exhortó a comprometerse personalmente cada día con la misión y a arrastrar a sacerdotes y fieles en la tarea evangelizadora.
Cuba recibía por segunda vez a un Papa y la referencia a la primera visita de Juan Pablo II en 1998 era inevitable, pero indujo a conclusiones equivocadas a quienes olvidaron que, en 14 años, el mundo ya no es el mismo y mucho menos la “perla del Caribe”, donde la historia corre deprisa y subterráneamente, aunque en la superficie todo parezca que sigue igual.
La Iglesia, con su cardenal Jaime Ortega al frente, acompaña al pueblo cubano en su progreso social y, como dijo Ratzinger, lo hace “con esfuerzo, audacia y abnegación para que en su rostro refleje cada vez más el lugar donde Dios se acerca y encuentra con los hombres”.
En su homilía durante la misa en la Plaza de la Revolución de La Habana, Benedicto XVI afirmó: “Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe”.
La foto del viaje fue, sin duda, la de la entrevista mantenida en la Nunciatura entre un anciano y debilitado Fidel Castro y el papa alemán; ambos llevaron su conversación por derroteros que tenían mucho más de diálogo personal que de debate ideológico. Se despidieron con la promesa de que Ratzinger enviaría al político ya retirado de los primeros planos de la actualidad algunos libros de reflexión sobre el cristianismo, tema que nunca ha dejado de interesar al Comandante.
El segundo viaje internacional del año corrió el riesgo de ser suspendido en el último momento, ante la imposibilidad de poder garantizar la seguridad del Papa y de los centenares de miles de personas que previsiblemente acudirían a a participar en las ceremonias por él presididas. La visita a Líbano, del 14 al 16 de septiembre, no podía no sufrir las consecuencias de la devastadora guerra civil en Siria, nación no solo limítrofe, sino además muy presente en los avatares del país de los cedros. Benedicto XVI reaccionó con inflexibilidad ante los que le desaconsejaban el viaje: “Hemos anunciado que voy e iré”. No se arrepintió de la decisión, y los libaneses le mostraron su agradecimiento de tal manera que, en su último discurso, les confesó: “Vuestro calor y vuestro corazón me han despertado las ganas de volver”.
El motivo del viaje era entregar la exhortación postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, fruto del Sínodo que tuvo lugar en Roma en octubre de 2010, donde se abordaron problemas vitales para esa región, como el diálogo entre las diversas religiones, el rechazo paralelo del secularismo y de cualquier forma de fundamentalismo violento o el triste fenómeno del éxodo de los cristianos de unos países donde germinaron algunas de las primeras comunidades eclesiales.
Líbano ha sido y sigue siendo un modelo de convivencia armoniosa entre las diversas Iglesias cristianas y las cuatro comunidades musulmanas. “Lo específico de Oriente Medio –dijo en el Palacio presidencial de Baabda– se encuentra en la mezcla secular de diversos componentes. Es cierto que se han combatido, desgraciadamente es así. Una sociedad plural solo existe con el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo común”.
A pesar de ser un problema sumamente enrevesado, Benedicto XVI no podía sustraerse de manifestar su posición sobre los sangrientos enfrentamientos en la vecina Siria: “La violencia y el odio invaden sus vidas; las mujeres y los niños son las primeras víctimas. ¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte? Apelo a toda la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que, como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión”.
El Sínodo y la nueva evangelización
A la vuelta del Líbano, le esperaban a Benedicto XVI unas semanas de intensa actividad, comenzando por la apertura de la XIII Asamblea del Sínodo de los Obispos, sobre el tema de La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana (del 7 al 28 de octubre).
Por decisión papal, la apertura del acontecimiento sinodal se enriqueció el domingo 7 con la proclamación como doctores de la Iglesia de san Juan de Ávila y santa Hildegarda de Bingen.
Del español, dijo en su homilía Benedicto XVI que era un “profundo conocedor de las Sagradas Escrituras y dotado de un ardiente espíritu misionero”, mientras que a ella le reconoció que “el Señor la dotó de espíritu profético y de intensa capacidad para discernir los signos de los tiempos”.
Más solemne aún, si cabe, fue la apertura del Año de la fe y la conmemoración del 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que presidió el jueves 11 de octubre. Con el Papa concelebraron 80 cardenales, 15 padres conciliares, ocho patriarcas de las Iglesias orientales, 191 arzobispos y obispos y 104 presidentes de conferencias episcopales de todo el mundo. Estaban igualmente presentes el patriarca ecuménico de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, y el arzobispo de Canterbury, Su Gracia Rowan Williams, primado anglicano, que señalaron cómo el Concilio había dado un nuevo impulso al diálogo entre las Iglesias cristianas.
