El pobre rico

Alberto Iniesta, obispo auxiliar emérito de MadridALBERTO INIESTA | Obispo auxiliar emérito de Madrid

“La historia de los santos está llena de cristianos ricos que se hicieron pobres…”.

Aquel joven venía corriendo no se sabe si a consultar o más bien a contar a Jesús lo bueno que era y todo el bien que hacía. Parece que a Jesús le cayó bien, y le propuso ser más rico todavía. Pero aquel pobre hombre no se atrevió, porque era rico. Y el caso es que al quedarse con sus riquezas se quedó muy triste…

La doctrina de Jesús sobre los pobres y los ricos se quedó muy grabada en la Iglesia primitiva. Los santos padres de los primeros siglos coinciden en una especie de tesis, seguida después por toda la tradición, que provocativamente se podría resumir así: lo que uno tenga de más, es de los demás –o sea, de los pobres–. Por citar un ejemplo especialmente llamativo en su contexto, Teresa de Jesús escribe en Las Moradas una invectiva contra los ricos que tienen sus riquezas en el arca, sin pensar que de todo eso son como administradores en favor de los pobres, y tendrán que dar cuentas a Dios.

Y no se diga que en la Iglesia ha quedado todo en bellas palabras, porque la historia de los santos está llena de cristianos ricos que se hicieron pobres, por amor a la pobreza y a los pobres, como Paulino de Nola, Ambrosio de Milán, Francisco de Asís, Luis Gonzaga, etc.

El magisterio, especialmente desde León XIII, ha ido adaptando este principio a las estructuras económicas de los tiempos, hasta llegar al riquísimo corpus de la doctrina social de la Iglesia. Inclusive el Código de Derecho Canónico dice: [Los fieles cristianos] “tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios dones” (C. 222, 2). O sea, ser a la vez samaritanos y voz profética de los pobres.

El alemán Gerhard Ludwig Müller, el nuevo prefecto para la Doctrina de la Fe, defiende la teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez porque es “ortodoxa y ortopráctica”. Y añade: “Alabar a Dios incita a tomar responsabilidades por el mundo”.

En el nº 2.828 de Vida Nueva.

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