Jesús Renau: “Decir que hubo una aplicación alocada del Concilio es una calumnia”

Jesús Renau, SJ, miembro Cristianismo y Justicia

Jesuita, miembro de Cristianismo y Justicia

Jesús Renau, SJ, miembro Cristianismo y Justicia

JORDI LLISTERRI | Cuando se inauguró el Concilio Vaticano II, Jesús Renau tenía 28 años. Había emitido los primeros votos como jesuita y estaba estudiando teología en Sant Cugat del Vallés (Barcelona) para ser ordenado sacerdote. [Extracto de la entrevista con Jesús Renau] | [ESPECIAL: 50º aniversario del Concilio Vaticano II]

Allí participó en la fundación de la prestigiosa revista Selecciones de Teología. Su trayectoria pastoral ha estado centrada en el mundo educativo y el apostolado de jóvenes, y fue también provincial de la Compañía de Jesús en Cataluña entre 1995 y 2001. A su generación le correspondió la aplicación de la renovación conciliar.

Testigo de los cambios que este acontecimiento eclesial conllevó para la vida de la Iglesia, él mismo participó del entusiasmo que trajo consigo aquel hito histórico, de cuya apertura se cumplen cincuenta años. Ahora, volcado en las actividades del Centro de Estudios Cristianismo y Justicia, desde el que se genera una interesante reflexión social y teológica, cree que los “nietos” de la “minoría conservadora” que estuvo en el Concilio han frenado o interpretado los documentos emanados de él de una manera “más restrictiva”.

– ¿Eran conscientes de que estaban viviendo un cambio de época?

– La elección papal de Juan XXIII nos pilló por sorpresa y se recibió con una gran admiración. Los jóvenes vimos que era un papa nuevo y nos despertó muchas expectativas. Aunque en Sant Cugat lo que se nos enseñaba era la escolástica en latín, había allí un debate teológico interno muy fuerte, en el que los estudiantes teníamos un gran protagonismo. Y cuando comenzó el Concilio, vimos que los teólogos que, de alguna manera, habían estado bajo sospecha, en poco tiempo fueron los teólogos del Concilio por decisión de los obispos. Eso nos proporcionó un estado de euforia y una esperanza muy notables. Y fue uno de los éxitos del Concilio: unir la pastoral con la reflexión teológica.Jesús Renau, SJ, miembro Cristianismo y Justicia

– ¿Era una esperanza ilusa y magnificada con el tiempo, o fundamentada?

– Era una ilusión real. Solo hay que decir que, durante un par de años, los libros más vendidos en Barcelona fueron los libros religiosos, y no se vendían en las librerías especializadas… También recuerdo las veces que, entre los compañeros, habíamos dicho: “Nunca podremos celebrar la Eucaristía en catalán o en castellano…, quizá dentro de cien años…”. Por eso, cuando se aprobó la constitución sobre la liturgia, fue una satisfacción enorme. Y es una gran lección histórica: piensas que las cosas deberían ir por ahí y, entonces, ves que van por ahí. Fue un poco un sueño.

– ¿Había una mayoría que esperaba estos cambios?

– Creo que aquí no era una mayoría. Pero había un sector importante con una cierta inquietud, como el clero joven o el movimiento obrero. Tal vez la mayoría tampoco estaba contenta con lo que había, pero no tenía la iniciativa. Entonces, a medida que iban llegando noticias del Concilio, se iba ampliando la expectativa.

– En Cataluña, ¿se mezcla mucho la aplicación del Concilio con la situación política y social?

– Lo que sucedió es que a los sectores que ya estaban sensibilizados con las cuestiones sociales y políticas, el Concilio les cargó de razón, porque hablaba de derechos humanos, de libertad religiosa, de democracia… Después, había un sector mayoritario que aceptaba el franquismo, quizá como un mal menor, porque había orden y el Seat 600.

La Vida Religiosa postconciliar

– También hay algunos que dicen que se fue demasiado lejos en la aplicación de los textos conciliares…

– ¡Se dicen tantas cosas! Decir que hubo una aplicación alocada es una calumnia. Se dice con una intención que esconde una segunda intención de desprestigiar al Concilio. Hubo en él cosas mal hechas, pero después se han magnificado. La mayor parte de la Iglesia hizo lo que decía el Concilio.

