La “catolicísima” Filipinas

religiosas en una manifestación contra la ley del divorcio en Filipinas

representación del Viernes Santo en Filipinas con jóvenes crucificados

La “catolicísima” Filipinas [extracto]

DARÍO MENOR | La religión hace de Filipinas una rara avis, tanto en su contexto regional como a nivel mundial. De sus 103 millones de habitantes, un 83% son católicos. Parroquias con hasta 12 misas los domingos, procesiones de 14 horas… El país asiático se mantiene como el bastión de la Iglesia en Extremo Oriente.

Rodeada de países musulmanes, budistas y taoístas, Filipinas es la nación asiática donde la Iglesia tiene una mayor presencia. La influencia de la jerarquía católica sigue siendo tan grande que las leyes civiles no contemplan el divorcio ni el aborto, mientras que los métodos anticonceptivos son difíciles de encontrar. Esta situación hace que los filipinos vivan en el único Estado del mundo, junto al Vaticano, donde la Iglesia ha logrado que pasen de largo algunos de los cambios sociales contra los que se ha batido con más fuerza. Por eso, más que España, cuyos misioneros la evangelizaron, Filipinas merece hoy el título de “catolicísima”.

La reciente aprobación de la ley del divorcio en Malta ha reavivado el debate sobre las separaciones matrimoniales y el control de la natalidad en el país asiático. En el Parlamento de Manila hay dos proyectos de ley, el House Bill 1799 y el Reproductive Health Bill (conocido como RH Bill), en el que varios congresistas piden cambios en estos dos campos, respectivamente.

Aseguran que el divorcio está respaldado por la sociedad, como muestra una encuesta realizada por el instituto Social Weather Stations en marzo de 2011, según la cual el 50% de los filipinos es favorable, el 33% es contrario y el 17% está indeciso. En marzo de 2005, el porcentaje de población a favor era del 43%, y el que estaba en contra, el 44%, mientras que el 12% no acababa de decidirse.religiosas en una manifestación contra la ley del divorcio en Filipinas

El cambio social y el empeño de los congresistas que promueven estos dos proyectos de ley no se han traducido, de momento, en cambios legislativos. El actual Gobierno, liderado por Benigno Aquino, no parece dispuesto a cambiar las cosas. En las filas de la formación política de Aquino, el Partido Liberal, no faltan los católicos que se oponen a estas reformas.

La única posibilidad que existe ahora en Filipinas de romper un matrimonio es la anulación, un proceso largo y costoso que solo pueden permitirse los ricos. Una de las impulsoras de la ley del divorcio, la congresista Luz Ilagan, del partido feminista Gabriele, propone que el abandono, la infidelidad, la violencia doméstica y el hecho de que los cónyuges vivan durante al menos cinco años de forma separada sean, entre otros supuestos, motivos suficientes para que un matrimonio se disuelva legalmente.

Jemy Gatdula, abogado filipino y comentarista sobre cuestiones éticas en el diario de Manila BusinessWorld, considera que ni el House Bill 1799 ni el RH Bill tendrán éxito. “Pese a la gran presión exterior, sobre todo por parte de los medios liberales y de las multinacionales, no veo a Filipinas cambiando en este sentido. Este país está muy orientado hacia Dios y la familia”, sostiene.

Pablo Muñoz, misionero español de la comunidad Verbum Dei residente en el país asiático desde hace diez años, cuenta que la sociedad filipina vive con “preocupación inmensa” el debate sobre estas cuestiones, frente a las cuales muchos católicos “se siente divididos”.

“La jerarquía se opone con determinación al aborto, mientras que muchos curas y laicos muestran su apoyo personal al RH Bill alegando que el país esta superpoblado y que ayudaría a una mejora de la calidad de vida de las familias”. En opinión de Muñoz, el verdadero problema no es la superpoblación, sino la corrupción. “Otras naciones más superpobladas tienen un nivel de vida muy alto porque sus políticos son más responsables y se les piden cuentas, cosa que se tendría que aplicar con más determinación aquí”, propone.

Filipinas es el único Estado del mundo,
junto al Vaticano, donde la Iglesia ha logrado
que pasen de largo algunos de los cambios sociales
contra los que se ha batido con más fuerza,
como el divorcio o el aborto.

La corrupción es, de hecho, uno de los grandes problemas de Filipinas, un país rico en recursos naturales y con un estupendo capital humano: tiene una de las tasas de analfabetismo más bajas de Asia y el quinto mayor número de angloparlantes del mundo. El estudio anual que hace la ONG Transparencia Internacional sitúa a Filipinas en el puesto 129 entre las naciones más corruptas de la Tierra. Obtiene una puntuación de 2,6 puntos sobre un máximo de diez.

La corrupción lastra la economía filipina, lo que tiene consecuencias sociales graves. Más de nueve millones de personas, cerca de un 9% de sus nacionales, ha tenido que emigrar al extranjero en busca de un empleo. En sectores como la marinería y la asistencia doméstica es posible encontrar a filipinos trabajando en cualquier lugar del mundo.

Diálogo con musulmanes

También es una amenaza para la buena convivencia entre los católicos y los musulmanes: estos suponen un 5% de la población y viven mayoritariamente en el sur de la isla de Mindanao, en la región conocida como Bangsamoro. Paolo D’Ambra, miembro del Pontificio Instituto para las Misiones en el Extranjero, advierte de este peligro.

