Una escuela para la misión

alumnos del Curso Intensivo de Formación Misionera

La pluralidad de carismas destaca entre los que se preparan para ser misioneros

alumnos del Curso Intensivo de Formación Misionera

Alumnos del Curso Intensivo de Formación Misionera

FRAN OTERO. Fotos: LUIS MEDINA | El pasado 2 de diciembre, en Javier (Navarra), 15 cristianos, entre sacerdotes, religiosos y laicos, recibieron la cruz misionera de manos del arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez González, en vísperas de la fiesta de san Francisco Javier, patrón de las misiones. Se repitió como cada año la imposición de esta cruz a los alumnos del Curso Intensivo de Formación Misionera, que constituye un paso previo a aquellos que van a ser enviados a la misión ad gentes.

Ya en los últimos días de trabajo, apuran los espacios de encuentro y se empapan de experiencias. Dos palabras se repiten en boca de los protagonistas: pluralidad y comunión.

Y es que la pluralidad de carismas, de nacionalidades y culturas es una realidad en este pequeño grupo de personas, un total de 15, que de una forma u otra están o estarán vinculadas a la misión, explica a Vida Nueva Jesús Álvarez, uno de los responsables de este curso que patrocinan, entre otras instituciones, Obras Misionales Pontificias (OMP), La Salle, Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME) o la CONFER.

La religiosa congoleña Laurentine

Tshobo, misionera de Cristo Jesús, está impresionada con la acogida que ha tenido en España y, sobre todo, con la reciente experiencia de Javier. Y al hilo de su interés por la misión y su disponibilidad para ir allí donde Dios disponga, recuerda cómo descubrió su vocación: “La llamada llegó cuando estaba en la escuela, donde trabajaban las Misioneras de Cristo Jesús. Me tocó el corazón la manera de vivir con la gente, cómo ayudaban a todos, a los enfermos, a los alumnos… Así descubrí mi vocación misionera y mi deseo de trabajar por el Reino de Dios”.

Por su parte, Carlos Munilla, sacerdote diocesano de Zaragoza, reconoció esta llamada misionera en la inquietud por conocer nuevas culturas y trabajar por los más pobres. “Me sentí llamado por Dios a mirar más allá de mi familia, de mi casa, de mi país… El corazón se va abriendo hacia la realidad que sufre”, añade.

De su experiencia en el Curso de Formación Misionera destaca la pluralidad de carismas y la relación entre religiosas, sacerdotes y laicos, así como el descubrimiento de nuevas realidades en los distintos continentes. También ha descubierto que “no somos el centro del mundo, ni que la crisis es lo más urgente”. “Te das cuenta de que hay otras realidades que están necesitadas de esperanzas nuevas, palabras nuevas, vida nueva”.

“Un grito por la dignidad humana”

Cuando se le pregunta por qué los misioneros son importantes hoy, Munilla no duda: “El misionero es un grito que dice que la dignidad de la persona está por encima de todo, que es lo que Dios quiere. Es gritar sí a la dignidad del hombre”.

Para Diogo Soares, laico portugués y que se irá próximamente a México, hablar de la misión supone volver la vista atrás en su vida y recoger todo aquello que le enseñaron en el seminario menor de los dehonianos, donde pasó siete años. También supone revisar sus años de estudiante de Psicología y su vinculación a los jesuitas. El empujón definitivo que le llevó a querer ser misionero fue un viaje, como voluntario, a Mozambique, al que fue la que ahora es su novia, presente también en este curso misionero.

“Mi experiencia en Mozambique me cambió la forma de mirar la realidad y me dio una visión de la misión que no es romántica, de un héroe, sino de un proyecto en el que hay mucha gente”. Por todo ello, afirma que, para él, “hablar de misiones es hablar de proyecto de vida”. En cualquier caso, recuerda que, al margen de la vocación de cada uno, todos los cristianos estamos llamados a la misión: “Todos tenemos que ser misioneros en nuestro ámbito”.

Tanto Laurentine como Diogo y Carlos son reflejo de ese grupo de 15 personas, entre las que hay también un matrimonio con hijos y un sacerdote que ya ha estado en la misión, que se han convertido en una pequeña familia y un lugar donde diferentes carismas de la Iglesia comparten experiencias, formación y proyectos. Un espacio de vida que ya tiene 22 años, una auténtica escuela para la misión.

En el nº 2.827 de Vida Nueva.

Compartir