Joseph Ratzinger, perito en su día del Vaticano II, hizo en su discurso esta confidencia personal: “Durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado”.
Del Sínodo, los lectores tienen aún fresca la memoria de cuanto hemos comentado en estas páginas: sus luces y sombras (metodológicas e informativas, sobre todo); la sensibilización que produce a temas como la nueva evangelización que, se diga lo que se diga, son cardinales para el futuro de la fe en el mundo, o la insuficiente correa de transmisión de sus propuestas a las Iglesias locales. El Mensaje final –el más concreto fruto de los trabajos sinodales– quedó, en parte, larvado en su eficacia por su excesiva longitud. ¿Cuántos lo habrán leído? Difícil saberlo, y casi mejor no saberlo con certeza…
Antes de la clausura del Sínodo, fueron elevados a los altares seis nuevos santos y santas, entre los cuales se encontraba la española María del Carmen Sallés y Barangueras (1848- 1911), fundadora de las Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza.
Dos consistorios
El anuncio del segundo consistorio para la creación de nuevos cardenales lo hizo el Papa mientras el Sínodo se encontraba en pleno desarrollo, y causó cierta sorpresa. El 18 de febrero, Benedicto XVI había llevado a cabo su cuarta hornada de cardenales, nombrando a 22 nuevos purpurados (entre estos, el español Santos Abril y Castelló); de ellos, 18 eran potenciales electores, siete italianos y nueve desempeñaban funciones varias en la Curia romana.
El análisis de la lista produjo irritaciones de muy diverso tipo y críticas generalizadas, acusándola de no reflejar la realidad plural de la Iglesia y, ya tirando con bala más fina, de ser demasiado “bertoniana”, viendo en ella los designios del secretario de Estado de garantizarse un grupo a él adicto en el próximo cónclave.
Convocando en noviembre un nuevo consistorio, Ratzinger quiso corregir esta impresión: los seis arzobispos llamados a integrar el Colegio de los cardenales eran todos sin excepción no europeos y entre ellos no había ningún italiano.
En la embajada de España cerca de la Santa Sede se produjo un nuevo relevo: a María Jesús Figa López-Palop la sustituyó, a mediados de junio, Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga. El nuevo embajador ha mostrado, en sus primeros meses de gestión, disponer de óptimos enlaces con el Gobierno de Mariano Rajoy, como quedó demostrado con las visitas a Roma de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, del ministro del Interior, Jorge Fernández, y de otras personalidades del Gobierno que mantuvieron sendos encuentros con la Secretaría de Estado, afianzando las seculares relaciones del Reino de España con la Sede Apostólica.
La tormenta ‘Vatileaks’
Vengamos por fin a la “noticia” que durante meses monopolizó los espacios de la información reservada a los asuntos vaticanos: el caso Vatileaks.
Después de la publicación de unas cartas de monseñor Carlo Mª Viganò –otrora secretario de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano, y nombrado posteriormente nuncio en Washington– sobre la corrupción reinante en ciertos ambientes vaticanos, y de la salida a las librerías del libro Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI, del periodista Gianluigi Nuzziel, el 24 de mayo fueron detenidos el asistente personal del Santo Padre, Paolo Gabriele, acusado de robo con agravantes, y un técnico informático de la Secretaría de Estado.
El día anterior había sido cesado fulminantemente Ettore Gotti Tedeschi como presidente del Consejo de Dirección del Instituto para las Obras de Religión (puesto aún, sorprendentemente, vacante). A principios del mes de octubre, el llamado “mayordomo infiel” fue juzgado y condenado por el Alto Tribunal vaticano, que lo mandó a prisión, donde sigue a la espera de una gracia papal que, sin duda, llegará.
El escándalo fue mayúsculo y las responsabilidades del mismo distan mucho de haber sido aclaradas. Al cardenal Bertone, verdadero objetivo de la campaña de insinuaciones y acusaciones, el Papa le reafirmó su confianza con una carta autógrafa antes del verano, y monseñor Georg Gänswein, a quien también se quiso mezclar en el affaire, acaba de ser nombrado prefecto de la Casa Pontificia, lo cual no le impedirá seguir ejerciendo como secretario personal del Pontífice. Y “aquí paz y después gloria”, como afirma un clásico dicho popular.
En el nº 2.829 de Vida Nueva.