Fundador del Movimiento Silsilah, que vienen promoviendo el diálogo interreligioso desde el año 1984 en Mindanao, denuncia que existe todavía “mucha corrupción entre aquellos que están en el poder”.

La corrupción es uno de los grandes problemas,
lo que tiene consecuencias sociales graves:
cerca de un 9% de los filipinos ha tenido
que emigrar al extranjero en busca de un empleo.

Este problema, unido a la “rivalidad que se vive entre los grupos musulmanes cultural y lingüísticamente diversos”, hace que muchos filipinos no confíen del todo en que los enfrentamientos vayan a acabar con el acuerdo de paz firmado el pasado octubre entre el Gobierno de Aquino y el Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI). El pacto está llamado a poner fin a cuatro décadas de lucha armada en las que han muerto 120.000 personas.

“El acuerdo es, ciertamente, un signo de esperanza. No se trata sin embargo de un tratado de paz, sino de un acuerdo marco que prevé la formación en Bangsamoro de una entidad política autónoma del Gobierno central”, cuenta D’Ambra, para quien los apoyos mostrados por los Estados Unidos, la Unión Europea y otras naciones asiáticas suponen una garantía adicional respecto a altos el fuego precedentes.

No obstante, para lograr una pacificación firme y duradera de la zona, quedan muchos esfuerzos por hacer. “Se podría decir que este es el mejor momento para construir la paz, pero también el peor. Hay que llegar a acuerdos psicológicos y espirituales para construir un nuevo equilibrio social, de forma que se pueda entrar en una fase nueva de amistad entre musulmanes y cristianos”. Si no alcanza este escenario, “todo podría precipitarse de nuevo en una fase de violencia”.familias en Filipinas con velas en una celebración religiosa

Los católicos que viven en Bangsamoro pueden ser los grandes perdedores del nuevo estatus de la región, pues hay musulmanes con expectativas más altas de las alcanzadas en los acuerdos. Algunos ya han comenzado incluso a amenazar a los cristianos pidiéndoles que abandonen esta zona, según denuncia el misionero italiano.

Ghazali Jaafar, uno de los líderes del MILF, ha asegurado que en la nueva región autónoma todas las religiones serán respetadas. “Los cristianos podrán incluso abrir una granja de cerdos”, dijo. Este animal es considerado impuro por los musulmanes.

El Episcopado filipino ha hecho suyo el llamamiento a favor del diálogo interreligioso, aunque muchos católicos rechazan la relación abierta con los musulmanes por “el miedo y los prejuicios”, comenta D’Ambra.

La Iglesia, sin embargo, tiene una gran capacidad para reconducir la situación en Bangsamoro, pues “sigue siendo una institución respetada y creíble para todos”, apunta Gatdula. En su opinión, la fuerte religiosidad es el pegamento que mantiene unido este país de 7.000 islas, cientos de dialectos y diferentes razas y culturas. Además de la diversidad, el otro gran desafío al que el Estado y la Iglesia han de hacer frente, según este abogado de Manila, es su estructura demográfica por el gran número de menores: “Los filipinos de 30 años o menos son el 70% de la población. La edad media es de 22,9 años”.

Sin descristianización

A diferencia de lo que ocurre en otras naciones católicas, en Filipinas la descristianización apenas ha hecho mella, ni siquiera entre los jóvenes. Según el informe Beliefs about God across time and countries, realizado por el centro de investigaciones sociológicas NORC de la Universidad de Chicago, un 93,5% de los filipinos cree en Dios y siempre lo ha hecho. Se trata del nivel más alto de las 29 naciones que contempla el estudio.

Además, el porcentaje de creyentes convencidos en el país asiático aumentó en cinco puntos desde 1998 hasta 2008. El 76,4% de los menores de 28 años está seguro de que Dios existe, lo que también supone un primado mundial.

En Filipinas, la secularización de la modernidad
no ha tenido efectos antirreligiosos
y, además, la Iglesia católica está muy involucrada
en la sociedad y sigue siendo una de
las instituciones que goza de mayor respaldo social”.

El jesuita filipino Jose Mario C. Francisco, presidente de la Escuela de Teología Loyola, dependiente de la Universidad Ateneo de Manila, explica este hecho por varios motivos: “Las sociedades asiáticas se caracterizan, en general, por ser religiosas. En el caso de Filipinas, la secularización de la modernidad no ha tenido efectos antirreligiosos y, además, la Iglesia católica está muy involucrada en la sociedad y sigue siendo una de las instituciones que goza de mayor respaldo social”.

Como muestra de la viva religiosidad, Pablo Muñoz destaca que las parroquias celebran los domingos hasta una docena de eucaristías: “En cada misa, la iglesia se llena o está incluso a rebosar. Son parroquias muy vivas, con un porcentaje muy alto de gente joven comprometida y con mucho sentido espiritual”. También son multitudinarias las procesiones, que duran “desde siete hasta catorce horas”, y son seguidas por “millones de personas”.

Esta potente religiosidad popular, considerada una riqueza por todas las fuentes consultadas, debe sin embargo ir un paso más allá para que los católicos tengan una vida espiritual “más profunda”. “Hay que purificar diversas expresiones de la fe para que haya un salto de calidad”, propone D’Ambra.

Es este el gran desafío para el catolicismo en Filipinas en nuestros días, cuando se celebra el Año de la fe y se acerca el 2021, en el que se conmemorará el 500º aniversario de la evangelización del país asiático.

En el nº 2.826 de Vida Nueva.

 

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