“Hubo en él cosas mal hechas,
pero después se han magnificado.
La mayor parte de la Iglesia
hizo lo que decía el Vaticano II”.

– ¿Cambió mucho la Vida Religiosa con aquellos aires renovadores?

– La Vida Religiosa emprendió cambios importantes y rápidos. El Concilio nos pidió dos cosas: que estudiásemos las fuentes y que preguntásemos cómo se tenía que aplicar el carisma fundacional en aquel momento histórico. Y lo hicimos. Muchas religiosas y religiosos se trasladaron a las barriadas obreras y crearon allí nuevas escuelas. Los colegios y comunidades que hay ahora en ellas son de aquella época. Otro de los frutos todavía visibles es que cuando se fue allí, aquellos eran unos barrios de una tendencia bastante anticlerical, y hoy se acepta con normalidad la presencia de los religiosos y religiosas y, en general, de la Iglesia.

– ¿La renovación conciliar es también una renovación espiritual?

– El Concilio condujo a una valoración de cada persona como persona, una forma de mandar diferente y un aumento de la vida de comunidad que, antes del Vaticano II, estaba muy estructurada por las normas. Después nos llevó a una unión de la espiritualidad con la acción social. Eso ya estaba presente en determinadas congregaciones, pero la vida espiritual no se veía tan relacionada con la opción preferencial por los pobres o con la liberación política y social. El Concilio conectó todo eso, y no solo para la Vida Religiosa. También rompió rutinas más externas y creó una nueva libertad interior. Es cierto que hizo que hubiera gente que se marchase, pero trajo autenticidad. Mirado en su conjunto, fue muy favorable.

– ¿Cree que se puso demasiado el acento en la acción?

– Se pasó una cierta crisis, porque la gente se volcó mucho hacia fuera –porque había muchos problemas fuera– y se produjo una relajación de la vida interior. Pero después, sobre todo a partir de los años 80, se ha ido recuperando. Gracias a Montserrat, a Taizé, a los ejercicios espirituales… Hoy soy testigo de que hay un nivel espiritual profundo en mucha más gente de la que pueda parecer.

“Los ‘nietos’ de la minoría conservadora
han ido frenando o interpretando el Concilio
de una manera más restrictiva.
Por eso hay que ir no solo a la letra,
sino a su espíritu”.

– ¿En qué punto nos encontramos hoy?

– Creo que el Concilio se ha frenado. Sus documentos fueron fruto del debate entre una mayoría y una minoría, y esta minoría conservadora ha ido recuperando poco a poco lo que creía que había perdido. Ahora ya no son los mismos, son sus “nietos”, pero se ha ido frenando o interpretando el Concilio de una manera más restrictiva. Por eso hay que ir no solo a la letra, sino al espíritu del Concilio. Es lo que vivió y dijo Juan XXIII: abramos las ventanas de la Iglesia para que entre aire fresco y para que dejen de hablar los profetas de calamidades. Y este espíritu es irreversible.

– También existe el desencanto por todo lo que no cambió…

– Pero la Iglesia ha cambiado. Antes del Concilio no había consejos pastorales, ni parroquiales, ni diocesanos, ni episcopales. Tienen limitaciones, dependiendo del pastor concreto, pero están ahí. Y pueden fácilmente reavivar el espíritu del Vaticano II. El Concilio ha cambiado muchos aspectos y muchas cosas que son irreversibles. Hay puntos en los que hay marcha atrás. El espíritu del Concilio es el que puede potenciar la evangelización, que hoy es una urgencia. Si ahora la sociedad se cierra en banda es, precisamente, porque no ve este espíritu. Pero si lo viera, seguramente se nos acercaría mucha más gente alejada, pero que está tanteando.

En el nº 2.819 de Vida Nueva.

 

ESPECIAL 50º ANIVERSARIO DEL CONCILIO VATICANO II

 

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